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UN EXTRAÑO OLOR llegó hasta sus narinas; se trataba de un olor acre, similar al del éter. Aquello hizo que Elena abriera los ojos. Estaba mareada, completamente exhausta y un tremendo dolor de cabeza le impedía pensar con claridad. Había perdido la conciencia, era evidente.

Sintió que sus párpados se hacían cada vez más pesados, como si hubiera estado despierta durante días. Le tomó varios segundos recuperar cierta lucidez. Sus ojos escanearon el lugar en el que se encontraba. Contuvo el aliento al darse cuenta de que había vuelto al mismísimo infierno. O peor. Se quedó paralizada por el impacto, luego se desmoronó.

La respiración de Elena se hizo trabajosa, sus manos comenzaron a sudar y su corazón golpeaba su pecho con fuerza. Sus ojos analizaron de nuevo aquel lugar, intentando buscar una puerta de salida, cualquier cosa que pudiera ayudarla a escaparse. Pero lo único que encontró fue una ventanita situada en lo más alto de la pared, inalcanzable para ella, que dejaba penetrar en la habitación unos finos rayos de luz. 

Las paredes tenían un color apagado, de tacto áspero y gélida temperatura, al igual que el suelo. Un silencio estremecedor reinaba en la sala.

Elena comenzó a gritar lo más fuerte que pudo el nombre de Din, con la esperanza de que fuera cual fuera el rincón de la galaxia en el que se hallaba en aquel preciso instante, él pudiera oír sus gritos de angustia y desesperación. 

—Cariño, estás bien. Estoy aquí contigo. 

Una cálida mano vino a posarse sobre el brazo desnudo de la joven. Esa voz. Esa melodiosa voz femenina. Era como una luz que se había encendido en medio de las tinieblas.

En el momento en el que giró la cabeza, vio a una sombra arrinconada en la oscuridad del lugar; la reconoció al instante. Elena no podía creerlo. Sus ojos se clavaron en los de la pelirroja, en un intento de asimilar que ella realmente estaba allí en carne y hueso. No era ninguna ilusión. Ayla realmente estaba viva y allí presente. 

—Te he echado de menos.

Tenía un aire cansado, pero su voz seguía siendo igual de dulce. No había cambiado desde la última vez que se habían visto. Su larga melena de un color parecido al del fuego seguía intacta y sus penetrantes ojos verdes le recordaron a Elena la hermosa vegetación que había visto en Sorgan.

Unas ojeras se perfilaban en su rostro terso y su mejilla derecha mostraba dos rasguños. Iba vestida con la misma túnica marrón que la última vez que se habían visto, dejando expuesto desde la rodilla hasta los pies. Elena no pudo contenerse más y saltó sobre la mujer. Esta última comenzó a reír. Cómo había echado de menos escuchar la risa de la pelirroja.

Ayla había sido lo más cerca de una madre para ella a lo largo de los años. No sabía ni de dónde venía, ni cuál era su pasado, ni nada de lo que había vivido antes de encontrarse con ella, pero había una cosa que Elena sí sabía; esa mujer había sido la única razón por la que se había convertido en la persona que era hoy.

Polvo de estrellas || The Mandalorian [Libro I]Where stories live. Discover now