- 04 -

1.5K 158 32
                                    

Las noches se asumen a la tranquilidad, a la calma, al descanso, a la paz. Para otros puede ser la invitación a la lujuria, al deseo, al desenfreno, al pecado.

Bueno, ninguna de esas noches era para Theo. No hoy.

El Raeken entraba más en la categoría de aquellos que se retuercen en su propia cama, siendo la burla de los que duermen pacíficamente porque su cabeza se bloqueó apenas fue capaz de abandonar la sala que compartía con el beta.

Entró en modo automático, directo a darse el baño que su cuerpo y cabeza exigían. Seguido de ello dio algunas vueltas en su habitación hasta terminar en su cama, bloqueado.

Después el recuerdo del beta jugando al lado de sus piernas, trepando por su cuerpo, el cálido aliento en su oreja y el recuerdo de su cuello expuesto ante él.

¿Fue eso normal?

Aún tenía la sensación del rubio cabello entre sus piernas cuando se había arrastrado hasta ellas. No era suave como si se tratara de un sueño, pero tampoco eran pinchos duros que picaban en su piel. Era un poco de ambos, lo suficiente para saber que estaba ahí y no poder hacer nada contra ello.

¿Lo hizo a propósito?

Porque el timbre de cada maldita frase también había decidido quedarse a torturarlo. Las palabras exactas podría escribirlas en cada maldito idioma que conociera de ser necesario, pero no sería suficiente para representar sólo lo que el tono de su voz le hizo sentir. Las primeras palabras fueron cansadas, como la calma antes de la tormenta. La tormenta que sus siguientes frases causaron en él porque eran similares a un ronroneo.

¿Lo planeo?

Quizás, pues sus ojos azules, decididos y juguetones, permanecían enterrados en su cabeza, casi obligándolo a sostener el recuerdo para analizar cada maldito detalle. Y no sólo fueron sus ojos. Fue el recuerdo de la cálida mano paseando sobre sus piernas para sostener ese rostro burlón con tal de verlo mejor. Como si del maldito lobo de caperucita se tratara. No conforme con eso, oliéndolo, tomando su camisa para comprobar que era él.

¿Él le había... ?

Es que no veía otra solución. Liam había hecho eso a propósito o era muy estúpido. Porque ambos sabían que no estaban lidiando con sólo una quimera, si no con la quimera. Y como si nada se había acercado. Se había subido hasta su oído con aquel maldito jueguito tonto, necio como solo él sabía serlo hasta obtener lo que quería y poder burlarse de ello.

¿El mismísimo Liam Dunbar... ?

Al que su corazón delató que sabía a qué se estaba enfrentando y aún así, había ladeado su cabeza dejándole ver a la quimera la piel que su camisa trataba de ocultar. Como si fuera algo indebido, sagrado, suyo y que en ese momento le estaba confiando al Raeken.

¿Le estaba coqueteando?

Al principio creyó que era estúpido si quiera por pensarlo. Pero tras analizar cada parte de ese pequeño encuentro se dio cuenta de dos cosas.

Sí le estaba coqueteando.

Lo sabía porque vio los ojos dorados, la confianza y escuchó su corazón delatando al alterado lobo que intentaba borrar todo rastro de alcohol y acónito en él.

Pero no porque genuinamente quisiera su atención en él. Si no porque la quería fuera del maldito juego.

Porque técnicamente perdió la partida y ahora tendría que hacer sus estúpidas labores por prestarle atención al beta.

Soltó un gruñido, frustrado. Perdió porque un estúpido beta le coqueteó atrapándolo en su propio juego. Eso era un peligro porque así como se había aprovechado hoy, podría hacerlo otras veces... si no es que ya lo había hecho.

Juegos Inadvertidos.Where stories live. Discover now