Las paredes me acorralaban.
Un hogar, que nunca logró serlo.
─¿Por qué no?
Y la insistencia de querer transformarlo en uno.
─Porque es mí casa. Es peligroso tener varias copias de las llaves en manos de otros.
Por favor, Miyeon.
El dolor punzante de mí cabeza se intensificaba.
Quería desaparecer entre la oscuridad y el silencio de mis sábanas.
─No soy alguien cualquiera.
Hubo un silencio, que no supe llenar.
─Minnie.
Negué a darme la vuelta, limitándome a observar sus movimientos de reojo.
¿Cuando fue que comenzamos a hablar tan naturalmente?
─Estoy cansada─espeté sin más, queriendo terminar con todo por el momento.
Dirigí mi pie hacia la rendija de la puerta de mí cuarto.
─Minnie.
Escuchar los pasos de Miyeon acercándose me detuvo.
No te acerques Miyeon.
Hoy no, por favor.
─¿Qué?─pregunté irritada, respondiendo por fin a sus caprichos.
─Quiero vivir contigo.
Mis rodillas vencieron de golpe, sintiendo mis manos sobre el suelo al terminar de procesar aquellas palabras.
El temblor que mi cuerpo había olvidado recobró vida.
El aire se me escapaba.
Giré sobre el suelo, para afrontar.
Para afrontar aquella mirada que tanto me aterraba por cargar cosas que no merecía.
Que no merecía.
Cómo el cariño y la preocupación de tus ojos.
