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Ridge

Aquel sábado por la noche fue similar a cualquier otro. Visité a mi abuelo en el Hospital, donde se encontraban el señor y la señora Enos, si bien yo prefería llamarlos Gin y Horatio. Ellos se hicieron cargo de Willow en cuanto me fui, ya que sabían que no era el día menos agitado como para quedarme en casa y cuidar de ella. Tampoco era como si la fuera a dejar con mi madre después de lo que había sucedido; debía hablar con alguien para que le suministrara algún medicamento más fuerte y, si no había, pediría la custodia de inmediato. Sin mencionar que llamaría a mi padre y le rogaría que se retirara de su trabajo como soldado.

Hice las compras para el departamento y dejé que Ben, el recepcionista de Oceane Ave Departments, las subiera por mí por el simple hecho de que estaba muy apurado como para hacerlo yo mismo. Aunque también tenía un poco de vagancia, por lo que aproveché cuando dijo que él podía hacerlo por mí. Monté mi motocicleta tan rápido como pude y salí disparado hacia el centro médico para personas psicóticas como mi madre.

Me anuncié apenas llegué a la estructura antigua, con paredes ruidosas y líneas negras sobre ellas, demostrando lo viejas que eran y cuánto necesitaban una segunda mano de pintura. Detrás del mostrador había una mujer que aparentaba tener treinta y ocho años, con cabello rizado hasta por debajo de sus hombros y ojos avellana. Vestía una camisa de rayas celestes; un pequeño papel anunciando su nombre, Karen, se encontraba enganchado en la tela.

Dejé que la señora me guiara hasta la sala donde mi madre debía estar esperándome hacía un buen rato junto con el mismo doctor que la había atendido desde que tenía memoria. Ambos fijaron sus ojos en mí en cuanto entré sin tocar, con apuro y el pecho subiendo y bajando a gran velocidad. Saludé al Dr. Jensen con un apretón de manos antes de sentarme en la silla negra, la cual había en cantidades en la empresa de mi abuelo, junto a mi mamá.

Ella tomó mi mano en la suya y le dio un estrujón con tal de que la mirara. Sus ojos se encontraban inyectados en sangre, las gotas negras de agua salada deslizándose por sus mejillas y tiñéndolas, como si se tratara de un río de oscuridad; en sus labios delgados no había atisbo de color, el rosa se había desvanecido como nunca antes lo había hecho y, en cambio, se vislumbraba un pálido tétrico que le recordaba a uno mismo la muerte; la culpa y el arrepentimiento eran aquellos que mandaban las facciones de su rostro. Con cada una de esas señales, supe que ella recordaba lo que había ocurrido aquella tarde en casa. Que ella recordaba haberme apuñalado y salir corriendo con un cuchillo en su mano en busca de Low.

Mi mente oscilaba entre apretar de regreso su mano para dejarle saber que estaba allí para ella o apartarla. Actué antes de pensar, removiendo mi mano a gran velocidad. Sabía que no era ella misma cuando había ocurrido todo aquello, pero no podía perdonarla tan fácilmente. Debió tomar sus medicamentos y no lo hizo, sabiendo lo que podría llegar a ocurrir. Las facciones de su rostro cayeron hacia abajo, la tristeza y decepción notable en él.

–Señora Hamilton, no puede esperar a que su hijo lo acepte con tal sencillez –acotó el doctor al notar la expresión de mi madre y sus labios entreabiertos, en busca de palabras que no aparecían en su mente.

–Es mi hijo –soltó como si eso lo dijera todo y fuera a solucionar lo que pasó–. Tiene que entender que no fue mi intención lastimarlo. Una mujer no debería llamarse madre si hiere a sus hijos física y emocionalmente, no si es a propósito. Ridge, no quise hacerlo, nunca quise lastimarte ni asustar a tu hermana.

–Lo hubieses pensado cuando decidiste saltear tus pastillas.

–Los amo, cariño, pero esto va más allá de mí.

Ella descansó la palma de su mano sobre el dorso de la mía por segunda vez, lo que hizo que el Dr. Jensen se acomodara en su asiento y le advirtiera: –No lo toque, señora. Es por el propio bien del chico –se volvió hacia mí y comenzó a explicar el procedimiento–. Hemos estado discutiendo nuestras opciones con tu madre, dos de las cuales son más que aceptables y las mejores para este caso. Anna puede internarse en el hospital psiquiátrico por unos meses: analizaremos sus signos, sus reacciones y cuál de todos los métodos que utilizamos aquí será el mejor para ella. Mientras tanto, su hermana menor, si tengo entendido tiene cuatro años, tendrá que quedarse con un mayor estable.

Ending Secrets © (Secrets #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora