2 // Un hermano o un chocolate

33 1 0
                                    

Tenía un sentimiento extraño en el pecho, como ese sentimiento que te da cuando sabes que estás haciendo algo que no debes, pero igualmente lo ignoras y continúas. No sé si era por lo cálido que se sentía, la paz que me rodeaba o el hecho de estar ya totalmente sobrio.
Definitivamente, era una sensación maravillosa. 

—Aaaaaaah... —bostecé, abriendo los ojos con lentitud, tratando de enfocar lo que estaba a mi alrededor, disfrutando del sol mañanero que se colaba por la enorme ventana que tenía detrás. —. ¿Ventana? —susurré, volviendo al planeta tierra de golpe, bastante exaltado.

Mi habitación no tenía una ventana detrás de mi cama.
Claramente, no estaba en mi habitación. 
En realidad, ni siquiera sabía dónde carajos estaba.

—¿Cómo... Cuándo? —musité, observando las nítidas sábanas blancas. Ah, creo que también me volví blanco cuando noté que tenía un bóxer ajeno y una camiseta cinco veces más grande que mi talla. —. ¿¡Pero qué carajo!?

—Oye, chocolate, es muy temprano para estar maldiciendo —mi corazón dio un vuelco cuando escuchó la voz ronca de un hombre que claramente no conocía, sujetando una taza de café humeante, solo con unos inoportunos chándals negros.
Definitivamente ya me jodí.

—¿Acaso no tienes más ropa? —murmuré con lentitud, amargado de tener una envidia sublime ante tal cuerpazo tan trabajado.

—¿Por qué? ¿Te desconcentro? —atacó, alzando esa perfecta ceja hacia arriba con ironía. —. Estoy en mi casa, puedo andar como me dé la gana —añadió, caminando hacia mi dirección e inclinándose sobre mí con una sonrisa burlona. —. Admitiré que te ves comible con mi ropa.

Fruncí mi ceño con irritación, alejándome del secuestrador y poniéndome de pie con lentitud.
Fiu, menos mal, al parecer no pasó nada a mayores. Es decir, tampoco es que me hubiera molestado levantarme con la cola floja por un hombre así pero... Espera, ¿qué estoy diciendo?

—En primer lugar, ¿quién eres y porqué estoy en tu casa? ¿Qué fue lo que pasó ayer? —inquirí, botando el aire con fuerza y comenzando a masajear mi entrecejo de mala gana. 

—No recuerdas nada, ¿verdad? —rió, acercándome lo que parecía ser la taza de café que tenía en manos. —. Es café, ayuda con la resaca, relájate —bromeó, tomando una de mis diminutas manos (en comparación a las suyas) y dejando la taza en ellas.

—¿Quieres que me relaje cuando ayer estaba en un lugar donde no debía estar, y ahora estoy en una casa ajena con un hombre que no conozco y que quién sabe que cosas me hizo mientras estaba dormido? —sisee, apretando la taza con lentitud después de dar un tenue sorbo, tenso a su reacción.

Apreté la taza el triple cuando su imponente silueta me atrapó contra la pared, observándome con los ojos de un cazador, o con ojos de que seguramente de un puño me dejaba sin mis costillas e inválido.
—Ten en cuenta que este hombre del que insinúas es un "secuestrador y violador" te trajo a su casa, te limpió, te cuidó y te dejó dormir en su cama, ebrio, indefenso y musitando palabras descaradas —fruncí más el ceño al escuchar sus palabras, quedándome estancado en "te limpió". —. Así que, créeme, chocolate, si te hubiera querido follar, ya lo habría hecho —justamente cuando iba a abrir la boca para protestar, y estirar mis brazos para alejarlo de mí, sentí como la humedad de su lengua subía por mi mejilla como si de un caramelo se tratase.
Por lo menos, se había molestado en ponerse una camiseta. 

—¿¡Q-QUÉ DEMONIOS CREES QUE HACES!? —me escabullí entre sus brazos y me pasé la mano por la mejilla, sintiendo esa área sensible bastante caliente.
Lo único que favorecía de ser un moreno oscuro, era que lo sonrojos no se me notaban.

—Estás sonrojado —anunció, dándole un sorbo a la taza que hace unos segundos estaba en mis manos. —. Kōhī... —pronunció, dejándome seco ante su mención. —. Sabe bien, muy acorde a ti —añadió, dejando que su filosos ojos penetraran mi alma por sobre la taza de café. 

—S-Sí, bien, ahora te toca a ti, ¿o no te gusta compartir? —bufé, apretando la camiseta con molestia. —. Repito, ¿quién eres, qué hago en tu casa y qué pasó ayer? 

—Realmente no sabes quién soy, eso me conviene —admitió en toda mi cara. —. Me llaman Riordan —confesó, caminando hacia lo que parecía ser la cocina con la taza en manos. —. Ayer en la fiesta te estrellaste contra mí, te me insinuaste bastante descarado —comenzó. —. Te tuve compasión, te traje a mi casa, vomitaste, así que, tuve que desvestirte para limpiarte y prestarte un poco de mi ropa —expuso con toda la calma del mundo.

En ese momento solo quería que el infierno abriera un hoyo y que ese hoyo me succionara.
Quería, realmente quería no creerle, porque si le creía, entonces estaba aceptando que si mi padre se enteraba de esto me despellejaría vivo.
Al menos podría pedir que en mi lápida pusieran: "Estoy muerto gracias a Riordan".

—Mientes.

—No tengo porqué mentirte, chocolate —ahg, y cuánto odiaba que mi sexto sentido masculino me dijera que él no me estaba mintiendo. —. Koi, ¿qué te he dicho sobre espiar? —desvió su mirada hacia la puerta, donde se encontraba un hombre fornido con una cara de pocos amigos, desfigurada por el enojo disfrazado de ignorancia.

—Vine a buscarte y lo que me encuentro es a nuestro líder haciéndole piropos a este moreno malnacido —rabió, acercándose a Riordan con brusquedad. —. Creí que lo habías echado, ¿acaso no fue eso lo que dijiste y querías ayer?

—Eso fue lo que querías que hiciera —cortó, volteando su cuerpo hacia el susodicho con seriedad. —. Las únicas que hablaron ayer fueron tu pistola y la mía, fuera de eso, nada más. Por lo tanto, como líder, te pido que dejes de poner palabras en mi boca que no he dicho y de cuestionar mis decisiones. 

Mientras tanto, yo me mantenía callado, sabía que la pelea era por mí, pero en sí, no era mi culpa. O eso quería creer. 

—Entonces estás poniendo a tu hermano debajo de este moreno, ya veo —espetó. —. Conmigo ya la has cagado, Riordan —recitó, ahora alejándose del mismo y acercándose a mi persona, siendo detenido por el agarre de hierro del contrario. —. Ja —sonrió. —. Volveré par charlar contigo, Kōhī Bushida —susurró, soltándose bruscamente del agarre y caminando firme hacia la puerta, para desaparecer detrás de ella. 

El silencio perduró unos minutos, minutos en los que el supuesto Riordan observaba la puerta con la mandíbula marcada y los ojos oscurecidos.
Más que tenerle miedo a él, tenía miedo por mí mismo.

—Camina, te llevaré a tu residencia —farfulló, tomando lo que parecía ser una chaqueta de cuero de una silla, para después lanzarla en mi dirección. —. Póntela —hice una pequeña mueca de desagrado, pero finalmente obedecí al notar su mirada de pocos amigos. 
Me limité a caminar silenciosamente detrás de él, y casi sentir que se me salía el corazón al notar como sacaba las llaves de, supongo yo, la máquina mortal que llamaban "motocicleta".

—No me subiré a esa cosa —protesté con rapidez. 

—No te estoy preguntando —pegué un chillido cuando su mano fue a viajar a mi cintura, y como de ahí me subió a la máquina y me contempló con lujo y detalle. —. Joder, te ves demasiado bien —siseo de mala gana. —. La cosa es así, chocolate, yo te salvé ese lindo culito que tienes de ser profanado, vendido o golpeado la noche de ayer —tomó lo que parecía ser un casco y me lo extendió. —. Pero nada en esta vida es gratis, ahora, estás endeudado conmigo. 

Baikā Vagary ⚣︎Where stories live. Discover now