- 08 -

948 105 22
                                    

Hay habilidades para todos, dicen. Que se les dan mejor unas cosas a algunos y otras a otros. Liam, por ejemplo, es bueno en identificar olores.

Sabe que Mase está estresado cuando hay ese peculiar aroma cítrico a su alrededor, o cuando tendrá un examen sorpresa por el inminente olor de burla que tienen sus profesores, e identificaba cuando su madre iba directo a regañarlo con sólo olfatear su entorno. Simplemente hay aromas que se le da bien reconocer.

Pero había uno en particular que ha estado rondando sus días y noches, uno que no podía identificar. Uno que le gustaba sentir bajo su nariz y que deseaba palpar, que dejaba sus neuronas procesando de manera diferente cada que lo sentía abundar en su sistema. Uno que provenía de Theo.

Ese peculiar olor que empezó a sentir de unas semanas hacia atrás cuando sus peleas escalaron el límite de lo pesadas a lo íntimas.

La primera vez que lo notó fue cuando éste lo tenía acorralado para quitarle unas tontas llaves de encima y fue tan efímero como inexistente, porque el ambiente estaba nublado de burla. La segunda vez que lo sintió fue de camino a casa tras haberlo echo escupirle a Nolan. Pero la tercera fue la vez en que era tanto que se abrumó: fue aquella vez en que, jugando había escalado por su regazo para hacerlo perder.

Desde entonces aquel peculiar olor se hizo indiferente a la ocasión en que viniera.

Todas esas veces dejaron de importar en número y empezaron a interesarle en materia. Ahora estaba levemente obsesionado con descubrir qué es lo que era.

Incluso, dispuesto a encontrar su respuesta, estaba decidió a entrar a la habitación de Theo.

Y es que la habitación de la quimera se considera una zona privada. No porque nunca entre o jamás lo haya hecho sin él pero, siempre tiene sus cosas en orden y acomodadas de tal forma en que simplemente sabe que Liam estuvo ahí. Aunque tampoco era muy difícil de adivinarlo; el Beta nunca fue la persona más cuidadosa de la casa.

Así estaba ese día, en la habitación del Raeken mientras sacaba su cesto de ropa sucia para dejarlo en la lavandería como lo decían las reglas de la casa. Sin mucho cuidado, cargó el cesto hasta la puerta y antes de cerrarla tras de él, decidió llevar a cabo aquella tarea interminable: buscar una sola pista de aquel olor.

Empezó por mirar en su mesa de noche: nada más allá de desodorantes, perfume, un libro abierto y un envoltorio de galletas empezado. Su cama bien tendida, zapatos en su lugar y lo único que mantenía en desorden era un cajón semiabierto de calcetines que parecía dejar a libre albedrío lo que ocurriera ahí adentro.

¡Agh, Theo!– musitó con desánimo, guardando en él los pares que sobresalían y acomodando dentro un poco de las prendas, hasta que sus dedos palparon un pequeño empaque como el de las galletas.

Extrañado, siguió buscando el origen con sus dedos. Theo era demasiado ordenado como para mezclar alguna golosina con ropa, mucho menos con calcetines si estos podrían atraer hormigas y... Oh.

Tras tantear poco más se dio cuenta que no era uno, si no varios unidos los unos a los otros, pequeños empaques que al sacar notó negros, con un peculiar bordado por los lados, tal cual como un abre fácil, y teniendo un borde prominente circular al centro. Uno que él mismo conocía bien.

Condones.

Theo tenía escondidos un par de condones en el cajón de los calcetines. Un par que él, como la rata usurpadora que era, estaba exponiendo ante él mismo y su consciencia. La idea de poder burlarse de ello le pareció tan divertida como suicida porque implicaba delatar que había estado husmeando en su habitación. Algo que no haría ni aunque le pagaran.

Juegos Inadvertidos.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora