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nota importante al final del capítulo

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Damien

En mi casa nunca habíamos celebrado las Navidades muy por lo grande. Nos limitábamos a comer en familia alguno de los días más señalados, pero poco más. Los regalos ya nos los hacíamos a lo largo del año, el cariño lo demostorábamos antes, durante y después de esas fechas, así que eran unos días normalitos. Lo único que variaba era que yo estaba en casa de mi padre y Oscar, pues durante el curso no podía permitirme pasar cada día por allí.

Era todo muy distinto que en casa de Olimpia.

Nadie caminaba con tiento para no irrumpir mi sueño o mi trabajo. Todos eran escandaloso y no se cortaban un pelo a la hora de poner música a todo trapo, actividad que mi padre adoraba. Más de una vez me lo había encontrado bailando en el salón. No entendía cómo los vecinos de las casas colindantes no se quejaban o llamaban a la policía.

Echaba de menos la tranquilidad del barrio en el que vivía.

Echaba de menos tener a Silver en los pies constantemente.

La echaba de menos a ella.

A mitad de semana mi hermana vino a casa a comer junto a Marco y, al acabar, decidimos ver una película y luego ir los tres al centro de Manchester a merendar. Yo no solía merendar, ni tomar el té, ni ninguna cosa similar, pero mi hermana lo adoraba. A las cuatro y media nos montamos los tres en el coche de Marco y nos llevó a Market Street, una de las principales calles comerciales de Manchester. Por lo visto, una amiga de Linda tenía una cafetería y solía ir allí a tomar el té las tardes que no trabajaba.

―¿Le has dicho ya a Olimpia que te acompañe a la boda? Mira que quedan dos semanas ―me dijo Linda cuando bajamos del coche.

―No empieces ―pedí―. Ella tiene novio y yo voy a ir solo.

Puso los ojos en blanco mientras agarraba la mano de Marco.

―Se gustan ―susurró a su futuro esposo.

―Ya me lo has dicho. Déjalo, que haga lo que vea conveniente, no le presiones, cielo.

―No lo presiono, solo aconsejo.

―Los dos sabemos cómo son tus consejos ―rio por lo bajo.

Ese día no nevaba, aunque sí que tenía toda la pinta de hacerlo en unas horas. Nos dimos el lujo de pasear y no de correr, que era lo que últimamente debía hacer todo el mundo para no empaparse.

Ya en la cafetería nos sentamos en una de las mesas de la cristalera que daba a la calle. Me pedí un café con leche y dos trozos de tarta de chocolate; con un solo trozo ni siquiera lo notaría.

―Cuando acabemos quiero que me acompañéis a por algún vestido para llevarme al viaje, que solo tengo cinco.

―¿Más vestidos? Linda, nos vamos cinco días y solo tienes un torso...

―Necesito uno de emergencias, Marco ―se quejó.

No se le podía decir que no a Linda a lo referente a la ropa, así que accedimos.

Nos pusimos un poco al día de lo que habían hecho durante los últimos días, pues ambos habían tenido tres días festivos y se habían marchado a ver a la familia de Marco al sur del país. También hablamos del hostal, que ya estaba construído y solo faltaban unos últimos detalles antes de poder comenzar con la decoración, de la cuál se encargaría Olimpia.

Por lo visto ya habían comenzado a trabajar en ello vía online y Marco estaba encantadísimo. Linda también, por supuesto, no hacía falta ni aclararlo.

Lo bueno de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora