11 // Beneficios chocolateados

10 0 0
                                    

—Bien, mochila, teléfono, vestimenta en cubierta —repasé, dándole una última revisada a la mochila que llevaría conmigo a la dichosa caravana. 
Esperaba que los guardaespaldas se creyeran el que estaba durmiendo, pues antes les había dicho a través de la puerta que había terminado mis tareas pendientes e iría a descansar... 

Me aproximé a la ventana con rapidez, observando nuevamente la puerta viendo que las siluetas oscuras todavía estuvieran en el mismo lugar. Cuando me cercioré de que así era, abrí mi pase a la salida con lentitud, rogando que no se antojara de rechinar en el último minuto.
En ese momento estaba aliviado de tener los dormitorios más cercanos al suelo, era una bendición. 

Mi escapada era prácticamente perfecta, infalible, indetectable.
Era.

—¿Qué? —alcancé a pronunciar. —. Esto no puede estar pasando... —sisee, apretando el ventanal con tanta fuerza que estaba seguro que mis nudillos se habían tornado blancos, o iba a romper el cristal, quizás.
Antes de que pudiera decir algo, la masa muscular me hizo un gesto para que bajara. 

Realmente este tipo quiere matarme. 
Es decir, igualmente iba a bajar aunque él no estuviera ahí, pero nos estaba exponiendo a un peligro superior al siquiera aparecerse por aquí. Solo por eso, se puede ir a la mierda.
Y justo eso fue lo que hice, sacarle el dedo corazón con la cara de molestia más grande y convincente que pude lograr.

—¿¡Qué mierda crees que estás haciendo!? —mascullé entre grititos, levantando ambos brazos sin saber porqué estaba allí. —. ¡Nos atraparán por tu estupidez! —gruñí.

—Te dije que no te preocuparas —sonrió, hinchándome la vena de la frente cuando noté su estúpida tranquilidad. —. Ahora, ven aquí, odio perder mi tiempo —metió sus manos a los bolsillos, esperando a que por arte de magia apareciera a su lado. 

—¿Qué? ¿Quieres que salte hacia ti? ¿Estas demente verdad? —ironicé, frotando el puente de mi nariz con exasperación. —. Prefiero morir antes que confiar en ti —susurré.

—Eso se puede arreglar —alzó la ceja, mirándome con intensidad desde el suelo. —. Si no bajas, yo subiré, dime chocolate, ¿qué prefieres?

—¿Ah si? Quiero ver que lo intentes —bramé, cerrando la ventana con más brusquedad de la que debería. 
¿Por qué mierdas acepté ir con el a un lugar? ¿En qué estaba pensando? Solo me arriesgo a que mi padre termine incrustando una bala entre mis ojos. Y este tipo es tan jodidamente irritante a propósito.
Kōhī, eres un pendejo en potencia. 

No me había dado ni si quiera una media vuelta cuando el "toc toc" en mi ventana hizo que se me erizaran las entrañas, mientras que en mi mente sonaba un "Oh, shit" bastante fuerte. 
Y ahí estaba él, trepado como un simio en mi ventana observándome con ojos de cazador a su presa, mientras que en el fondo de mi cabeza trataba de apagar todas las alarmas mentales.
No puede entrar, está el vidrio.

—¿Que sucede, chocolate, te comió la lengua el lobo? —sonrió ladino, haciendo que el cristal se empañara con su respiración.
Lo cual mi mente malinterpretó, sin duda.  

—¿Qué pasaría si te empujara? —sisee. —. ¿Dejarías de tener esa irritante sonrisa en tu cara? —me acerqué a la ventana, agradeciendo que existía el vidrio, y adorando al que lo inventó.

—No mientas chocolate, te encanta esta sonrisa —acercó aun más el rostro al cristal, haciéndome retroceder algunos centímetros al ver cómo sus ojos se tornaban aún mas oscuros. —. No querrás que me vean aquí, ¿cierto? El ruido del cristal haciéndose pedazos llamaría mucho la atención de tus compañeros, ah, y de tus niñeros.

Touche.
Por un momento tenía la esperanza de que le vidrio fuera blindado, pero, no, solo es vidrio.
Eres un pendejo en potencia X2. 

—Te odio. —susurré, inhalando con brusquedad tratando de encontrar la paz que no podía encontrar. Resignado y con mi frágil orgullo herido, quité el seguro de la ventana y me alejé todo lo que fuera posible, dejando que el lobo entrara a mi territorio sagrado. 

—¿Realmente me odias? —replicó, llevando sus pesados pasos hacia mi cuerpo, que comenzaba a inyectarse de adrenalina ante la situación de posible peligro, o de otra cosa que me negaba a aceptar profundamente. —. ¿Odias mi irritante sonrisa? —avanzó de nuevo, haciéndome retroceder aún más si era posible, empezando a quedarme sin espacio.

—No te acerques —lo apunté con el dedo, chocando de repente contra la puerta y quedándome estático cuando su pecho duro como piedra tocó mis manos. 

—No, claro que no —sus gruesos brazos se pusieron a los lados de mi flaco cuerpecito que empezaba a sudar de los nervios, nervios de que los guardaespaldas escucharan algo, claro. —. En el fondo ambos sabemos que te encanto, que te encanta mi irritante sonrisa, te encanta que seas el centro de mi atención y te encanta que te persiga, te encanta ocupar cada maldita noche mis sueños y llenarme de ganas —tomó mi mentón con brusquedad, haciéndome estremecer al sentir sus palabras rozando sitios peligrosos. —. Chocolate, rezale a lo que creas que no llegue el día en el que te de un buen mordisco, porque sino... 

—¿Señor Bushida? ¿Se encuentra bien? ¿Qué son esos ruidos? —la voz del guardaespaldas me regresó de una bofetada a la realidad donde yo lo odiaba y mi padre me odiaba a mí. 

—Eh, sí, solo... estoy limpiando! Sí, eso —excusé rápidamente, maldiciendome internamente por sonar tan poco convincente. —. No se preocupen... —casi me da un infarto cuando mi voz fue aumentando en volumen, gracias a que el maldito mastodonte que tenía enfrente acariciaba mis hombros, cuello y espalda buscando rastros de yo qué sé. 

Juro que lo mataré, lo mataré en serio. 
Pero ahora no, mi mente no quiere concentrarse con esas caricias, y con lo que empezó a ser algo más que besos en sitios delicados. 
Por suerte (o desgracia) el ruido del picaporte tratando de ser abierto me alertó.

No tardé en darle un merecido empujón en todo el abdomen, frunciendo mi ceño mientras saboreaba el amargo y ácido sabor de la vergüenza, la humillación y reprimición, queriendo clavarme un cuchillo y cortarme las mejillas como si fueran rebanadas de jamón. 

—¿Lo vez? Tu cuerpo siempre dirá lo que tu boca quiere callarse, chocolate —susurró, acariciando sus labios con lentitud, como asimilando que habían estado encima de mi piel hace solo segundos. —. Tristemente para ti, todavía debes saldar la deuda. 

—¡Estoy bien! Ya dejen la puerta por favor, ese ruido es irritante —comenté hacia los hombres que estaban empezando a agotar mi paciencia, pero manteniendo mi mirada clavada en el que empezaba a agotar mi barrera. 

Pasamos varios minutos así, contemplándonos mutuamente, buscando decir con los ojos lo que no podíamos con la lengua. 
¿Por qué? ¿Por qué me hacía esto? ¿Por qué me hacía esto yo mismo? ¿Por qué deshonraba a mi padre?...

¿Qué hubiera dicho mi madre al respecto?...

Baikā Vagary ⚣︎Where stories live. Discover now