Treinta y Ocho

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Alysa

-Esa niña eres tú-, ¡¿qué?! Ahora, en serio parecía un chiste de mal gusto, ¿yo siendo un vampiro? ¿No me podía haber dicho algo más rebuscado?

-Imposible-, le sonreí.

-No-, buscaba en su rostro alguna muestra de que me estuviera tomando el pelo, pero nada.

No, era imposible.

-¿Soy, soy, soy una..-. Tartamudeé. No quería creer, se me hacía más que imposible procesar aquella información, no me cabía la idea de que yo fuera vampiresa.

-No-, negó y suspiré aliviada-. Pero-, claro, siempre tenía que haber un maldito pero-. Estás en trance-, ¡claro! ¡Eso resuelve mis dudas y preocupación!-, necesitas que un vampiro te convierta y después de eso, vas a ser parte de mi familia-, me sonrió algo ¿emocionado? Creo que solo había sido mi idea. 

Lo miré espantada ante aquella absurda idea, ¿yo siendo vampiro? ¡Ja! No. Eso no estaba en mi vida, eso no estaba escrito en lo que yo viviría, eso no era para mí, de hecho, nada de esta locura me pertenecía. El único problema era que todo esto me estaba abarcando casi por completa.

-¡Pero no quiero que me conviertan! ¡Quiero seguir siendo yo!-, grité un poco alterada, ya hasta sentía cómo Damian lo hacía y eso me ponía muy nerviosa-, ya me imagino a Damian..-. Negué.

-¿Quién mencionó a Damian?-, preguntó pícaro e hizo que levantara mi cara, por un rato, el calor había vuelto a mí, sentía que mis cachetes estaban hirviendo, de seguro parecía un tomate.

-Ah-, balbuceé-, ¿seguiré siendo yo?-, traté de cambiar la tensión.

-Sí-, rió.

-Estoy segura, nunca voy a querer que me conviertan en eso-, negué y Fabian se burló.

-Ya te quiero escuchar suspirándole a Damian para, tú ya sabes-, meneó las cejas arriba y abajo y yo solo le saqué la lengua-, pronto estarás así, Aly-, carcajeó y rodé los ojos.

Hombres. Siempre tan estúpidos e inmaduros.

-Bueno, bueno, ya, deja de fastidiarme y contesta esto. ¿Estás seguro de que ellos pueden matar a Damian?-, otra vez mi preocupación nació al acordarme de que él podría salir herido, hasta podría no salir de ello.

-Son antiguos, las tienen de ganar-, asintió-, son como lo hubieran sido los míos-, ¿ah?

-¿Qué?-, pregunté y él asintió.

-Ellos, ellos murieron-, desvió la mirada.

-¿Por qué?-, sabía que no debía ser tan entrometida, pero las ganas se despertaron en mí.

-Deja de preguntar, por favor-, habló de repente.

-Lo siento-, concluí y él negó. Asentí y de pronto, nos quedamos en silencio, la había regado.

-Está bien-, habló al fin, después de haberse debatido un rato-, pero no digas nada-, lo prometo.

-No te preocupes-, le sonreí y le di la mano en forma de consuelo.

-Aquellos tiempos eran muchos más duros que los de ahora, ¿robar? ¿Engañar? Todo era penalizado con la tortura. Encima, era la época en donde todo hecho fuera de lo común, aquello que no era natural, también sufría consecuencias; las peores que te puedas imaginar; y eso le pasó a los míos: murieron en la guillotina. Lo peor es que fueron acusados por varios delitos, de traidores a la patria, y hasta de ser sangre sucias, todo porque los delataron frente a la ley-, negó haciendo puños sus manos.

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