— ¿Y de qué podemos hablar si hay silencio?

— Dile que te hable sobre ella, o en el peor de los casos, de mariposas, entonces no habrá silencios —bromea.

— Creo que de todos los consejos que me has dado, este es el único en su sano juicio.

— Si no te gustan mis consejos, ¿por qué sigues llamándome?

— Se hace tarde, tengo que irme. Gracias por tus majestuosos consejos, adiós David —me despido y termino por cerrar la pantalla del portátil.

Al ser esta una ocasión especial, le rogué a mi madre que me confiara su coche. Ella dio un discurso sobre crecer rápido y agarró un par de veces mis mejillas. En sus pensamientos, cree que jamás he tocado a una chica y que Sam es la primera, en cierto modo lo es, pero en temas más serios estoy bastante entrenado.

Volviendo al tema del coche, a mi madre le ha costado darme las llaves y no ha faltado una advertencia de que solo será por esta vez. A veces pienso que jamás me dejaran irme de este lugar. Últimamente intento ser diferente con ellos, no quiero que lleguen a tratarme como el padre de Sam lo hace con ella, o como le hicieron a Tyler. Ellos me tratan como su mayor tesoro y tengo que dar gracias por tenerlos en mi vida siempre ayudándome en todo lo que buenamente puedan. Si no me quieren dejar el coche o comprarme uno, entiendo que forma parte de su educación. Las cosas se obtienen si pones esfuerzo y dedicación en conseguirlas, y si aun así no lo obtienes, es porque no estaban destinadas a ti.

Cuando finalmente me veo lo suficientemente preparado y con las llaves en la mano. Salgo de casa en dirección de la gran mansión de los Van der Walt. El camino desde mi casa no es largo y me lleva unos minutos estar frente a la gran verja, aunque aún sea temprano de la hora acordada. Le dije a Sam que me esperara fuera, no me gustaría enfrentarme a los guardaespaldas y ni mucho menos a su padre, pero como aun no es la hora, es normal que no esté. En cuanto mi reloj marca las seis en punto, Sam aparece con uno de sus vestidos al vuelo, tan florido como siempre, con sus zapatillas andrajosas y su mochila. Es como estar en el mismísimo cielo. Ella viene a mí con su preciosa sonrisa, y cuando sube al coche me estampa un beso en mis labios.

Ejem... Chris, eso no está ocurriendo.

Calla consciencia, mi imaginación no tiene límites.

Por supuesto que no ha tenido ni la más mínima intención de hacer algo parecido a un beso. Ni en mis buenos sueños. Lo único que hace es abrir la puerta del coche y meterse dentro a la vez que me saluda sonriente para después colocarse el cinturón de seguridad. Le devuelvo la sonrisa, la única diferencia es que la mía es la de un estúpido enamorado.

— ¿A dónde me vas a llevar a cenar? —cuestiona mirando por la ventana.

— Pues es una sorpresa, cuando lleguemos lo sabrás.

— No me gustan las sorpresas, prefiero saber a dónde voy a ir.

— Sam, créeme que una sorpresa es algo bueno. Está bien saber cosas, pero hay veces que es mejor no esperar lo que te vas a encontrar.

— ¿Y si es algo malo que pueda evitar que suceda?

— Nunca te enseñaría nada malo. Solo te queda creerme si confías en mí.

No estoy muy seguro de haya comprendido lo que quería decirle, no se ha quedado muy conforme y comienza a rascar su muñeca con la mano, señal de que está nerviosa. Mierda. Pero solo debe esperar un poco más, de verdad me gustaría ver su expresión.

Finalmente, al llegar, aparco en un lugar algo alejado y tengo que decir que después de tiempo sin hacerlo, lo he hecho bastante bien. Mis padres estarían orgullosos, aunque no tanto como lo estuvieron con mi hermano, a él le aprecian mucho más que a mí, sobretodo mi padre, ya que ambos tienen más cosas en común. En fin, supongo que tendré que aguantarme viviendo a su sombra.

Enamorando a SamWhere stories live. Discover now