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DIN DJARIN HABÍA llegado a un punto en el que no sabía qué hacer con Elena. Era consciente de que no era ideal mostrar cualquier tipo de comportamiento que ella pudiera interpretar como hostil, ya que sus emociones fluctuaban entre la alegría y la tristeza; se trataba de dos extremos.

Entre todo aquel jaleo, incluso se había dejado a Grogu fuera en el patio. Había tenido que ir a buscarlo y, afortunadamente para Din, el pequeño no parecía verse afectado por eso. Se había entretenido con los insectos que se había estado encontrando en el césped, y hasta había conseguido acercarse al gato que Elena había estado acariciando momentos antes.

Ahora que tenía a Grogu y a Elena en la misma habitación, Din tenía la sensación de que no solo estaba controlando a un niño, sino a dos, contando a Elena. La joven estaba armando demasiado alboroto en el cuarto, lo que hizo que el mandaloriano se hundiera todavía más en su silla.

Cada vez que Elena había intentado convencerlo innumerables veces de que la besara de nuevo, él la había apartado, no porque no la quisiera, sino porque sabía que la chica estaba fisiológicamente fuera de control.

El alcohol afectaba tanto al cerebro como al comportamiento; ella no tenía ningún control de sí misma. Elena no se daba cuenta de ello. Se sentía mucho más relajada, más habladora y menos inhibida, y habían desaparecido todos sus sentimientos de ansiedad.

Grogu, dentro de su 'cuna', hizo un sonido que llamó la atención de Din. Este último lo miró, soltando un suspiro. Era la décima vez que suspiraba en una hora. Había pasado solamente sesenta minutos, y él tenía la sensación de haber estado allí días, sin exagerar.

—Yo tampoco sé qué hacer —le dijo Din al pequeño.

Grogu comenzó a reír, mirando hacia delante, y ya no al mandaloriano. Din le siguió la mirada, justo para encontrarse a Elena abriendo las ventanas batientes que conducían al balcón.

—¡Que corra el aire! —gritó esta, riendo a carcajadas una vez más.

Din la miró con ojos desorbitados, completamente atónito: Elena se había quitado los pantalones y el jersey, quedándose únicamente con su ropa interior y camiseta blanca.

—Aquí hace demasiado calor —dijo ella, volteándose para mirarlo—. Ves, ¡no estoy ebria! Todavía puedo quitarme la ropa.

Elena estuvo a punto de salir fuera, pero Din la detuvo justo a tiempo. Si lo hacía y alguien se estaba paseando por los jardines en ese momento, la probabilidad de que la vieran y ella los saludara era demasiado elevada como para arriesgarse a tal cosa.

—Elena, te he dicho que te quedes dentro.

Din no podía más. La quería con todo su corazón, aunque tener que lidiar con todo aquello había sido completamente inesperado para él. Por lo menos las emociones que ella sentía eran relativamente inofensivas.

Polvo de estrellas || The Mandalorian [Libro I]Where stories live. Discover now