IV

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El Conde de Montrose era conocido por sus mujeres, nueve en total, quienes le dieron la mala fama a él y toda su familia, de estar malditos.

Sí, así como lo leyeron, supremamente malditos.

Y es que no parecía casualidad que luego de que su primera mujer lo abandonara junto con dos niños pequeños, el Conde había enviudado  ocho veces en total en los últimos 15 años, todas al dar a luz, quedándose a cargo de diez niños en total.

Todo Londres se encontraba atento cada vez que el Conde empezaba a frecuentar bailes y reuniones, sabían que buscaba algo, una mujer nueva que muriera entre sus brazos. Y es que el Conde, a pesar de haber vivido tanto, solo tenía 42 años de edad.

Y es que a pesar de la exquisita belleza de la cual estaban bendecidos todos los Montrose, con su cabello pelirrojo, heredado por las raices Escocesas del padre, ojos azules como el mismo cielo, y por supuesto, rasgos finos y elegantes que ocapacaban a todo aquel desdichado ser que se pusiera al lado de cualquier Montrose, nadie tenía el atrevimiento de acercarse más de lo debido a la familia.

El primero en notarlo fue el mayor de los Montrose, Felipe, al llegar a Eton, todos lo miraban con temor, como si fuera ese niño de 13 años, un monstruo.

La siguente en notarlo fue Alondra, quien a pesar de tener sólo 11 años, luego de que su hermano le contara sus desdichas en Eton, se dio cuenta que sólo contaba con una institutriz, la misma Srta. Carwell que la había criada desde que era una bebé, y luego descubriría que ella no era una institutriz como tal, pero fue obligada por el Conde luego de que nadie más quiso tomar el trabajo.

Alondra, siendo consciente de la realidad de su familia, empezó a trabajar duro en aprender todo lo necesario para ayudar a la Srta. Carwell a educar debidamente a sus hermanos y hermanas.

Lady Alondra cuidaba de todos ellos sin distinción, todo el tiempo, siendo ellos su única prioridad, la larga lista de niños, todos pelirrojos, se volvieron lo único en lo que ella podía pensar.

Hasta hace tres años atrás, cuando con 17 años, el Conde Montrose decidió salir de su reclución en Escocia por la muerte de su novena esposa y presentó en sociedad a su hija mayor, Lady Alondra de Montrose.

Evidentemente para el mundo, Lady Alondra también estaba maldita, tal y como su padre, por lo que nadie, ni damas ni caballeros, se acercaron en toda la temporada a la joven, muy a pesar de su extraordinaria belleza, siendo ella cruelmente apodada por todos Lady Alone.

Fue para Alondra un respiro, en realidad, ser ignorada por todos, estaba cansada y realmente deprimida por tener que cargar con tanto sobre sus hombros y pensó que buscar ayuda lo solucionaría. ¿Y qué mejor ayuda que su propia madre?

Fue cuando, a la mitad de su primera temporada, Lady Alondra apareció sin chaperon en la puerta del mejor detective de toda Gran Bretaña, Sherlock Holmes.

Sherlock le regaló una dulce sonrisa a la bebé entre sus brazos, su cabello, a diferencia de sus imaginaciones, era de un negro azabache que lo hizo sonreír, identico al suyo, sus ojos lo miraban con curiosidad de un color gris clarísimo, y su pie...

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Sherlock le regaló una dulce sonrisa a la bebé entre sus brazos, su cabello, a diferencia de sus imaginaciones, era de un negro azabache que lo hizo sonreír, identico al suyo, sus ojos lo miraban con curiosidad de un color gris clarísimo, y su piel era del mismo tono lechoso que su madre.

—Aún no se define el color de sus ojos.—Contenta Lady Alondra de Montrose desde la puerta.—Todos nacen con ojos grises luego cambian.

Sherlock la miró con lágrimas en los ojos, a pesar de haber sido empujado casi a golpes por su hermana a llegar hasta el lugar, se encontraba fascinado por la perfeccion en persona, su hija.

—Perfecta.—Susurró hacia su pequeña hija.

—Todavía no le puse un nombre... —Alone se acercó al que algún día fue su prometido.—Yo... aquí no permiten que las madres nos encariñemos con los niños, deben nombrarlos quien los acoja.

—Podemos hacerlo, Alone.—El susurro del detective la hizo saltar,era lo último que esperaba.—Las cosas han cambiado, he invertido, sé que Tewksbury podría prestarme para conseguir un lugar más... digno.

Alone sonrió incómoda, no sabía si podía volver a confiar en él.

—Creí que el gran Sherlock Holmes no pedía ayuda de nadie.

—Luego de conocerla todo ha cambiado.—Murmura embelesado.—Mi orgullo es lo de menos.

—Vaya, supongo que tenía que nacer de ti mismo alguien que tumbara tu ego y orgullo.

La sonrisa del detective causa que Lady Alone sonría encantada. Ese era el hombre al que amaba.

—Probablemente tengamos que huir, Alone.

Alondra sintió su corazón latir con fuerza en su garganta, podía oír sus propios latidos desbocados.

—Gretna Green queda a una hora de aquí.—Susurró como un secreto.

El detective la mira con una sonrisa radiante.—Conozco un atajo para llegar a Old Blacksmith's en 30 minutos.

La mirada de la joven se apaga con lentitud, hacía varios meses, desde que habían llevado a Isabella a Londres para su primera temporada, no  había visto a sus hermanos y la promesa de volver a casa seguía latiente en su pecho.

—Mis hermanos, Sherlock...

—Sabes que jamás te alejaría de ellos, Alone, pero si tu padre se niega yo no podré hacer nada en contra de ello...

Alondra se dió la vuelta, confundida, sintiendo como toda la información se arremolinaba entre sus pensamientos y no la dejaba tomar una decisión.

—Solo podemos estar aquí un par de días, Alone. —Añadió el detective con pesar, no quería que ella se sintiera obligada a tomar una decisión.—La boda de mi hermana es en dos semanas y debemos volver para que Tewksbury y Mycroft terminen los últimos detalles.

—Yo... Lo siento...


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¿Alguna idea para el nombre de la pequeña?

LA VIDA ES BELLA| Enola HolmesWhere stories live. Discover now