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Olimpia

Decidí que el sábado era un buen día para tomármelo libre y no trabajar. Llevaba unos días con muchas reuniones y visitas a ciudades cercanas, por lo que necesitaba un día de hacer lo que quisiera y no caminar solo por el trabajo. Incluso me permití el lujo de despertarme a las nueve de la mañana. Me di una ducha con Michael aún en la cama y decidí tomarme mi tiempo para ello. Me sequé bien el pelo y fui a ver con qué me vestía; al final elegí unos pantalones negros de tiro alto y pata ancha, un jersey de rayas horizontales blancas y negras cuyo bajo metí dentro de la cinturilla del pantalón, y unos botines negros. No me maquillé mucho, solo un poco de máscara de pestañas. Agarré mis cosas y a Silver en brazos, y bajé poco a poco y en silencio hacia la planta baja para prepararme el desayuno.

Dejé mis cosas en la mesa del salón y fui con mi gato a la cocina, donde sorprendentemente me encontré con Damien. El día anterior apenas lo había visto porque yo había estado fuera y él había tenido prácticas. Solté a Silver y no fue hasta que maulló que él se dio cuenta de que estaba allí.

―Buenos días ―sonrió mientras le daba al botón de la máquina de café para llenarse la taza.

―Buenos días, Damien

Damien me ponía de muy buen humor y me hacía sentir algo más segura; era como mi confort en la casa. Desde que Michael había perdido el trabajo, parecía más ausente y me sentía... sola. Damien hacía que no me sintiera así. Recibir un mensaje suyo solo diciéndome que me había dejado una fiambrera con algo de comida los días que volvía tarde, verlo dormido en el sofá, encontrármelo cada día en la cocina durante el desayuno y charlar de nuestros asuntos... Eran simples cosas que me ponían feliz y que no sabía que necesitaba tanto.

Se estaba convirtiendo en una especie de amigo.

Y me daría mucha pena que tuviera que irse en unos meses.

―¿Hoy también trabajas?

―No, hoy y mañana me tomo los días libres.

―Podrías haber aprovechado para quedarte más rato en la cama...

―No podía dormir más. ―Sonreí un poco y acepté la taza de café que me ofrecía―. Gracias.

―No es nada. ¿Tienes planes?

―No, ni uno. ¿Y tú?

―Sí, tengo que ir ahora a probarme unos trajes para la boda de mi hermana. Se casa a principios de enero y quiere que sí o sí tenga ya el traje.

―Oh, ¡qué bien! No queda nada, entonces.

―Tres semanas.

Hice un recuento mental y lo miré.

―Llevas aquí un mes, prácticamente, y parece que fue ayer que llegaste.

―Cierto ―murmuró. Le dio un sorbo a su café y me miró a los ojos―. ¿Te gustaría acompañarme y aconsejarme?

Alcé mis cejas sorprendida.

No esperaba esa propuesta.

Pero no negaré que me apetecía mucho.

―Claro, me parece perfecto.

―¡Genial! ¿Desayunamos y nos vamos?

Asentí con la cabeza.

Desayunamos juntos y, como siempre, charlamos de muchas cosas de mayor o menor importancia. Siempre descubríamos cosas nuevas del otro cada mañana. Había descubierto que su postre favorito era el tiramisú, que era muy cariñoso y siempre se reprimía porque no quería asustar a nadie, que no le gustaba demasiado el alcohol y odiaba el tabaco, que no iba al gimnasio porque le entraba sueño siempre que lo pisaba, que prefería los gatos a los perros, que la relación con su madre en esos momentos era complicada... Y él también había descubierto muchas otras de mí.

Lo bueno de lo prohibido ©Where stories live. Discover now