2

1.9K 266 67
                                    

Damien

A pesar de llevar más de tres años estudiando en la misma universidad, nunca me había parado a mirar las casas y los locales de la zona. De camino a la calle Brunswick me di cuenta de lo bonitas que eran las viviendas, incluso siendo la periferia de Manchester, que era un poco más industrial que el centro y éstas no eran demasiado agraciadas. La calle era larga y con dos tipos de casas; no podría hablaros de la arquitectura, porque se me da fatal identificar los diferentes estilos de ésta. Al llegar al 43, pareció que cambiaba de calle, pues dejé atrás las casas bajas de dos pisos y con aspecto antiguo, a casas de tres plantas a la derecha y a unos edificios de apartamentos de color gris y aspecto moderno.

Llegué hasta el número 41 y vi que una pequeña verja negra separaba la acera de la fachada de la casa. No osé abrirla, así que le mandé un mensaje a la señora que había contactado conmigo para ofrecerme una habitación, Olimpia; también llamada Ángel caído del cielo. Necesitaba con urgencia un lugar en el que vivir y no había encontrado nada por menos de mil libras.

Yo: ¡Estoy fuera!

Un minuto después, la puerta se abrió.

Pero no fue una señora quién abrió. O al menos no la señora que yo me imaginaba.

Era joven.

Muy joven.

Y, joder, muy guapa.

―¿Olimpia?

―Soy yo, sí. ―Sonrió―. Damien, supongo.

―Sí, sí.

Salió de la casa y se acercó a la verja para abrirla. Iba vestida con un pantalón vaquero de color blanco y un jersey ceñido de color negro. Completaba ese look con unas zapatillas de andar por casa azules con el escudo de Ravenclaw, la casa de Hogwarts, y una coleta alta en su cabello castaño.

―¿Has tenido problemas para abrirla?

―No, no. Prefería avisarte antes, por si acaso.

Abrió y entré cuando me hizo un gesto con la mano, invitándome a hacerlo. Acerqué mi mano a ella con intención de estrechársela y ella la tomó con sus dos manos.

―Es un placer, Damien.

―Igualmente, Olimpia.

Me sonrió y me pidió que la siguiera.

De camino a la puerta, no pude evitar mirarla bien. Estaba bastante impresionado. Sí, era una chica muy guapa, me reafirmo, además con ojos azules, un cuerpo curvilíneo y un bonito y leve acento cuyo origen desconocía; pero estaba impresionado más por las expectativas y la imagen de Olimpia que había creado en mi cabeza. Olimpia me sonaba a nombre de una persona más mayor y, además, no era común que una persona tan joven ya fuera dueña de una casa. Bueno, quizá no era tan joven y solo lo aparentaba, pero podría tener mi edad perfectamente.

Lo primero que noté al entrar en la casa fue un agradable olor a limón y algo más que no supe detectar. El pasillo no era demasiado estrecho, pero estaba muy bien decorado con algunos marcos en las paredes, un mueble a la derecha, un perchero y poco más. Olimpia cerró la puerta mientras yo avanzaba por el pasillo. Me detuve para esperarla justo cuando un gato gris apareció, elegante y perezoso a la vez.

―¿Alergia a los gatos? ―se apresuró a preguntarme Olimpia en un tono culpable. Sonreí y me agaché para acariciar al gato.

―No, no te preocupes. Solo tengo alergia a la fresa.

―Lo siento por ti.

Me reí por lo bajo y el gato se restregó contra mi mano.

―Ya, yo también. ¿Cómo se llama?

Lo bueno de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora