Min Yoon Gi es un investigador privado al que diagnostican un tumor cerebral. Sin dinero para costear la operación, no le queda más que encerrarse en casa, abandonar su trabajo y esperar a que la muerte se lo lleve. Sin embargo, cuando la enfermedad...
Marcaban las seis cuando entré en casa, a hurtadillas, empapado y con la intención de coger el botiquín curarme el enorme tajo que me atravesaba media cara. Para entonces mi padre ya había muerto y todo el pueblo estaba siendo interrogado y detenido. Yo era el único que se había librado de la hecatombe pero, lejos de sentir tristeza, lástima o lo que fuera que debía sentir, solo notaba rabia. Una intensa y profunda rabia.
Maldita sea.
Hoseok había resultado ser más valiente de lo que había supuesto y Jung Kook el ser encimoso y astuto que debí de haber eliminado en cuanto el hijo de perra de Jimin le había dado su maldita pulsera.
Jimin...
Lo había meditado todo, ¿verdad? Era un hijo de puta muy listo. No contento con haberme jodido la vida anterior ahora, incluso muerto, me había vuelto a joder. Pero no se iba a quedar así. No, de ninguna manera.
Atravesé el salón y la imagen que se reflejó en el espejo de las reencarnaciones me detuvo. Aún me impactaba ver frente a mi al chico alto, de porte elegante y rostro hermoso que me observaba con mis mismos ojos y las marcas de la soga en el cuello, marcadas como un collar de fuego. Era impresionante y también algo desconcertante saber que yo había sido el prometido de Ahn Ra.
Yo nunca hasta ahora había sido un mal tipo de modo que entendía que él tampoco debía de haberlo sido. Jamás había hecho nada sin un motivo de peso. Eso me llevaba a la conclusión de que, si había asesinado a Jimin, era porque debía de haber hecho algo para merecérselo. Y también entendía que Ahn Ra, o Yoon Gi, según quisiera verlo, estaba ciego de amor y no se daba cuenta de nada. Aunque, llegados a este punto, mi prioridad tampoco era hacerle entrar en razón. No. Para nada.
Lo que ahora quería era aniquilarles. Hacerles sufrir. Cobrarme la muerte de mi padre y la caída del pueblo que me había visto nacer. Joderles y que lloraran. Que lloraran mucho.
Lo haría bien. Me habían dado por muerto así que tenía todo el tiempo del mundo para prepararlo. Esperaría paciente y les daría la estocada justa y exacta cuando menos se lo esperaran.
Y después...
Después podría, por fin, descansar.
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Y hasta aquí llegó la historia. Espero que les haya gustado. Mil gracias a quien la haya estado siguiendo o leyendo 💜
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