Ravka

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A N A S T A S I A

Aún no comenzaba el amanecer, cuando un pequeño grupo pasaba por la Sombra; eran Anastasia, Dakarai y dos marineros más, junto a Alina y Mal. La idea no podía salir de la cabeza de Anastasia, debía de quedarse, no podía irse, sin embargo, ella ignoró toda voz interna. Se despidió de Alina, la abrazó con fuerza y le deseo toda la suerte posible, Djel sabía que la necesitaría.

Cabalgaron por gran parte de la mañana a trote, por los caminos de Ravka y bajo el sol magnífico del verano que se acercaba. Era hermoso, sus campos con flores que apenas aparecían y campos verdes, árboles a lo lejos y de los más hermosos paisajes. Ravka era preciosa. Hace mucho no veía el campo y menos uno tan lindo y limpio como ese.

Casi al medio día pasaron por lo que a lo lejos Anastasia creyó iba a ser un pueblo; y sí, lo era, pero al acercarse, antes de llegar al pueblo había un cementerio. Las hileras de tumbas se extendían una tras otra y Anastasia podía jurar que era más grande que el pueblo que había visto desde la lejanía.

Anastasia bajó del caballo e ignoró a sus acompañantes, adentrándose al cementerio. Caminó entre las tumbas. Hermano, padre, hija, madre, esposa, esposo, soldado, amigo. Los nombre eran incontables y Anastasia solo podía pensar en cuánto esas hileras de tumbas se aumentarían.

Una tras otra comenzaron a aparecer las voces como en el barco, pero esta vez eran pocas y tranquilas, lanzaban órdenes directas y firmes «Tienes que quedarte» «Esta también es tu guerra» «Ayuda a mantener el balance» «No puedes irte». Cómo si de repente se hubieran chocado todas contra una pared, se detuvieron, pero el murmullo de una permaneció en el eco «Ayúdalos, es tu deber».

Esta no era su guerra, se decía a sí misma una y otra vez. Casi podía sentir los brazos protectores de su hermano, las manos consoladoras de su madre. Podía ver a su familia y su vida en Ketterdam tan clara, pero tal lejana. Quería regresar, era lo único que quería.

Aunque, podría ayudar a Alina, podría ayudar a cambiar las cosas, podría ayudar a Grisha, podría, podría, podría... podría perder a su familia. Ahora Anastasia era Grisha, entonces tal vez sí lo era. Esta también era su guerra. ¿Debía quedarse?

—¿Anastasia? —le preguntó Dakarai detrás de ella.

—Vamos a volver —ordenó. Cuando volvió a ver el cielo ya se acercaba la noche. ¿Cuánto tiempo estuvo sumida con las voces en su cabeza, decidiendo?

Así, cabalgaron rápido de regreso y se vieron obligados a esperar, en una casa abandonada, a que los marineros con los que viajaran fueran en busca de Nikolai antes de que viajara de regreso. Anastasia había reconsiderado su decisión, pero aún tenía que arreglar los asuntos de su familia.









N I K O L A I

Estaban de nuevo en el lado Occidental de Ravka, preparando un cargamento para pasarlo por la Sombra. Uno de los marineros que envió con Anne estaba cerca, pero de forma discreta. Algo había sucedido. Su esperanza esperaba que Anastasia hubiera recapacitado y pensara en quedarse, aunque sí lo hacía Nikolai esperaba que no solo fuera una buena decisión sino que no le saliera tan costoso a él.

Cómo pudo se liberó de las personas que necesitaban de su asistencia y de su saludo y acudió al marinero. Anastasia estaba esperándolo a él y a Alina en una casa cerca de dónde estaban. Nikolai no perdió tiempo en llamar a Alina y a Mal, y escabullirse hasta donde ellos estaban que era bastante cerca.

Cuando llegaron el otro marinero estaba afuera mientras que Dakarai estaba adentro jugando a las cartas con Anne... continuaba mezclando su nombre ¿acaso así era para ella? ¿Lo llamaba Sturmhond y después Nikolai, sin poder acostumbrarse? ¿Acaso lo pensaba siquiera? La risa de ella inundaba la habitación y podía apreciarse desde afuera. Su risa, trágicamente, se detuvo cuando ellos tres entraron y Dakarai salió después de recoger sus cartas.

Hasta que los Mares Sean Polvo || Nikolai Lantsov Where stories live. Discover now