Catorce

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Damian

-¡Basta!-, la escuché gritar-. ¡¿Podrían dejar de pelearse?! ¿Qué te pasa Damian? ¡¿Por qué haces esto?! ¡¿Qué te he hecho?!-, me acerqué a donde estaba ella y la miré serio. Me estaba jodiendo, ¿no?

-¡No voy a dejar de pelear hasta que me digas qué diablos está pasando aquí!-, dije ya harto-. ¡Yo no te estoy haciendo nada, tú me perteneces y puedo hacer lo que quiera contigo!-, dije frustrado de que no le quedara claro y sentí chocar mi cuerpo contra una superficie dura, lisa y fría: la pared.

-Así no se trata a una hermosa dama como ella-, dijo el odioso de Benjamin. ¡¿Desde cuándo defendía a una mujer?!

-Ya lo creo-, le dije con una sonrisa burlona para luego pararme y confrontarlo. Esto ni de chiste se quedaría así, yo también podía jugar su juego.

-¡¿Qué rayos te sucede, ah?!-, gritó exaltado. ¡¿Qué le pasaba?! ¿Me estaba gritando? ¿Era una tonta broma, no?

-¡¿A mí?! ¡¿A ti que te pasa?! ¡Sabes que lo que es mío nadie lo toca!-, dije y lo empujé con las manos.

-Bueno, seré el primero en romper las reglas-, habló con una sonrisa malévola. Rodé los ojos y negué con la cabeza, esto era una broma ¿no?

-Eso no sucederá porque te mataré si es necesario-, lo empujé con fuerza contra la pared y lo pateé, él se levantó y también hizo lo mismo, bueno en realidad, trató. Parecíamos dos niños peleando por algo absurdo aunque no era algo absurdo, esta vez se trataba de ella, de Alysa.

Yo lo golpeaba y él me lo devolvía. Teníamos tanta fuerza que hasta algunos huesos se escuchaban crujir. ¡Mi muñeca!

A nuestro alrededor había un pequeño charco de sangre, nuestra sangre, parecíamos salvajes pero cuando se trataba de algo que me importaba, mataba, iba hasta el final, no me importaba nada hasta conseguir lo que quería. Tenía que ser sincero.

Los gritos de Alysa eran inútiles, ella rompió en llanto y calló al suelo, fue ahí cuando me conmoví y paré en seco recibiendo un golpe por parte del idiota de Benjamin pero se lo devolví, haciendo que cayera al suelo, no me importó y quedé paralizado al ver a Alysa llorar más.. Ella estaba en forma de bolita y todo su maquillaje estaba corrido, me daba lástima pero era su culpa por estar con ese idiota, aunque, por otra parte, se veía muy tierna así.

Y como si todo estuviera en cámara lenta, ignoré a Benjamin y fui a donde ella, me puse en cuclillas y la abracé, ella no respondió y eso me dolió, aunque solo fueron unos cuantos segundos, fueron los suficientes para sentir todo su terror, su cuerpo temblaba y se erizó por mi contacto. Me causó mucha lástima, me tenía miedo.

-Suéltame-, trató decir con firmeza, aunque no lo logró.

-¿Qué?-, dije pero sabía qué era lo que había dicho.

-¡Qué me sueltes! ¡Eres peor de lo que pensaba! ¡Mira lo que le haz hecho a Benjamin!-, volteé y era cierto, estaba muy herido, estaba tirado en el piso y alrededor un gran charco de sangre. Al parecer no se recuperaba.

Ella se alejó de mí y se paró, se acercó lentamente a él y se arrodilló. La escuché sollozar y eso causó que algo dentro de mí se rompiera. Dolía.

Ahí fue cuando hizo esa cosa tan característica que me hizo tragar saliva demasiadas veces. Fue tan inesperado que hasta me hizo temblar. Ella había encontrado un pedazo de madera y se estaba haciendo una herida en la muñeca, se la acercó, levantó su cabeza y comenzó a susurrar varias veces antes de acercársela a su boca.

Él tardó en reaccionar pero al final bebió lo suficiente para poder recuperarse y sentarse a un lado de Alysa. Yo mientras tanto, estaba parado viendo aquella escena, tragué saliva desesperadamente, me enloquecía que se procurara tanto por ese. Vi que él la tomó de la cintura y los dos juntos de pararon.

Lo único que pude hacer fue agachar la cabeza. Ella no sabía lo que anteriormente había hecho significaba. Me había fallado horriblemente, con eso no se jugaba. Y las iba a pagar, no permitiría eso, pensé que sería diferente, pero me equivoqué. Iba a desterrar este sentimiento que ella causaba en mí, estaba harto de tener esta opresión dentro cada vez que la trataba mal. Acabaría con todo de una puta vez; la mataría.

Ignorándome olímpicamente, la vi salir con Benjamin apoyada en su hombro. Ellos ni me miraron al chocarse conmigo. Pude escuchar que ella lo llamo por un apodo patético, parecía de perro. <<Benjie>> -qué asco- <<claro que quiero serlo>> ¿a qué se refería?- y el muy pendejo le dijo- <<me haces el hombre más feliz del mundo>> otra vez, ¿a qué se referían?

Yo yacía solo en el sótano, me senté en el piso y luego me eché, estuve viendo hacia el techo por varios minutos, perdido en las tormentas llamadas pensamientos. Frustrado me senté en una pierna y me apoyé en la pared. Vi mis manos y estaban echas un desastre, estaban manchadas por la sangre, aunque no me extrañaba porque así siempre habían estado, siempre las veía con ese pigmento rojizo, pero nunca era mío sino de las personas que habían pasado por mis manos.

Sin prestar atención al mundo fuera de mi propio mundo subí las escaleras en total silencio, a cada paso que daba oía un crujido por parte de estas. Terminé de subir y la luz del pasillo me cegó, lo cual era muy extraño porque había dejado muy en claro que apagaran las luces si se iban a dormir.

Me adentré un poco al pasillo y sentí una sombra escabullirse por la puerta de al frente, caminé un poco más y atrás sentí cómo algo o alguien hizo mover la pequeña lámpara que tenía en la repisa, de esta cayeron dos libros que nunca me cansaba de leer: La leyenda del Cid y 50 sombras más oscuras.

-¿Me extrañaste?-, escuché a mis espaldas. ¿A caso esa voz la estaba volviendo a escuchar? ¿Era eso posible? Cuánto tiempo, sin duda.

-Ya era hora de que aparecieras-, contesté con una clara sonrisa en mi cara. Si duda su presencia me transmitía felicidad.

-Oh, cariño, ya estoy aquí-, reí al escucharla. Siempre me decía así y jugaba con mi oreja, ¡me relajaba mucho!, volteé pero no había nadie. <<Buena jugada>> pensé.

-Típico de ti, siempre te escondes-. Entrecerré los ojos divertido y miré al lugar oscuro en donde estaba casi seguro de que ella estaba ahí. Vi como salía de su escondite y me daba una sonrisa siniestra.

-¿Feliz?-, me dijo acercándose a mí despacio. La miré de arriba a abajo y sonreí. No había cambiado para nada en todos estos años.

-Sí-, dije para luego abrazarla-, te extrañé mucho, no sabes cuánto. Te quiero mucho, pequeña-, susurré en su oído. Ella amaba que hiciera eso, le causa muchas cosquillas.

-Yo más, yo más-. Dijo para luego darme un beso en la mejilla y darme una cálida sonrisa. ¡Cuánto la había extrañado!

Soy Suya Donde viven las historias. Descúbrelo ahora