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Emily odiaba despedirse de su familia, pero nada podía ser eterno y las fechas especiales no podían durar cuanto ella quisiera porque no podíamos controlar el tiempo, si fuésemos los dueños todo será un maravilloso desastre por las malas decisione...

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Emily odiaba despedirse de su familia, pero nada podía ser eterno y las fechas especiales no podían durar cuanto ella quisiera porque no podíamos controlar el tiempo, si fuésemos los dueños todo será un maravilloso desastre por las malas decisiones que no nos permitirían dejar la marca, dejar un: estuve aquí, y lo arruine típicos de existir bajo la duda.

Quizá, en otra vida, seamos capaces de encontrar las huellas que dejamos en esta y por eso queremos dejar marca al precio que sea necesario, una forma de buscarnos si existe algo más, una pista invisible de recuerdos que posiblemente jamás llegarán.

Tal como prometió Alex, su ahora exnovio puso en la mesa el discurso, no eres tú, Emily, soy yo, lo escucho sin emoción alguna, ante una mirada preocupada del chico no pudo evitar preguntarse: ¿dónde estaban sus emociones?

Quizá en la noche entera que lloro o en el primero de enero, cuando el arrepentimiento llegó y observo todo lo que alguna vez fue, una relación que existía desde sus catorce años reducía a cenizas por un arrebato de ira, tristeza y melancolía estúpido, a su sobrina le encantaban los muñecos y pensar en que se deshizo de quince lindos osos cuando había alguien que sería feliz sin el egoísmo que sintió hasta las dos de la mañana con el alcohol quemando sus neuronas.

Todo para terminar en lágrimas escuchando como su hermano mayor viajaría de regreso a Boston con ella para buscarlo y golpearlo, Emily sabía que su hermano no tenía el dinero ni el tiempo para hacer lo que el alcohol le hizo prometer, aunque la idea de que su hermano, un boxeador enorme y fornido golpeara a su ex por unos minutos le encanto a su cerebro cubierto de líquido mata neuronas —como decía su padre—. Ahora le parecía tan patético como sonaba, pero esa pequeña parte que aún estaba cubierta de alcohol la regañaba por decirle que todo estaría bien cuando todo parecía ir más abajo.

—Me siento culpable —Las lágrimas le dejaron los ojos irritados hasta que llego su amiga y encontró tanta fuerza como vergüenza para dejar de llorar.

Nunca habían tenido una decepción amorosa, Alex la había pasado mal con algunas chicas, pero nada tan grave como para dejar caer una lágrima o estar tan alterada y, por el otro lado; Emily había tenido dos novios en sus veintitrés años de vida, uno fue casi a los nueve, se llamaba Ángel, aunque claro, eso pasó cuando vivía en Colombia con sus padres, terminaron durante el divorcio y cuando ella escogió irse con Jorge —su padre— no volvieron a verse, en realidad cada que lo recordaba no podía saber si se despidió o solo se fue sin dar explicación, pudo ser la causante de un dolor amoroso y nunca darse cuenta. La simple idea algunas veces no la dejaba dormir.

Después, a sus trece llegó Milo, no tardaron ni un año en formar una relación tan larga que se había roto dejándola varada.

Alex no pudo evitar el sentimiento de culpa que la recorría, pero quería a su hermano, sabía que no era una mala persona, pero forzarnos a querer, solo nos lastima y debía entenderlo en algún momento, debía entender el poder de sus decisiones y como no solo lo afectaba a él.

A Las Flores Les Gusta El Silencio ✓ #PGP2024Where stories live. Discover now