En busca de Anelise

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En Francia, en 1965, vivía una chica llamada Elizabeth Johansen. Elizabeth tenía 15 años, tez muy blanca, ojos color piedra, cabello más bien lacio color negro y era muy dulce y amigable.

Su familia era de origen danés, pero se habían mudado a Francia hace 5 años, porque vivía ahí su abuela, que se llamaba Margaret, que estaba muy enferma y no había nadie que la cuidara, entonces se mudaron justamente por eso.

Elizabeth se puso muy triste cuando dejaron Dinamarca, pero poco a poco fue adaptándose y terminó por encantarle Francia. Después de todo, allí conoció a su gatita. Su gatita se llamaba Anelise, era muy peluda, toda negra con una gran mancha blanca en la nariz y en el pecho, las puntas de las patitas y de la cola también blancas y ojos amarillos. La había encontrado una vez que iba a la escuela, y ahí estaba, en la acera, solita. La abuela dijo que venía bien un gato para espantar a los ratones, y entonces se quedaron con ella.

Cierta vez, durante una mañana de invierno, Elizabeth se levantó, desayunó, fue a darle de comer a la gatita y vio que no estaba por ningún lado, cosa que era rara, porque era muy dócil y usualmente nunca traspasaba el jardín. Al ver esto, Elizabeth no perdió tiempo, le dejó la comida en el plato, se abrigó y salió a buscar a Anelise.

Después de un largo rato buscando por la calle, se dio cuenta de que había una casa que nunca había visto antes, estaba a una cuadra y media de distancia con su casa: era toda gris, de piedra, cubierta de enredaderas, los marcos de las ventanas hechos de madera, el techo negro y macetas llenas de flores en las ventanas. Paradójicamente, tenía un aire alegre y algo melancólico a la vez. Pero pasó de largo. Tenía prisa por encontrar a Anelise, aunque, ciertamente andaba muy distraída, tanto que dejó que chocara con ella un muchacho que iba igual de distraído. Era alto, tenía cabello castaño dorado, rizado, ojos azules y parecía tener la misma edad que Elizabeth. El se disculpó y le dijo que iba muy distraído. Ella se disculpó también y contándole como era su gatita, le preguntó si la había visto. El muchacho le contestó:

― Yo la he visto. Estaba trepada en un árbol de la acera de mi casa.― Acto seguido, la guió hasta el árbol, la ayudó a bajarla del árbol y se despidieron. La casa de la que hablaba el muchacho era la casa que Elizabeth desconocía. 

«Qué distraída que fui... Con que este chico vive en esa casa» pensó mientras regresaba a su casa con la gatita en sus brazos. Ya en casa, mientras acariciaba a su gatita, pensó en cuanto le intrigaba esa casa.

La muñeca Where stories live. Discover now