27

2.2K 115 4
                                    

Iris

A veces creía que había una pequeña parte de mí decidida a luchar para tener mi visión de vuelta. Ocasionalmente, me convencía a mí misma de que mi ceguera no era una consecuencia del accidente, sino de mi cuerpo protegiéndome de la verdad, de lo que sucedió hacía ya un largo tiempo.

Algunos psicólogos muy reconocidos en el mundo en épocas pasadas afirmaban que todos los seres humanos teníamos como naturaleza mentir, mentirnos a nosotros mismos u a otros ante situaciones incómodas o desesperadas. Las personas tenían diferentes formas de defenderse a sí mismos de la verdad, entre otras cosas.

Durante la clase anterior, el profesor Fitzgerald le había pedido a un alumno que me observara y descifrara cual de todos los mecanismos de defensa utilizaba con más frecuencia. Michelle supuso que compensaba mi asqueroso aspecto físico siendo ciega.

Tal vez tenía razón o tal vez no.

Hacía bastante tiempo que no me veía al espejo como para saberlo.

Aun así, tras la pelea con Michelle, creí que sería mejor pensar e investigar con profundidad todos estos mecanismos con el fin de averiguar cuál de ellos utilizaba realmente. Después de varias páginas de un libro de psicología que había conseguido en la biblioteca pública —especialmente para personas con discapacidades como las mías—, descubrí que quizás mi accidente no había sido la causa de mi falta de visión, pues existía una pequeña posibilidad de que se debiera a mi cuerpo enmascarando la verdad con la falta de memoria y protegiéndome de las miradas de los demás al volverme ciega.

Y, cuando comprendí el peso de las palabras, me di cuenta que quería sanar el dolor y el terror de aquel evento para recordar mis últimos momentos con Lena y poder ver de nuevo.

Nunca había querido algo tanto en mi vida.

Probablemente, lo había dicho millones de veces a lo largo de mi vida. Como cuando aquella muñeca que decía más de diez frases había salido a la venta o la bicicleta a motor que todos los niños parecían tener. Nunca me di cuenta de lo estúpido que era pedir cosas como esas, tirar el dinero por una muñeca que dejarías de usar en el momento en el que una muñeca que baila y canta fuera creada dos meses más tarde. Las cosas que uno en verdad debería pedir deberían ser algo como acabar con el hambre, la paz mundial y más dinero en hospitales públicos, donde las familias con pocos recursos no pueden pagar el tratamiento de su hijo.

¿Yo?

Bueno, era afortunada.

A mis padres nunca les había faltado dinero, pero eso no significaba que fuera mimada. Ellos decían «no» a cosas insignificantes que pedía de niña, explicándome que había otros que lo necesitaban más que yo. Ellos me habían educado bien aunque, en este preciso instante, quería patalear y arrojar cosas por toda la habitación, rogándole a alguien que me devolviera la vista. Dios, Jesús, Alá... Quien fuere. Como aquellas personas que sufrían, quienes vivían en lugares rurales y con pocos recursos, o perdían sus trabajos no merecían esa clase de vida, quería creer que yo tampoco lo hacía.

Cada persona, sin importar las circunstancias, tiene una mochila que cargar. El peso dentro de ella es lo único que varía. Y, lamentablemente, mi mochila parecía muy pesada en este momento. Haber perdido a Lena fue algo inesperado y uno de las más lastimosas pérdidas que había sufrido. No haber reconocido su cuerpo junto a mis padres había sido doloroso; no haber estado consciente durante su funeral para explicarles a mis padres que le había prometido a Lena que jamás dejaría que la enterraran suponía un gran peso en mi pecho; y ser incapaz de siquiera ver su tumba cuando decidía visitarla para calmar mis nervios, miedos y deseos por recordar y descifrar la verdad, era aún peor.

Ending Secrets © (Secrets #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora