3 // Deudas chocolatadas

28 1 0
                                    

Tras que iba enterrandole las uñas al hombre que estaba sentado frente a mí conduciendo aquella máquina de guerra, mi mente no dejaba de repetir la escena que hace tan solo unos minutos se había creado entre los dos.

// Flashback

—¿Endeudado contigo? —cuestioné con ironía. —. Saliendo de tu boca, parece que tendré que hacer un ritual se sangre para pagarte o algo así —añadí con molestia, tomando el casco de mala gana y comenzando a ponermelo.

—No sería una mala idea si tuviera el Síndrome de Renfield, pero no es tu sangre lo que me interesa —bromeó, acomodando el casco sobre su cabello revuelto y alzando el visor del mismo para darme una ladino mirada. —. Mientras corremos, piensa, ¿Qué podría querer un hombre como yo, de alguien como tú, chocolate?

// Fin del Flashback

De por sí estaba odiando darme cuenta de que estaba siguiendo sus órdenes, indirectamente. Lo cual no es nada nuevo para mí, pero, ¡Me fastiaba mucho en este momento!
Añadiendo que no quería creer que se refería a mi tono de piel, lo cual tampoco sería nuevo para mí.

El poco trayecto que llevábamos me activó las neuronas del descanso, y me puse a atar los cabos.

¿Qué podría querer un motorista de un estudiante universitario?
Más bien, reformulemos la pregunta.
¿Qué podría querer un líder motorista de un estudiante mestizo universitario?

No podía ser dinero, es decir, parecía un hombre que fácilmente le exprimiria a alguien miles de yenes, contando que seguramente todavía seguíamos en el distrito Shibuya y había pagado un alquiler (digo, no creo que una persona como el me hubiera llevado a su casa así porque así), una motocicleta de la cual no estaba segura qué tipo era, pero seguramente una Kawasaki.
El llamado “líder” no necesitaba dinero.

Sabía mi nombre, y mi apellido...
Ignorar que podría estar relacionado con mi padre, sería estúpido. Pero no lo considero una amenaza, ya que incluso los de bajo barrio saben que soy un mestizo, el cual su padre considera una desgracia.
No valgo demasiado en ese punto.

¿Qué más podría querer de mí?
Quiero pensar que fue un momento pasajero, y que después de este día, no volveré a verlo, jamás.

Aunque quizás jamás era un término demasiado extremo.

—¿Cómo sabes dónde curso mis estudios? —pregunté, apretando el abdomen firme del semental frente a mí, disfrutando levemente el aire frío de la mañana.

—Tu teléfono —anunció, apretando el manillar de la máquina, notandose sus venas sobre los guantes de cuero.
Ahí me di cuenta de que ni siquiera tenía el teléfono encima.

—¡Devuélveme mi teléfono! —objeté en un chillido, alzando mi cabeza por su hombro para tener más acceso a su oído, y por ende explotarselo.

Tristemente, no llegué muy lejos, puesto que su pesada mano se deslizó por mi muslo con rudeza, tomando descaradamente una de mis nalgas y obligándome a sentarme correctamente sobre el sillín.
—Sentado, chocolate —masculló, frenando bruscamente frente a un 7-Eleven. —. Desde aquí, resuelvete tú solo —diciendo eso, tomándome de la misma nalga, procedió a bajarme en un momento de su motocicleta.

—¿Puedes dejar de tocarme el trasero? Es raro y hay gente mirándonos, eso está muy mal visto, y más entre dos hombres. Así que te pediré que me dejes de tocar, aprecio mucho mi espacio —espeté con seriedad. —. Respecto a la deuda... —comencé, quitándome el casco en silencio y observando mi miserable reflejo en el visor. —. Trataré de conseguir lo que quieres de la manera más discreta posible, no me conviene estar metido en problemas con personas como tú.

—No decías eso esta mañana —respondió, arrebatándome el casco de las manos. —. Aquí tienes, cuando tengas mi pedido, llámame —lanzó mi teléfono por los aires, y cuando logré tomarlo por obra del espíritu Santo, me di cuenta de que estaba en un contacto recién agregado titulado “Tu dueño”.

—¿¡Qué mierda-!? —susurré, evitando ser aún más el centro de atención entre toda la gente que transitaba tranquilamente.

—¡Hasta pronto, chocolate! —exclamó, echando carrera y sonidos bruscos con la máquina, alejándose rápidamente de mí y haciéndome verme los pies con frustración.
Ah, sí, comprobé que esa superstición japonesa de que “si te estrenas zapatos nuevos por la noche te traerán mala suerte” era real.

La hora de mi teléfono marcaban las 11:48 de la mañana, a esta hora, se suponía estuviera en alguna de mis clases cumpliendo la perfectamente planeada vida que se supone estuviera cumpliendo, para no convertirme en una deshonra más grande para mí pequeña familia.

Sabía que mi padre se enteraría de esto de una forma u otra, es decir, era el maldito comandante del cuerpo policial, y tenía ojos puestos en mí en cada rincón de Shibuya...
Sin embargo, extrañamente no me asustaba tanto como debería.

Ese chico, Riordan, ¿Quién sería? ¿Qué querría?
Más bien, ¿Por qué siquiera me interesaba? Él era sin duda alguien peligroso, sin contar a ese tal Koi que al parecer ya me odiaba de sobremanera, y si no mal recordaba, había algunas caras difusas de la laguna de recuerdos que tenía de la fiesta.
Estaba segurísimo de que pertenecía a alguna pandilla, pero, ¿Cuál?
¿Estaría metido en líos ilegales?
¿Me querrá usar para llamar la atención de mi padre?
¿Por qué usaría una estrategia tan imprudente?

Incluso tenía la osadía de llamarme “chocolate”, ¿Por qué carajos me decía así? El tal Koi por lo menos me decía “moreno”, pero, chocolate, ¿En serio?
Necesitaba un café bien hecho que pudiera tomarme completamente...

—¿Kōhī Bushida? —una voz repleta de calma inundó mis oídos con serenidad, haciéndome girar la cabeza con tensión ante otra sorpresa inesperada. —. Ah, no creí que Riordan realmente se desharía de ti en un 7-Eleven, fue más considerado de lo que creí.

Literalmente mi reacción fue que apenas cruzar las puertas automáticas, di una media vuelta y salí corriendo a toda velocidad lejos de ese muchacho, y todo lo que pudiera estar relacionado a ellos.
No quería irme, necesitaba irme.

Y lo peor no fue que llamé la atención de la manera más ridícula posible correteando por las aceras de Japón, el medio muerto teléfono comenzó a chirriar con un monótono sonido de llamada.
Sí, no dudaba que fuera esa persona.
El nombre Bishamon Bushida se alzó en la pantalla refulgente.

Sin más remedio, simplemente opté por no retrasar lo inevitable.
—Bishamon... —comencé, apretando tanto los puños que sentía como mis uñas se me clavaban en las palmas. —. ¿Cómo se encuentra? ¿Le ha sucedido algo? —continué, queriendo dejar ver que él no me afectaba.

—Estaría perfectamente bien... —comenzó, haciéndome erizar con su voz rasposa, logrando que olfateara el sonido del desagrado. —. Si no hubiera sabido que mí hijo mestizo estuvo en un revuelo causado en la noche con delincuentes que ensucian este noble país, y que el día de hoy, un precioso día soleado, la universidad Aoyama Gakuin ha llamado a mí buscando una razón coherente de su ausencia.

Sí, definitivamente estaba jodido.
¿Cómo siquiera pude pensar que él no se enteraría de esto? Ser inocente es una cosa, pero esto sobrepasó tus límites, Kōhī.

—Otōsan, yo... —comencé, apretando el pequeño aparato con rudeza entre mis débiles manos. —. Lo... —ni siquiera supe descifrar si lo que sentí fue alivio, o terror al ver que mi teléfono se había quedado muerto.
Es decir, supongo que por un lado el alivio de no tener que disculparme por algo que no estaba bajo mi total control era parte de, y el terror era sin duda causado por el hecho de que cuando me pusiera las manos encima, estaría jodido.

Más que jodido...

Baikā Vagary ⚣︎Where stories live. Discover now