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Antes de nada, pido perdón si hay letras sueltas o cosas raras en este capítulo. Acabo de cambiarme de ordenador y no controlo el teclado, por lo que se me escapan algunas letras sin querer😬🥲

Damien

Sabía de sobras lo que Olimpia me iba a decir ese día en la inauguración del hostal de mi cuñado. Hice lo que hice consciente de que, al acabar, me daría puerta. Fue una despedida extraña, dolorosa y bonita a la vez; y me gustaría decir que no me había afectado, porque siempre había sido fácil para mí las rupturas, pues todas (pocas) habían sido amistosas y por acuerdo mutuo. Sin embargo, esa era una "ruptura" unilateral, por lo que sí me había dolido. Sí me había afectado. Sí me había tenido noches dando vueltas en la cama. Sí me había hecho pasar por delante de su casa y querer entrar para ver qué tal estaba.

Aun así, entendía las razones por las que Olimpia quería distancia.

Había estado en una relación de diez años con un incompetente de mierda y lo último que querría sería meter de nuevo a alguien en su corazón. El miedo a sufrir de nuevo suele hacernos más daño que un corazón roto, por lo que todo el mundo actuaba cómo mejor sabía.

Olimpia me había pedido que no la esperara, pero como yo acostumbraba a hacer lo que se me venía en gana, me lo pasaría por donde todos sabemos. También entendía el porqué no quería que la esperara; ella sabía mis planes de experimentar, conocer a gente, viajar... Pero, ¿por qué no podía compartir mis planes con la persona a la que quería? ¿Por qué no podía compartir mis planes con Olimpia?

Respeté su espacio un mes entero. Llevaba una vida normal y corriente, parecida a la que llevaba antes de conocerla a ella y que pusiera mi cabeza y mi corazón patas arriba. Sin embargo, no dejaba de pensar en ella y en prepararme mentalmente el discurso que le daría cuando reuniera el valor de ir a verla. Porque, sí, le había dado espacio, pero en nuestra despedida no le dije todo lo que quería. La tensión del momento post-sexo y pre-ruptura me tenía casi paralizado, aunque ya supiera a lo que me atenía.

Le soltaría todo lo que necesitaba y me iría. Entonces la pelota seguiría en su tejado, pero yo ya me habría liberado.

―¿Qué tal vas? ―me preguntó Leah, sentándose a mi lado.

Había quedado solo con ella para tomarnos algo en el pub irlandés de siempre. Ella ya había acabado sus exámenes finales y los chicos y yo estábamos en ello. Por esa razón Connor y Peter no estaban con nosotros ese día, porque estaban estudiando. Yo tenía el cerebro frito y necesitaba salir un poco y dejar de pensar en todo.

―Ahí voy. Toma, esto es para ti.

―Gracias, guapo ―respondió mientras agarraba la cerveza que le acercaba y que le había pedido para ella en cuanto llegué―. ¿Cuántos exámenes te quedan?

―Cinco. Más la exposición del proyecto final.

―Bueno, ya queda menos. Piensa que, en cuanto acabes, adiós a los estudios después de veinte años sin parar.

―Sí, pero ahora viene el mundo laboral y la vida real, que es más jodida que cuatro exámenes.

―Llevas vida adulta desde que comenzaste la uni, Damien, no te pongas dramático.

Me sonrió tras la jarra y bebió un largo trago. Le quedó un bigote de espuma que limpió con su lengua.

―Ya ―admití―, pero eso no quita que ahora vaya a tener un trabajo en el que no podré saltarme la primera hora para quedarme durmiendo, que tendré que estar pendiente de haber pagado las facturas y los impuestos, que...

―Tío ―me interrumpió―, para. Ya tendrás tiempo de preocuparte. No añadas más preocupaciones, no te hacen falta. Entre los exámenes, el proyecto final, lo de tu madre y lo de Olimpia, acabarás loco. Sé que te pone cachondo darle vueltas a tus problemas, pero basta ―bromeó.

Lo bueno de lo prohibido ©Where stories live. Discover now