Capítulo 13

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Una semana más transcurrió, una semana en la que no tuve noticias de nadie; Tía Margaret no había venido a verme, mucho menos Hadrien, y yo no era lo suficientemente valiente como para salir e investigar por mi cuenta qué era lo que sucedía a mi alrededor.

Sin embargo, la desesperación me hastiaba, veía vacilante la puerta y mis dedos se movían ansiosos contra la cama, presionándose contra ella como si estuviesen entonando una melodía sobre las teclas de un piano.

No pasaba nada si salía, Hadrien no me lo prohibió y aunque lo hubiese hecho, ciertamente no lo obedecería. Era ridículo que creyera que podría mantenerme encerrada aquí dentro sin comunicación con el mundo exterior. Me volvería loca, esto parecía una cárcel, incluso al estar forjada en oro no dejaba de serlo.

—Saldré, estoy harta de esto.

Hasta mi voz sonó extraña cuando hablé, como si en realidad no lo fuera, como si le perteneciera a alguien más.

Me puse de pie y dejé a Luz sobre la cama quien se mantuvo entre mis brazos sin hacer el menor ruido, ella sólo quería descansar.

Me dirigí a la puerta y salí hacia el pasillo, volví la cabeza de un lado a otro, de derecha a izquierda, sin ver nada extraño y sin percibir un sólo sonido.

Todo estaba tan callado y desierto, lo que en cierta manera me sorprendía, dado que los guardias de Hadrien siempre se hallaban cerca.

Caminé con rumbo a la sala bajando despacio los escalones sin hacer ningún ruido, de nada me servía el actuar sigilosa, después de todo el latir frenético o pausado de mi corazón me delataría, hasta el efímero susurro que causaba mi respiración cuando se desplazaba por mi nariz.

Entretanto, un suave sollozo me sorprendió, un sonido lastimero y sutil que, al ser tan delicado, hasta al punto de parecer fingido o actuado, me hizo saber sin que me cerciorara de ello con mis ojos, de que provenía de una mujer.

Mi instinto me sugería detener mis pasos, dar media vuelta y volver a mi habitación, me lo gritaba casi golpeándome en la cara para que reaccionara. Pero la curiosidad me venció, llevando a mis pies a moverse más deprisa hacia el sitio donde creí, se encontraba aquella mujer.

Cuando hube llegado, mis pasos cedieron de golpe, un ligero espasmo recorrió mi cuerpo y me obligó a retroceder una escasa distancia, mientras que, mi espina dorsal experimentaba una sensación helada, tan fría que llegaba a quemarme la piel. Extendiéndose por toda mi espalda hasta mi nuca, y como si aquella frialdad poseyera fuerza, empujó mi lengua que luchó fácilmente contra mis dientes que cedieron enseguida para así liberar un jadeo audible y claro que puso en alerta a los dos vampiros que yacían frente a mí.

Hadrien, en primer momento sin notar aún mi presencia, cernía sus brazos alrededor del cuerpo de Amelia, que sacudiéndose por los espasmos del llanto que la atacaba, asía sus manos contra la piel de mi vampiro. Se presionaba contra él, atrapándolo cuando intentaba retroceder. Parecía una víbora constrictora engullendo a su presa.

La imagen me dejó algo confundida y furiosa, ni yo misma entendía esto último. Me sobrevino una furia súbita que me fue imposible ocultar, y en aquel instante el que ambos notaran los sentimientos que afloraban mi piel, me resultó irrelevante.

—Hadrien —mencioné su nombre con amargura sin que de sus labios brotara una sola palabra. Su semblante se mantenía exánime y el de Amelia era una mezcla entre furia y deseos asesinos.

—¿Qué haces fuera de tu habitación? —Me reprochó molesto apartándose de Amelia.

Fruncí el ceño, notablemente molesta ¿De verdad era lo único que me diría?

A tu lado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora