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La primera vez que Marcos se asomó a la puerta abierta de su nuevo vecino en el edificio de los dormitorios dos días antes de que empezaran las clases del primer año, fue después de escuchar un grito alarmante y un poco preocupante. Había estado desarmando las valijas cuando se escuchó a través del silencio de su habitación y no pensó dos veces en ir a investigar.

Sin embargo, nada pudo prepararlo para encontrarse con la desconcertante escena de un chico pequeño y agitado puteando en voz alta mientras intentaba balancearse con dificultad en una silla para colgar una serie de luces alrededor del techo.

A primera vista, había quedado encantado con Agustin Guardis.

Ese encanto no disminuyó cuando empezaron a conocerse a través de breves encuentros en los pasillos o en actividades de grupo en el patio con sus otros vecinos. Bruno, Cristian, María y Sabrina eran agradables, pero ellos no atrajeron a Marcos tan fácil como Agustin lo hizo con esa primera sonrisa brillante y un cálido — Eu, vos sos alto. ¿Puedes colgar esto por mí?.

De hecho, solo creció a medida que florecía su amistad. Charlas nocturnas pasando el rato en el pasillo entre sus puertas, hablando en voz baja acerca de sus clases, exámenes finales y otros chismes triviales de su piso. Torneos de grupo a medianoche contra Lucas y Carlos, de cinco y siete puertas abajo respectivamente, en donde Agustín y Marcos hacían un equipo asombroso. Sesiones de estudio espontáneas en la cafetería cercana después del almuerzo, en donde Agustín se quejaba de Biología hasta que Marcos cedía y lo ayudaba a estudiar, abandonando sus apuntes de Economía mientras Agustin lo elogiaba.

Aquella vez que ayudó a Agustín a pintar con aerosol el auto de su ex novio en las turbias horas de la madrugada. Esa vez, un poco más tarde, empezaron una pelea de pintura y regresaron a sus dormitorios con la piel manchada de pintura y sonrisas gigantes.

Para el momento en el que el verano se convirtió en otoño, el florecimiento de su relación había evolucionado a un jardín lleno de flores, y llegaron como estudiantes de segundo año con el plan de mudarse fuera de la universidad a su propio departamento.

Semanas de búsqueda de departamentos teniendo presupuesto limitado con Agustín como un ayudante de biblioteca y Marcos como barista en un café, discutiendo sobre qué era más importante si un balcón o una suite de baño (Marcos quería tener la posibilidad de sentir el aire fresco de la noche y mirar la puesta de sol y Agustín solo quería tomar largos baños de burbujas) los llevó a encontrar el lugar perfecto. Un pequeño departamento a 10 minutos del campus de la universidad, con un balcón estrecho pero agradable y una bañadera incluida.

También era accesible...bueno, algo así. Pero ellos siempre buscan la manera. Agustín toma más turnos como ayudante de biblioteca, adoptando el hábito de llevar con él sus libros de psicología y su tarea para terminarla durante su trabajo, y también su guión de teatro para que pueda practicar sus líneas en silencio y sin distracciones.

Marcos también aumento sus turnos en el café, teniendo que aguantar a clientes groseros que, por alguna razón, acuden al establecimiento como si no hubiese otro lugar en el mundo.

Por un tiempo, es suficiente.

Están ocupados, sí, balanceando sus interminables montones de tarea y estudio con el trabajo y sus vidas sociales. Las cosas se ponen tensas entre ellos algunas veces, como cuando Marcos se enoja con Agustín cuando su recibo de agua se eleva. O cuando Agustin se enoja con Marcos por dejar sus cosas tiradas por todos lados. Se han ido a la cama ardiendo de enojo y frustración, pero cuando llega la mañana, todo eso desaparece. La cosa es que, son mejores amigos, y las peleas nunca duran mucho entre ellos.

MIEL ; MARGUS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora