Capillas y sus Plegarias

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C I L L I A N

Odiaba el mar, en verdad lo odiaba. Verlo era espectacular, estar en un bote unas horas cerca de la orilla era un sueño, viajar en un buen barco con buena comida y una cama decente era soportable. Pero estar semanas en un maldito barco apestoso, trabajando y comiendo asqueroso, no era para él. Lo odiaba.

Sí, su único objetivo era llegar a Ravka para encontrar a Anastasia, tenía que lograr eso con muy poco dinero y lo antes posible. Eso no quitaba el hecho que odiaba la forma en la que estaba viajando. No había nacido para eso.

Hace mucho tiempo no viajaba, demasiado. Ahora lo estaba haciendo sin dinero, trabajando para comer, robando y recorriendo gigantescas distancias a pie. La peor parte de él, la más bromista, prefería haber complacido a su madre y quedarse con ella en Kerch. Todo era por Anastasia, eso era lo más importante.

Todas esas cosas las odiaba profundamente. Oh, pero no lo odiaba tanto como lo que estaba haciendo. Había una preciosa pintura en casa que su padre había comprado, un precioso paisaje de Ravka, las pinceladas eran finas y exactas, la paleta de color era opaca y neutra. En el centro de la pintura se levantaba la sombra, remolinos de pintura negra con sombras azules y grises. Un precioso DeKappel.  Oleo sobre pergamino. Era preciosa, tanto que se debió de haber quedado en el maldito pergamino.

La Sombra tenía su reputación bien ganada, no era secreto para nadie lo peligroso e imponente que era. Pero tenerlo de frente era una cosa totalmente diferente. Se escuchaban los batidos de las alas y los gritos amenazantes de las criaturas. Cillian vivía en una ciudad muy oscura, pero jamás había visto un negro como ese.

Le estaba rezando a absolutamente todo lo que escuchara que lo dejaran llegar vivo y completo al otro lado de esa oscuridad. Una petición muy simple si se lo preguntaban. El bote desgastado iba demasiado lento, Cillian se impulsaba inconscientemente hacia adelante, como si eso los hiciera ir más rápido. Era interminable.

Vomito. En cuanto vio la luz y tocó el pasto no pudo hacer otra cosa más que vomitar. Muy decente y elegante de su parte. Aquel viaje iba a terminar con él. Aunque, la peor parte estaba finalizada.

Había partes simples en su plan. Llegar a Ravka. Llegar a la Sombra. Cruzar la Sombra. La primera y la tercera eran las más complicadas, las completó con éxito. Ahora, tenía que llegar a Os Alta. Iba a ser un largo y tedioso viaje, tendría que ingeniárselas para llegar ahí, tendría que hacerlo por partes y por ciudades. Encontrar gente dispuesta a ayudarlo. Tal vez trabajar un par de días en algún bar o algo sencillo para poder comer y viajar.

Se lo concedería a Ravka. Tienen los mejores atardeceres. Los distintos tonos de morado que sutilmente se cambian a rosa, el azul intenso y el amarillo delicado. Tantos colores que se reflejaban en las superficies. La naturaleza tenía un intenso verde, el café de los árboles era firme, todo era tan vívido, quería poder pintarlo todo. Hacia el viaje menos tedioso.

Con cada paso que daba, cada noche en el suelo de alguna ciudad, cada lugar nuevo al que llegaba, lo hacían sentirse más cerca de Anastasia. Cada vez la podía ver más claramente. A veces, podía jurar que escuchaba su risa o veía sus intensos chinos, jamás era ella, pero siempre tenía la esperanza. Extrañaba a su hermana y la recuperaría.








N I K O L A I

No podía dormir. De joven hubiera huido a ver a Dominik, ahora no tenía a dónde ir. Se escabulló por los pasillos y escaleras del palacio. Caminó por los amplios jardines, deambuló por los grandes salones. Era observado por los guardias y nobles con insomnio.

Hasta que los Mares Sean Polvo || Nikolai Lantsov Where stories live. Discover now