Libro de sangre

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Ranma ½ no me pertenece.

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Libro de sangre

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Akane corría a toda velocidad. Saltó a uno de los muros que bordeaban su manzana y continuó corriendo.

—Ese hombre está loco —se dijo mientras seguía avanzando.

Llegó a su edificio. Vivía en un apartamento en la planta baja, así que dio la vuelta por el jardín y se deslizó por la ventana de la cocina. Bajó por el fregadero y se quitó el bolso que llevaba cruzado en el cuerpo. Se quitó los zapatos deportivos y esperó. Sabía que él la seguiría, aunque si alguien le preguntaba cómo o por qué, no podría haber respondido. Así como sabía que iba a llover mucho antes de que empezaran a caer las gotas, o de la misma manera en que sabía quién la estaba llamando antes de atender el teléfono o quién había llegado antes de abrir la puerta, lo sabía. Simplemente lo sabía.

—¿Nunca te has sentido diferente?

Eso es lo que le había dicho él esa tarde en la pastelería. No parecía un cliente habitual, Akane estaba segura de que no lo había visto nunca y, sin embargo, le resultó familiar, íntimamente familiar.

—¿No me reconoces? Sé que sentiste algo en cuanto me viste.

Así había insistido cuando ella terminó su turno y salió. Había tenido un estremecimiento de miedo al verlo en la salida de la estación. Pero, si era sincera consigo misma, también una chispa de interés, y una anticipación que rayaba en la excitación, lo que la asustó todavía más. ¿Quién era él? Hubiera deseado preguntarle, pero eso hubiera sido lo mismo que alentarlo. Akane sabía muy bien cómo pensaban los chicos, lo sabía desde la secundaria.

Encendió la luz al salir de la cocina hacia la sala, y alzó el rostro. Le pareció ver una sombra que cruzaba por la puerta ventana que daba al diminuto patio interior; pero era imposible, la había cerrado bien antes de irse a trabajar.

Cuando se dio la vuelta lo encontró a su espalda y estuvo a punto de dar un grito alto y agudo, pero él le tapó la boca. Sus ojos azules brillaban con intensidad a la suave luz de lámpara, la trenza se deslizó por su hombro cuando se inclinó un poco hacia adelante.

—No voy a hacerte daño, Akane —le susurró suavemente. Y a ella le pareció que hablaba en serio—. Sabes que no lo haré. Mi nombre es Ranma, Ranma Saotome. ¿No me recuerdas? Realmente, después de tantos siglos, ¿no te resulto ni un poco familiar?

Akane despegó los labios contra su palma. Cuando él aflojó el agarre, alzó una rodilla y lo golpeó en la entrepierna. Él soltó una maldición y mientras se doblaba adolorido, Akane corrió hacia un rincón de la sala y tomó su boken de madera.

—¡No me importa quién seas! ¡Lárgate de mi casa! —le ordenó en un grito, amenazándolo con el arma—. ¿Acaso no entiendes un «no»?

Él se puso de pie nuevamente y se sacudió el elegante traje negro.

Historias de primaveraTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon