-¿Qué están haciendo?-pregunta interesada.

-Llama luego, ahora no tienen tiempo.-le corto.

Me la imagino a ella, embarazada y acostada en nuestra cama, como me ganaban las ganas de besarla mientras dormía, me gustaba pasar la mano por su vientre y sentir las patadas que daban nuestros hijos cuando me sentían.

Lo preocupada que se ponía cuando nacieron y lo asustada que estaba al momento de bañarlos, ese día lloro porque temía dejarlos caer, la ayude a hacerlo, fuimos uno por uno y luego acostumbraba a dormirse con ellos en la cama, les había comprado a cada uno una dona gigante donde los acostaba para que no se rodaran.

Me pesan los parpados tratando de hundirme en el sueño.

Se ponía furiosa cuando no me importaban que lloraran, me gustaba verlos llorar, me paraba a observarlos, pataleaban como locos y arrugaban toda su cara. Se veían muy feos, pero la verdad es que desde pequeños han tenido una belleza embelesadora y unos ojos hechiceros.

Como odio a esa desgraciada por darme todo lo que algún me negué a tener pero que ahora me llena por completo.

Me levanto asustado cuando la cama esta vacía, me siento en el borde del colchón con el corazón agitado, hasta que los veo y el pinchazo me hace tragar con dolor. Están dormidos sobre la alfombra del piso, con los leones abrazados.

Aparto a los leones que rugen furiosos por el hecho, hasta que me identifican y se apaciguan de inmediato. Levanto a mis hijos metiéndolos a la cama.

Bajo a prepararnos el desayuno, hago algo básico, aquí no tenemos sirvientes, solo a alguien que limpia la casa semanalmente, desde siempre hemos tenido claro que a Damiano y Bianca no los íbamos a exponer con cualquiera, solo confiamos en Elena y eso que yo aún le tengo algo de desconfianza, mis hijos ya saben que con ella no se van nunca, a ella no se le obedece en nada.

Escucho como corren los leones bajando las escaleras.

-Buenos días.-los saludo.-¿Se les pegaron las sabanas?

-No, solo que no nos gusta estar aquí.-responde Damiano encogiéndose de hombros.

-Haberme dicho antes para no traerte nunca a ver las carreras.-sus ojos grises se oscurecen pero no responde, solo se sube a la silla y empieza a comer, su hermana lo sigue haciendo lo mismo.

Comen en silencio, sin levantar la mirada del plato.

Cuando dejan vacíos los platos, jugamos varias partidas de ajedrez, eso al menos les levanta un poco el ánimo porque se emocionan cuando creen que me tiene contra la espada y la pared, pero se preocupan cuando descubren que yo soy el que tiene la ventaja siempre. Luego de varias partidas en el tablero, sigo saliendo como vencedor invicto.

Siempre les gano.

Almorzamos y luego me meto en la piscina con Damiano, mientras la abejorra se queda sentada en una butaca con Perseo sobre las piernas, le acaricia el pelaje con la mirada perdida.

-¡Abejita!-le grito para que me mire.-Ven aquí.

Niega.

-Me voy arriba papi.-se baja y llama al león para que la siga.

Me quedo decepcionado en el borde de la piscina, regreso a mirar a su hermano que va saliendo, siguiéndole el paso, apresurado.

Argos corre a su encuentro desapareciendo dentro de la casa.

Me quedo solo nadando de un lado a otro hasta que la noche se cierne sobre el cielo despejado de la ciudad.

Los llamo para cenar pero no quieren. Si les exijo se pondrán a llorar, por lo que prefiero evitarme el berrinche.

Me recuesto en la baranda del balcón dándole la última calada al cigarro, regreso a la habitación, tumbándome sobre el sillón para observarlos mientras duermen.

El móvil me vibra y lo tomo deslizando el dedo por la pantalla para contestar.

-Hola.-saluda algo triste.

-¿Qué quieres, Riccardi?

-Quiero hablar con mis hijos.

-Están ocupados.

-¿Otra vez?-se le entrecorta la voz evidenciando un brote de llanto y mi espalda se pone recta al instante.-Pásamelos, por favor.

-Se han quedado dormidos.

Su llanto silencioso llega a mis oídos cuando se le escapa un sollozo.

-Diles que los amo mucho.-articula con dificultad antes de colgar el teléfono.

Escucharla sollozar es un despertar para mis sentidos haciendo que mis pulsaciones se disparen.

No está molesta. Esta triste.

El sentimiento de culpa se impregna en mi alma haciendo que los pulmones se me cierren dejándome sin aire.










-Elyn: ¡¿Que pensabas pendejo?! 

Bueno...hemos terminado por hoy, Tormentas (3/3). Puede que mañana les suba un extra, si es que me da el tiempo.

Ahora sí viene lo bueno, preparense.

Besos🖤 

-Elyn Blais (modo serio).















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