Capitulo 14

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El viaje en bote fue corto, pero aprovecharon ese pequeño descanso para poner al corriente a Narwen de todo lo que había ocurrido en su ausencia. Por su parte, ella conto sobre su persecución y sobre lo que habían descubierto con Legolas.

Observaron a lo lejos. La montaña solitaria se hacía cada vez más grande, estaban cerca, cerca de su hogar.

En la costa, la gente comenzaba a prender fogatas para que los que habían caído a las heladas aguas, recuperaran el calor. Repartieron cobijas, mientras otros recogían madera para avivar las llamas.

La gente agradecía a Bardo, muchos habían visto como este había terminado con la vida del dragón, salvándolos de la muerte. Comenzaron a verlo como un líder, al cual no dudarían en seguir. En ausencia del gobernador, quien había intentado huir con el oro del pueblo y fuera asesinado luego por el peso del dragón, creían que podría ser él quien los guiara en aquel momento donde no sabían cómo continuar. Bardo solo les dijo que se prepararan, que irían en busca de un refugio, él sabía dónde debía ir.

—Tomen solo lo necesario. Nos espera una larga marcha. —dijo dirigiéndose a su pueblo. Legolas estaba allí, oyendo las órdenes del hombre.

—¿A dónde irán? —observo al príncipe. No lo conocía pero sabia quien era. Sus hijas le habían relatado la batalla que se había producido en su casa, y que él había sido uno de los que los había ayudado.

—Solo hay un lugar. —contesto. Bardo se alejo unos pasos, mientras que el príncipe se mantuvo en su sitio. Oyó como el hombre hablaba con otro, y se refería a la maldición que había en el oro de aquella montaña. Supo que estaba decidido a ir a pedir la parte que le correspondía por haber ayudado a los enanos.

—La noticia de la muerte de Smaug volara por las tierras. Ahora otros se volverán hacia la montaña por su riqueza, por su ubicación. —Bardo frunció el ceño ante las palabras del elfo.

—¿Que sabes? —

—Nada con certeza. Es lo que temo que pueda pasar. —tenía un presentimiento, uno muy malo. Esa montaña atraería la codicia de muchos, y con ello, una guerra inminente.

El grupo formado por cuatro enanos y una elfa llegaron a destino. Todos estaban maravillados por la inmensidad de la montaña, y el bello paisaje que lo rodeaba. No corrieron, se tomaron el tiempo necesario para guardar en su retina cada detalle de aquel lugar.

Kili ya estaba bastante recuperado, por lo que pudo caminar solo, sin depender del brazo de su hermano. Bofur y Oin andaban con una gran sonrisa en sus rostros. Fili caminaba a unos pasos detrás del grupo, no había hablado mucho desde que partieron de la ciudad del lago, o de lo que quedaba de ella. Estaba en el lugar que siempre había soñado conocer, estaba con su hermano, y su tío seria proclamado Rey Bajo la Montaña, pero sentía un sabor amargo. La escena de la que había sido testigo entre Tauriel y su hermano, le había generado una gran envidia. Quería poder él también vivir esa dicha de mirar a los ojos a la mujer que amaba y abrir su corazón. Pero tenía miedo, miedo porque sabía cuál sería la respuesta si él lo hacía. Observo a Narwen quien caminaba delante, su corazón se agitaba solo con mirarla. Se sentía como un niño tonto e inexperto.

Cuando pudo darse cuenta habían llegado a las puertas inmensas del palacio de los enanos.

El interior del lugar estaba destruido. Columnas de roca maciza habían caído, se veían telas, armaduras y algunas monedas de oro desperdigadas por todo el lugar.

— ¡Hola! ¿Bombur? ¿Bifur? ¿Alguien? —grito Bofur. El lugar estaba en completo silencio.

Se adentraron en el lugar, buscando alguna señal de sus compañeros. Narwen dejo que los enanos caminaran delante, sabía que no conocía nada de la arquitectura de aquella raza y guiarlos seria como atravesar una caverna con los ojos vendados.

DestinadosWhere stories live. Discover now