Capítulo 3

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Me deslicé fuera de la cama y me dirigí al baño, al entrar encendí la luz y observé mi reflejo en el espejo, notándome demacrada y más pálida de lo habitual.

Bajo mis ojos unas pronunciadas ojeras se hacían presentes, similares a las manchas oscuras que deja el delineador después de correrse.

Me toqué la mejilla que estaba roja y caliente y ni siquiera empleó suficiente fuerza, no me quería imaginar lo que me haría si la utilizaba por completo.

Mi vista se fijó en mi cuello donde dos pequeños orificios rodeados por un hematoma cubrían mi piel como una enfermedad contagiosa que no provoca más que repugnancia y el deseo ferviente de desaparecerla.

Ésa era la marca de los colmillos de Hadrien en mí, y la odiaba.

Abrí el grifo y eché un poco de agua a mi cara, aliviando un poco el calor de mi mejilla; también mojé mi nuca masajeando con suavidad, me sentía cansada.

Salí del baño momentos después y para mi pesar me encontré de nuevo con tía Margaret, quien me miraba con lástima, como si estuviese yendo a la misma horca. Ella estaba resignada y segura de que yo haría todo lo que Hadrien ordenaba, pero se encontraba muy equivocada.

—Debes aprender a obedecerlo —sugirió en voz baja, moviéndose por la habitación con lentitud, luciendo como un fantasma.

—No quiero y no lo voy a hacer —repliqué molesta.

—Gabrielle, por favor, si lo haces las cosas para ti serán más fáciles. —Apreté las manos en puño y le dediqué una mirada cargada de rabia y enojo.

—Puede romper todos y cada uno de mis huesos, pero no me casaré con él. —Ella soltó un suspiro cansino, acortó la distancia que nos separaba en cuestión de segundos y luego me tocó la mejilla con cuidado, otorgándome cierto alivio al sentir su frialdad contra mi piel.

—Tienes que aceptarlo. Mañana será tu fiesta de compromiso, los vampiros más importantes estarán aquí —dijo como si fuera tan fácil.

Negué. ¿Una fiesta? ¿Hablaba en serio? Por supuesto que yo no iba a asistir, al menos no por voluntad propia.

—No pienso salir de esta habitación —espeté cruzándome de brazos, apartándome de su caricia.

—No quiero que te haga daño, por favor, Gabrielle —murmuró con pesar.

No dije nada más y me alejé de ella. No quería tenerla cerca, tenía mucho resentimiento hacia su persona. Ella permitía que ese ser despreciable me hiciera daño y me mantuviera encerrada aquí.

Le di la espalda y ella entendió la indirecta. Sólo quería estar sola.

La oí cuando salió de la habitación. Y ya que estuve sola me acerqué a la ventana, mirando hacia el exterior. No tenía nada que hacer aquí, a este paso me volvería loca por el encierro si es que ese vampiro no acababa conmigo primero.

Mi vista fue hacia el jardín, observaba los detalles del mismo. Había una especie de laberinto con arbustos y flores, flores de distintas formas y colores, con árboles frondosos y tupidos de hojas verdes que se movían al compás del viento; y en medio de toda esa hermosura una enorme fuente de agua que se veía antigua. Inevitablemente me entraron unas ganas enormes de caminar por ahí.

Fui hacia la puerta, pero estaba cerrada. La golpeé y grité para que alguien me escuchara, lo que funcionó. En menos de dos segundos Marco apareció frente a mí. Su mirada amable se posó sobre mi persona y con gesto paternal formuló su pregunta:

—¿Qué sucede?

—¿Podrías traerme algo para leer? Estoy muy aburrida. —Él me sonrió asintiendo con la cabeza.

A tu lado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora