Capítulo III

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La mañana había sido muy difícil para Valentina, varios de sus animales no se encontraban en el conteo que realizaban después de visitar el abrevadero y eso representaba pérdidas económicas importantes. Ella empezaba a sospechar de los cuatreros de la región, sabía que esos rufianes no actuaban solos y siempre se valían de empleados de las haciendas vecinas para sus fechorías. No dudaría jamás de Nicolas porque lo conocía desde niño, pero alguien de dentro intentaba perjudicarla robando parte de su ganado y eso no lo permitiría.

- ¿Estás dudando de mí? – preguntó el alto joven con indignación – Porque si es así...

- No seas tonto, te conozco y sabes que confío en ti porque más que mi empleado eres un amigo y te aprecio – respondió – Lo que estoy diciendo es que alguien nos está perjudicando, los cuatreros no trabajan solos, y por eso necesito que investigues muy bien a las personas que están trabajando con nosotros, sobre todo los empleados más nuevos.

- Valentina, a esta gente la conocemos, llevan años trabajando con nosotros – comentó – Hemos confiado en ellos, durante todo este tiempo no había pasado nada, esto tiene que ser algo que viene de fuera. Esta es la hacienda que mejor paga a sus empleados y, aunque a veces se te va un poco la mano con tus exigencias, esta gente te aprecia y te respeta por darles sustento a sus familias y dejarles vivir en parte de tus tierras – en el fondo ella sabía que tenía razón, pero si no había nadie de dentro, entonces quién intentaba hacerle daño.

- ¡Maldita sea! – gritó frustrada – No puede ser que se perdieran 2 caballos y luego 3 reses, es imposible. Algo está pasando.

- Estoy de acuerdo, pero déjame manejarlo a mi manera. Por favor – pidió el joven.

- Esa manera no funciona, mañana yo misma iré con ustedes al pastoreo de las vacas en la pradera – comentó la ojiazul.

- Eso no es necesario – refutó – Además, mañana vienen los nuevos clientes de la lechería y ni modo que no los atiendas.

- Nos iremos después del recorrido por las instalaciones – dijo - ¡Y es una orden! – estaba decidida a recorrer las inmediaciones de sus tierras y descubrir qué demonios ocurría con sus animales.

Llegó a casa como alma que lleva el diablo y ni siquiera ser percató de que Juliana estaba en la cocina cuando entro a tomar agua.

- Buenas tardes, Doris ¿cómo estás? – dijo el ama de llaves con sarcasmo – Muy bien, Valentina, gracias por preguntar.

- No estoy para delicadezas hoy, me duele mucho la cabeza – terminó su vaso de agua y se regresó por donde había entrado.

- El genio que se carga, no entiendo cómo puede ser tan bella y tan – ni siquiera encontraba la palabra – tan insoportable – se quejó Juliana tras ser completamente ignorada por la señora de la casa.

- No te confundas – respondió Doris – Esa no es Valentina – reconoció con cierta tristeza.

- ¿Qué quieres decir? – preguntó acercándose a la mesada de la cocina y sentándose en una de las sillas altas.

- Esa mujer que acaba de salir no es la hija menor de los Carvajal, es solo el resultado del dolor y a tragedia. Antes era un ser de luz, maravillosa, simpática, pendiente de todos a su alrededor, divertida, sonriente – le sirvió un café y otro para ella – Con su caballo recorrió muchos países ganando campeonatos hípicos y dominando las elites más altas de ese deporte. En esta misma cocina la vi por la tele ganar dos juegos olímpicos – la morena abrió los ojos con sorpresa – y lloré de emoción porque sabía que esa era una promesa que la había hecho a su madre de pequeña – suspiró con pesar – La muerte, primero de su madre y luego de su esposa, la hundieron en un dolor profundo y crearon todas esas capas de amargura y tristeza que habitan en sus ojos y su forma de ver el mundo.

Luna EncantadaWhere stories live. Discover now