Trono sangriento

27 8 3
                                    

Ranma ½ no me pertenece.

.

.

.

.

Fantasy Fiction Estudios

presenta

.

.

.

.

Trono sangriento

.

.

.

.

La comitiva avanzó por el ancho camino polvoriento, ascendiendo por la colina. Ryoga Hibiki, capitán de la caballería de Su Majestad, iba a la cabeza, siguiendo a los dos corceles blancos que montaban dos oficiales llevando los banderines de color azul, y que le servían de guía.

Cuando llegaron a la cima, Ryoga alzó la mano para que se detuvieran y los caballos relincharon, acomodándose. Él giró el rostro y observó el palacio que se divisaba en el valle a sus pies, junto al enorme y cristalino lago. Recordó a la hermosa princesa Akane, sus ojos pardos y su sonrisa franca y dulce; recordó a la mujer que ahora sería su esposa.

Alzó el brazo de nuevo, haciendo rechinar la armadura, y dio una orden para que los oficiales con los banderines avanzaran otra vez. Lentamente, se acercaron al palacio. Las grandes puertas se abrieron y los vítores y gritos de los pobladores llenaron la plaza mientras avanzaban. Pétalos de sakura se arremolinaron junto a los cascos de los caballos y rosas fueron lanzadas a su paso, mientras los soldados reían y se unían también a los cánticos en su honor, juntando los caballos para entrelazar los brazos y unir las cabezas, mezclando lágrimas de dicha y alivio por estar de vuelta en casa.

Ryoga se mantenía con la cabeza erguida y la visera de su casco alzada, pero sus ojos no veían a la gente, ni sus oídos percibían las alabanzas de ser recibido como un héroe. Lo único que le importaba, y llenaba cada uno de sus pensamientos, era la anticipación por el ver el rostro de la mujer amada, y el instante en que se unirían sus labios cuando se convirtiera en su esposa.

Más allá del patio, los guardias personales de Su Majestad abrieron las puertas dobles y anunciaron la llegada del rey Soun Tendo. Entonces se apagaron los cánticos y cesó el alboroto, convertido en un silencio solemne.

Ryoga desmontó y se quitó el casco de la armadura, haciendo una reverencia. El rey le indicó que se acercara con un gesto de la mano y él obedeció, afirmando una rodilla en el suelo ante él, como muestra de humildad. Con la cabeza agachada, Ryoga Hibiki pudo ver los pies de Akane acercarse, enfundados en zapatillas de tela roja bordadas con hilos de oro. Con delicadeza, los pequeños pies se acomodaron junto a las botas brillantes del rey, y entonces Su Majestad habló.

—Capitán de caballería Ryoga Hibiki, por haber derrotado a la legión de invasores y haber acabado con el rey del sur, Tatewaki Kuno, desde este día y en adelante, se te conocerá como el Héroe de Nerima. Que todos canten tus victorias y en tu nombre sean bautizados los vástagos de estas tierras. Yo, el rey Soun Tendo, así te reconozco.

Depositó el rey la corona de laureles sobre la melena castaña de Ryoga y lo instó a levantarse.

—Y ahora, con la frente en alto, Héroe de Nerima, te entrego a mi hija Akane —decretó Soun—, para que, en el santificado matrimonio, engendren la nueva estirpe de este reino.

Fue en ese instante que Ryoga miró los ojos de la princesa, y vio en ellos reflejados la tristeza y el horror. Porque, aún entre la multitud y los soldados buscó ella a su verdadero amor, pero no lo halló.

—¿Ranma? —fue la única palabra que pronunciaron sus hermosos labios.

Y Ryoga, avergonzado, triste, enfurecido, negó con la cabeza y la inclinó. Esa era toda la respuesta. Un único sollozo expresó entonces la princesa Akane, y se repuso con entereza, entregada a la voluntad de su padre. Entró de nuevo en el palacio junto a Ryoga, tomando su mano, para que ocuparan juntos la sala del trono, donde ahora habían puesto, junto al de oro, uno de plata.

Se sentaron los novios entonces, entre aplausos y gritos de fiesta y alegría. La mirada de Akane estaba opaca y Ryoga comprendió cuánto le dolía y cuánto lo había amado.

Y regresó a la última noche de la batalla. En medio del caos de miembros cercenados y gritos de dolor y rabia; con la sangre de amigos y enemigos mezclada en una sola, que los cubría de la cabeza a los pies después de una lucha sangrienta. Con el aire apestado a sangre y hollín de los incendios, a sudor y muerte; cuando el alba todavía no rompía iluminando el horizonte. Y recordó cómo, al saber que podía acariciar la victoria con los dedos, usó su propia espada para acabar con la vida de Ranma, su amigo, su hermano de armas.

Porque el premio de vencer era la mano de la princesa Akane, la mujer que Ranma amaba, pero Ryoga codiciaba.

Y, cuando se sentó en el trono de oro, entre los gritos de «¡viva el Héroe de Nerima!», «¡viva Ryoga, el futuro rey!», su corazón recordó que había comprado ese futuro con sangre.

.

.

.

.

FIN

.

.

.

.

Nota de autora: Esta fue la historia que se me ocurrió cuando Noham me dio la palabra «héroe» hoy. Espero que al leerla no hayan sufrido... mucho (?).

Y como siempre, agradezco mucho a todos los que me dejan un comentario: Diluanma, Vero, Gatopicaro, Bealtr, Arianne, Psicggg, Lelek, Rowen y Noham. Muchas gracias también a todos los que leen día a día, aunque no digan nada, saber que están ahí me hace feliz. Ojalá les sigan gustando los capítulos que van quedando.

Nos leemos.

Historias de primaveraOnde histórias criam vida. Descubra agora