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Damien

Las vacaciones de Navidad llegaron, aunque para mí no acababan de serlo porque tenía que estudiar para los exámenes de la vuelta. Qué mala manía tenían algunos profesores con ponernos los exámenes a la vuelta de las vacaciones. Lo peor es que tenían el descaro de desearnos unas felices vacaciones el último día que nos veíamos.

Caras más duras que el cemento.

Era viernes y yo había tenido mi última clase a las diez. A las once ya estaba fuera. Me gustaría haber hecho lo de cada año: salir a tomarme algo con mis amigos para celebrar que por fin teníamos un par de semanas de "vacaciones". Pero no podía ser, porque no teníamos el mismo horario y a ellos aún les quedaban clases, por lo que habíamos quedado por la tarde.

Caminé hasta casa y en unos pocos minutos llegué. Allí no parecía haber nadie. Saludé a Silver que vino en mi busca, subí rápidamente a mi habitación para ponerme ropa más cómoda, y bajé con mi ordenador portátil en la mano para repasar algunos apuntes.

―¿Qué hay?

Me giré rápidamente y vi que de la cocina salía Michael con una taza de café. No me extrañaría mucho que se hubiese despertado a esa hora. Probablemente se acabaría la taza de café y se iría a tomar algo con sus amigos, como siempre.

Era incapaz de describir la impotencia que me provocaba Michael.

―Buenas, Michael ―saludé cortés, como siempre, sentándome en la mesa del salón.

―¿No tienes clase hoy?

―Las he acabado ahora mismo. Hasta principios de enero ya no vuelvo.

―Ah, guay ―asintió con la cabeza mientras se apoyaba en el respaldo de una de las sillas―. ¿Vas a irte con tu familia?

―Esta semana siguiente aún no, porque ellos se van a marchar a Irlanda a ver a la familia y yo tengo que estudiar, pero el domingo que viene sí que me marcharé hasta el inicio de clases. ¿Y tú? O, bueno, vosotros.

―Yo me marcho mañana con mi familia a Londres, como cada año. Aún no sé si Oli me acompañará, porque tiene mucho trabajo con un hotel y puede que prefiera quedarse. De todas formas, lo prefiero, porque todas las Navidades vamos juntos a Londres y no las pasa con su familia, y me gustaría que lo hiciera.

Asentí con la cabeza, entendiendo lo que decía, pero sospechando que en realidad no quería pasar tiempo con ella.

―Os habéis hecho buenos amigos, ¿no?

El tono con el que lo preguntó me puso alerta completamente, aunque traté de aparentar que para mí era una pregunta normal y corriente.

―Sí, la verdad. Es bastante parecida a mis amigos de toda la vida, así que ha sido fácil que me caiga bien.

«Mentira, mentira, mentira».

―Menos mal. ―Alcé mis cejas ante su comentario y él lo aclaró―. No temo ni nunca he temido por meter a un tío en casa porque sé que Olimpia solo tiene ojos para mí, y además sé que ella no sería tu tipo ni el de muchos hombros. Pero siempre aparece alguna duda y solo quería aclararla.

«Espera, para el carro... ¡¿Qué?!»

―Perdona, ¿por qué no podría ser mi tipo o el de muchos hombres? ―cuestioné, sintiendo que la vena de mi cuello latía con una fuerza desmesurada.

―Bueno, a ver, es una chavala poco cariñosa, algo distante y está... ya sabes. ―Sus manos dibujaron en el aire un círculo.

―No, no sé. ¿Está...?

Lo bueno de lo prohibido ©Where stories live. Discover now