Capítulo 35

171K 10.7K 839
                                    

Camila y Amelia desaparecieron de prisa sin decir nada, ya no había nada más que decir, todos éramos conscientes de las consecuencias de lo que yo acababa de hacer, las mismas que eran mortales, pero aun así no tenía miedo, en mí no existía el menor ápice de él; tal vez se debía al hecho de que me habían sucedido bastantes cosas en los últimos meses que ya no entendía el significado de aquella palabra.

En lo único que podía pensar era la incesante molestia que era mi corazón no tan muerto que se sentía destrozado, frío y lleno de rabia y también de dolor.

No le desearía a nadie este sufrimiento, esta agonía que de no ser por Hadrien no podría soportarla; me pregunté cómo pude hacerlo él, cómo pudo seguir después de pasar por este dolor. Sinceramente yo no habría sido tan valiente, tan fuerte.

Comprendí un poco su carácter, su frialdad, porque hace apenas unos momentos yo la había sentido en carne propia. Ese sentimiento de que no importa nada, que da lo mismo si asesinas o hieres, simplemente no sientes empatía, no sientes absolutamente nada.

Al menos yo pude descargar mi rabia contra la persona que me causó este dolor, pero ¿y Hadrien? Él no pudo hacerlo, porque su sufrimiento fue provocado por él mismo, pero se dejó dominar por el odio y la furia que se anclaron en su corazón y siguió adelante como un ser despiadado, el mismo que conocí y desgraciadamente seguía siendo. Sin embargo, ahora que pasaba por lo mismo podía entenderlo, comprender el porqué de su comportamiento y más que nunca lo perdoné por el pasado, incluso cuando esto no era del todo una justificación.

Volví mi atención a él, estaba preocupado, lo sabía, lo veía en sus ojos; él era el Gobernador, eso significaba que sería el encargado de castigarme, de matarme, de cumplir con el reglamento.

—Haz conmigo lo que tengas que hacer —dije con la mirada perdida y la voz trémula—, es tu deber hacer cumplir la ley.

Frunció el ceño como si no comprendiera mis palabras; sacudió su cabeza y se acercó a mí a paso lento, mientras que yo lo miraba ausente, perdida, rota.

Al llegar a donde me encontraba, tomó mi rostro entre sus manos con sumo cuidado como lo hizo con anterioridad, pasando sus dedos por mis mejillas llevándose en las yemas parte de la sangre que las cubría.

Me obligó a mirarlo a los ojos y al verme en ellos por un instante el dolor se fue.

Me sumergí en la profundidad de su mirada, atrapada por la oscuridad que emanaba, era intensa y demandaba mi atención; sus brazos cerniéndose alrededor de mi cuerpo me sostuvieron, me calmaron, me hicieron sentir de nuevo completa.

No necesité nada más que sólo la mirada de mi vampiro que me hacía saber que todo estaría bien, que estaría conmigo para pasar por este dolor, por las pruebas que vendrían y todo lo malo que nos esperaría.

Me detuve a pensar que si se tratase de Hadrien, que si fuera él quien estuviese muerto, probablemente yo estaría buscando una manera de morir y seguirle.

Ya no veía mi eternidad sin él.

—Tenemos que irnos —dijo al fin. Parpadeé desconcertada ante aquellas palabras.

¿Irnos? ¿A Inglaterra para recibir mi castigo? ¿O tal vez a algún lugar para escapar de aquí? Por un momento me sentí triste al pensar que él elegiría la primera opción.

—No me opondré a que me castiguen, porque no me arrepiento de lo que hice —susurré sin el menor temor.

—Veo que no has escuchado nada de lo que te he dicho. —Le devolví una mirada confundida—. Eres mi vida, Gabrielle, no voy a permitir que te lastimen nunca.

A tu lado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora