PIDE UN DESEO

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No debí intentar ser buena persona

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No debí intentar ser buena persona. A veces el karma tiene una forma curiosa de recompensarte.

No estoy seguro de a qué edad comenzaron a manifestarse mis poderes. Al fin y al cabo aquella frase era muy común, casi una expresión carente de su significado original: "Pide un deseo". Velas sopladas en cumpleaños, estrellas fugaces, una pestaña caída, peticiones de año nuevo... Siempre y cuando existiera una tradición o una superstición alrededor de ese momento yo podía intervenir.

La primera pista que me puso sobreaviso llegó cuando cumplí los 17 años. Mi madre y yo nacimos el mismo día, así que lo celebrábamos siempre juntos.

—Pide un deseo —afirmé antes de que soplara las velas.

No lo dijo en voz alta, pero yo sabía de sobra que era lo que ella más quería. A partir de aquel momento comenzó a mejorar y su supuestamente incurable cáncer remitió a los 10 días. Fue algo milagroso.

Curiosamente no hacía falta que el deseo fuera ocultado, aunque la otra persona lo manifestará en voz alta funcionaba igual. Así fue como lo confirmé definitivamente. En aquella ocasión fue un deseo de año nuevo.

—Pues quiero que me toque la lotería ¡No te jode! —exclamó mi amigo Jacke.

Unas semanas después se había convertido en la persona más rica que conocía. En ese momento lo supe, había sido yo.

Obviamente intenté concederme aquellos pequeños milagros a mi mismo, pero la cosa no funcionaba así.  Podía conceder deseos pero no recibirlos. Tampoco podía utilizarlo a voluntad, debía decir aquella frase solo en los momentos oportunos. Sin embargo, aquello no evitaba que una petición externa pudiera afectarme. Gracias a varios cumpleaños de mis padres conseguí un buen trabajo, mejor de lo que nunca me había imaginado y una salud de hierro. Siempre se habían preocupado mucho por mi bienestar.

Por desgracia no todo fueron buenas noticias. No parecía que hubiera ningún límite sobre lo que podías pedir y tampoco tenía control sobre como se desarrollaba la petición. En cuanto comprendí el poder que aquello entrañaba empecé a tener más cuidado con los deseos que concedía y a quien. Sobre todo desde que un compañero de trabajo pidió entre risas que Leslie (la secretaria) se callara de una vez. La pobre muchacha no pudo volver a hablar hasta que conseguí que ella también pidiera un deseo. Estuve muy cerca de que me pillaran.

Sin embargo con Jacke era distinto. El ya era millonario, no necesitaba nada más, por lo menos nada material. Por eso bajé la guardia. Siempre acababa concediendo sus inocuos deseos.

Estábamos en el exterior de su chalé, tirados en el césped. La ubicación era preciosa, situado en una ladera con un inmenso bosque de pinos justo en el valle de enfrente. Ambos íbamos ya un poco borrachos, al fin y al cabo era su cumpleaños. Aquella tarde había pedido poder pasar más tiempo con nosotros, sus amigos. El muy cabeza hueca no se acordaba que el día siguiente era festivo, así que fue un deseo un poco malgastado. Supongo que por eso quise darle otra oportunidad.

Estábamos observando el cielo nocturno, cuajado de miles de puntos brillantes que titilaban en la oscuridad. De repente un haz de luz surcó el firmamento. La estrella fugaz dibujó una parábola sobre nuestras cabezas hasta perderse entre las ramas de los árboles. Era la primera vez que veía una tan de cerca.

—Pide un deseo —dije sin pensarlo mucho.

Jacke se rio. Estoy seguro de pensaba que todo eso una estupidez, pero aun así lo pidió.

—¡Quiero un millón de deseos! —Exclamó con una amplia sonrisa.

Aquella sonrisa se deformó hasta convertirse en una mueca de puro terror. El cielo se iluminó como si fuera de día, mientras incontables bolas incandescentes se precipitaban hacia nosotros.

 El cielo se iluminó como si fuera de día, mientras incontables bolas incandescentes se precipitaban hacia nosotros

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