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El terror era real, y como si fuese una verdad universal, Montbretia lo asumió: existían hombres así de estúpidos. 

Sonriéndole con todos sus dientes, confiado y galante, Doflamingo sacó pecho y se sonrojó en su pavoroso actuar de conquista. Algo como esto solo podría funcionar del todo bien en su cabeza.

Montbretia en su experiencia como pirata Kuja, luego Emperatriz Pirata Kuja, no se habría topado hasta ahora con un espécimen como ese. Atónita y llena de estupor por las vulgares y extravagantes acciones del idiota. Puso el grito en el cielo. —¡Sáquenlo de mi vista!— su mano destrozó el apoya brazos de su robusto asiento. Ese hombre le puso los pelos de punta como ningún otro antes. 

Cubrió su expresión con una de sus manos, dicha acción era expuesta cuando ella estaba repleta de la más repugnante ira. Sus doncellas no veían esa gesto en años. 

Todas sin excepción lo quitaron de su vista como la gobernante ordenó. Lo esposaron y arrastraron a las catacumbas del palacio, solo quedando un puñado de doncellas y el hermano del abominable esperpento de atroz tamaño, llorando en el suelo con la cabeza ojalá cada vez más enterrada en la tierra. Lleno de vergüenza ajena. 

Era su propia sangre y no lo reconocía. 

La Emperatriz necesitó de unos largos minutos de silencio para limpiar su mente, sanar su vista y recomponerse. Estiró sus dedos y su kisaru fue encendido a la brevedad. Solo bastó con agitar sus manos, puesto que sus doncellas hicieron todo. —Traigan papel y plumas para comunicarme con el otro espécimen. 

Fumó casi compulsivamente debido al estrés. 

Con papel y pluma a la disposición del hombre lloroso continuó lo que intentó hasta ahora, por tercera vez. 

—¿Qué tripulación pirata son?— La primera información confiable.  

<Donquixote> Escribió a la brevedad el arrodillado. 

Monbretia con un solo movimiento hizo traer lo periódicos guardados con el nombre de la tripulación de los Donquixote. —¿Quién es tú capitán?— Tenía que saber si podía tratar con algún ser pensante y no impedido. 

<Es mi hermano, a quien acabas de expulsar> La cara de eterna vergüenza se vio reflejada en los dos interlocutores. 

Definitivamente pasaría a la siguiente pregunta y así continuar con el interrogatorio. No iba a perder tiempo hablando con un fenómeno. —Un grupo de reconocimiento de mis mujeres ha desaparecido, ¿Tienes alguna idea de dónde podrán estar? 

<En nuestro camino no nos topamos con ningún grupo de Kujas hostiles> Escribió rápido <Pero arribamos hace bastantes horas y deambulamos por mucha selva antes de contactar con las aldeanas que celebraban> Aquella información iba a corraborarla más tarde con su Guardia real. 

La Emperatriz leyó con atención las noticias del alucinante, violento y nefasto paso de los tripulantes de la banda Donquixote. No quería tenerlos un minuto más en su isla. Se puso de pie mientras continuaba leyendo el diario, tenía que encontrar una solución que satisfaciera tanto su orgullo como a sus subordinadas, meditó. 

—¿Hay alguna forma de negociar y tener a mis mujeres de regreso?

Rosinante lo pensó. De tener a un grupo de Kujas cautivo en el barco, en ese caso, probablemente habría sido cosa de Trébol. <Negociar con cambiarlas por el capitán, tal vez>

Su orgullo le decía que debía acabar con estos hombres solo por pisar el suelo sagrado de su isla, una tierra únicamente habitada por mujeres. Su paraíso personal.

Mi Emperatriz.Where stories live. Discover now