¿QUIÉN ERES?

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Decidí aprender lengua de signos para darle una sorpresa a mi padre. Así fue como descubrí que en sus despedidas de buenas noches en realidad decía: "Llama a la policía. Ella no es tu madre".

Nadie sabía que le había pasado ni qué era lo que había visto. Pero el trauma fue suficiente como para dejar a mi padre en un estado de mutismo total. Ningún médico fue capaz de ayudarlo. Desde entonces se había centrado en aprender lengua de signos por su cuenta hasta poder recuperar la voz.

Repitió los signos rápidamente: "Llama a la policía". Su cara estaba tensa en una sonrisa. El primer pensamiento que me vino a la cabeza fue el de mi madre insistiendo en que no debíamos aprender lenguaje de signos para motivarle a volver a hablar. Se me detuvo el corazón por un segundo. Eché un vistazo detrás de él. Ella estaba apoyada en el marco de la puerta, con su rostro afable de siempre ¿Se estaría volviendo loco? Tal vez lo que le traumatizó en un inicio le había dejado peor de lo que pensábamos.

—¿Llamar... —comencé.

Paré en seco al ver la cara de pánico que se había formado en su rostro.

—Vamos cariño, que se hace tarde —apremió con dulzura mi madre desde el quicio de la puerta.

—Buenas noches papá —murmuré, mientras gesticulaba por encima de las sábanas.

Todavía no era demasiado buena con la lengua de signos. Sólo le pude decir: "tranquilo". Su cuerpo ocultaba mis manos de ella así que no tenía motivos para preocuparse. Me besó en la frente antes de irse. Parecía más relajado, pero la tensión de su sonrisa no desapareció.

Aquella noche no dormí nada. La pantalla de mi ordenador lanzaba sombras distorsionadas mientras tecleaba frenéticamente. Desde la llegada de los kora y, por tanto, desde que se confirmó la existencia de vida inteligente más allá de nuestro planeta, internet estaba plagado de teorías conspiranoicas sobre aliens.Todas eran bastante descabelladas, pero había una en concreto que no se me iba de la cabeza.

Según varios testigos existían unos seres capaces de adaptarse a cualquier forma de vida terrestre e imitar nuestros cuerpos. No existía ningún nombre oficial, pero en la mayoría de sitios se referían a ellos como Kandras o Skin-walkers. Por más que intenté encontrar evidencias de su existencia todo me llevaba a la misma explicación: el síndrome de Capgras.

También era llamado delirio de suplantación y básicamente se explicaba por una desconexión entre el sistema de reconocimiento visual y la memoria afectiva. Se supone que los pacientes dejan de reconocer a sus seres queridos, alegando que hay algún mechón de su pelo que es distinto o que su tono de voz no es exactamente igual... Lo que más me llamó la atención fue que siempre ocurría con gente muy cercana a ellos: familiares, parejas o amigos.

Intenté hacer memoria, no recordaba ningún cambio reciente en mi madre y ninguno de sus amigos parecía pensar que fuera una impostora. Tal vez el trauma había hecho que mi padre desarrollara aquel síndrome. Sin embargo, ¿no tenía sentido que si alguien podía detectar aquellos cambios minúsculos serían precisamente sus seres queridos? Desde luego nadie conocía mejor a mi madre que él.

Aquella mañana, mientras desayunábamos, tomé una decisión. La semana siguiente iríamos al hospital para una revisión así que se lo comentaría al médico. Hasta entonces intentaría mantenerle lo más relajado posible, todavía seguía de baja y el reposo era lo mejor para su recuperación.

—¿Están buenas las tostadas? —inquirió mi madre.

Yo asentí enérgicamente. ¿No era su tono de voz demasiado dulce? En realidad era algo lógico, desde que mi padre había enfermado ella intentaba ser lo más amable posible, sobre todo con él. Me estaba emparanollando. Debía de ser por la falta de sueño.

Aunque intenté apartarlo de mi cabeza no podía evitar fijarme en cada uno de sus movimientos: cómo el lunar que tenía en su mejilla izquierda ascendía y descendía con cada uno de sus bocados, sus delicadas manos toqueteando rizo que siempre se le formaba en la parte baja de la nuca y sus ojos oscuros y profundos escrutando la habitación..

Todo parecía igual y aun así... Algo fallaba. De repente ya no era mi madre, era otra cosa. ¿No estaban sus ojos más oscuros de lo normal? ¿Me estaba volviendo loca yo también? ¿Era todo sugestión? Agité la cabeza enérgicamente en un desesperado intento por desechar todas aquellas ideas.

—¿Te encuentras bien cariño? —inquirió ella, con un genuino tono de preocupación en la voz.

Sonreí, volvía a ser mi madre. Solo había sido mi imaginación jugándome una mala pasada. Sus ojos tenían el tono de siempre y su caprichoso rizo seguía en su sitio; sus delicadas manos tenían esa elegancia característica y su piel pálida era familiar y acogedora.

—Sí, perdona

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—Sí, perdona. Hoy no he dormido demasiado bien...

Se me heló la sangre. El lunar. Su lunar no estaba. Mis ojos lo buscaron frenéticamente hasta que lo encontraron. Estaba en su mejilla derecha. Estaba en el lugar equivocado.

Lo que quisiera que fuera aquel ser siguió mi mirada de terror y se llevó la mano a la cara, toqueteando su mejilla. Una única exclamación de escombro salió de sus labios.

—Vaya por Dios, es que los lunares son lo más complicado.

—Vaya por Dios, es que los lunares son lo más complicado

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Sueños FebrilesWhere stories live. Discover now