Crear una vida juntos

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Nathan

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Nathan

Había logrado conciliar el sueño luego de aquella charla con mi padre, increíblemente su visita y su apoyo me había ayudado mucho para tener las fuerzas necesarias que requería para Bea. En los siguientes días no me despegué de su lado, incluso había pedido un permiso especial en el trabajo para poder estar junto a ella todo el tiempo que pudiese. Mi padre no dudó en dármelo y me llamaba todos los días para saber el estado de Bea. Había querido visitarla, pero ella no quería que nadie la vea de ese modo tan vulnerable, a penas y había aceptado que yo estuviera presente.

  Fue duro. El primer día en el hospital una doctora vino para estudiarla cuidadosamente mientras Bea le contaba con detalles sobre su pasado con las drogas, además de cuánto recordaba haber bebido anoche, la doctora sugirió, de forma pasiva y detrás de sus lentes, que lo mejor sería que se quedara internada en los siguientes días para ver cómo su cuerpo y sistema nervioso reaccionaban a la desintoxicación. Nos dijo que todo estaría bien y eso me dio esperanzas. Finalmente le recetó a Bea Doloxene, una medicación para facilitar la abstinencia.

  Una enfermera sentó a Bea en una silla de ruedas y, luego de gestionar todos los papeleos correspondientes, nos llevaron por los pasillos y ascensores hasta el cuarto del ala VIP del hospital. Le cambiaron la ropa para vestirla con una bata azul limpia y volvieron a pincharle el brazo para ponerle una vía, administrándole sueros necesarios para no deshidratarse. Emily pidió comida y cenamos juntos con Dexter en la sala. Con sus amigos, Bea se veía más calmada y a salvo. Sabía que tenerlos aquí le hacía sentir mucho mejor que estar en su casa sola con los recuerdos que podían traer problemas. Cenar y hablar con Emily y Dexter también me tranquilizó. Todos nos mostramos contentos, hasta habíamos logrado hacer bromas acerca de las enfermeras que se turnaban para entrar porque, según Dexter, querían verme.

Aunque a veces podía notar las sonrisas estáticas que hacía Bea, como si de pronto recordara algo y se veía aturdida por la idea que se cruzaba por su mente. Cuando eso ocurría, agarraba su mano con la mía y besaba sus nudillos con cariño para hacerla volver. Le repetía una y otra vez que todo iba a estar bien.

Al principio todo parecía que sí iba bien. La pequeña capsula rosada que la doctora le había recetado a Bea le ayudaba, nos repetía que el sufrimiento físico no era nada, consideraba que la cantidad de droga y alcohol que había consumido no era tanta, solo una pequeña. Pero de pronto, su cuerpo tuvo una reacción y comenzó la pesadilla.

Comenzaron los constantes dolores de cabeza. Cuando eso ocurría trataba de hacer el menos ruido posible en la habitación y permanecíamos con las luces apagadas para no molestarla. Sin embargo, los dolores no pasaban ni con la dosis más fuerte de ibuprofeno, lo que le ocasionaba terribles náuseas y vómitos. Bea terminaba enferma, temblando al lado de la taza del baño mientras que yo le sujetaba el pelo y mojaba su rostro con un paño húmedo. Aunque el verdadero susto ocurrió al día siguiente, cuando tuvo su primera parálisis. Llamé a las enfermeras de inmediato.

La noche que te conocí©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora