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Olimpia

Tras 23 horas de vuelo, contando la escala de dos horas en Malasia, llegué a Melbourne. Me gustaría decir que estaba agotada, pero había dormido durante las horas correspondientes a la noche australiana, por lo que aterricé sin un poco de jet lag. Aún así, no negaré que estaba cansada. Cansada de estar metida en un mismo espacio tanto tiempo, sin ducharme, sin poder ir al baño con tranquilidad, comiendo comida insulsa de avión...

Britt, una de mis mejores amigas de la infancia, me esperaba en el estacionamiento de la terminal por la que salí. Las dos estábamos tan diferentes desde la última vez que nos vimos, que si no hubiésemos hecho videollamadas los últimos meses, no nos habríamos reconocido ni por asombro. Eso sí, ella seguía llevando algunas trencitas esparcidas por el pelo. Ya no eran solo rubias, como cuando éramos niñas, sino que habían pasado a ser de color rosa palo. Estaba guapísima, con esa apariencia de surfista pasota.

Condujo su camioneta de pintura azul desgastada hacia la zona de Rosebud. Esa era la segunda residencia de su familia, donde iban muchos fines de semana y festivos, ya que vivían en pleno centro de Melbourne usualmente. Muchas veces me llevaban a mí con ellos y me encantaba. Britt se había mudado allí, pues era instructora de surf de una escuela de la playa de Rosebud y, además, trabajaba en una organización que protegía la fauna y flora marina.

―¿Qué tan cansada estás?

―No mucho. ¿Qué sugieres? ―le preguntó mientras entrábamos en la casa arrastrando mi maleta.

―Un ratito de playa. Sin surf.

―Me apunto.

Sonrió ampliamente y dio un pequeño aplauso.

―Perfecto, pues en veinte nos vamos. Te dejo tiempo para que te instales un poco en la habitación y te pongas un bañador.

―¿La habitación de siempre?

―Obviamente. ―Sonrió contenta.

Subí escaleras arriba junto a Britt, que me ayudó a subir la maleta aunque no pesaba demasiado. Una vez en la habitación de invitados que fue mi habitación muchos fines de semana, avisé a mis amigas y familia que había llegado. También le dejé un mensaje a Damien.

Ay, Damien...

Saqué toda la ropa de mi maleta, me desvestí y me puse un bikini blanco. Satisfecha, me miré al espejo mientras me abrochaba la parte de arriba. Mi móvil comenzó a vibrar encima del tocador en el que lo había dejado. Era una videollamada de Damien. Sonreí mientras aceptaba la llamada. Su rostro sonriente apareció en la pantalla. Estaba en su habitación de la residencia; ya reconocía el corcho que tenía al lado de la cama.

―Buenas tardes ―dije con una sonrisa.

―Buenos días para mí. Aquí son las ocho de la mañana. ―Rio.

―Oh... ¡Oh, cierto! ¿Te he despertado con mi mensaje?

―No, no. Llevo despierto desde las seis. Llevaba tantos días despertándome temprano para estudiar, que me he despertado automáticamente. No tengo clase hasta dentro de una hora.

―Volver a la rutina normal ahora te va a ser más difícil...

―¿Estás en ropa interior? Menudos buenos días ―canturreó haciéndome reír.

―No, voy en bikini. Nos vamos a la playa en unos quince minutos.

―¿No estás cansada? Llevas un día entero viajando, Olimpia.

―He dormido varias horas. Estoy solo un poco cansada, pero me apetece mucho un rato de playa, la verdad. Vitamina D, por favor, mira lo blanca que estoy.

Sonrió y negó con la cabeza.

Estuvimos hablando un rato mientras metía mi ropa en los cajones vacíos que había en la habitación. Solo llevaba un día fuera y ya lo echaba de menos. Él y las chicas me habían llevado al aeropuerto, y allí me había despedido de los tres. Mei Ling se iba a quedar en casa con Cloud y, de hecho, ya estaba empezando a empacar sus cosas porque en nada se iría a vivir conmigo. Poppy no quería, pues ya tenía su pisito adaptado para ella.

Nos despedimos cuando acabé de organizar mis cosas. Dejé el móvil en la mesita de noche, me hice una trenza y me coloqué una toalla en el hombro y unas chanclas en los pies antes de bajar. Britt ya estaba lista, así que salimos hacia la playa, que estaba justo detrás de unos setos que separaban la zona residencial de la arena.

Mi vida en Australia siempre fue muy bonita y cómoda para mí. Vivíamos en una buena zona y con acceso fácil a la playa, en la que pasábamos muchas horas la semana. El cambio de Australia al Reino Unido fue muy brusco, tanto por clima como por costumbres. Había echado de menos el sol, el caminar descalza por el paseo de mar, entrar en casa con arena en todos los rincones del cuerpo... Y podría hacerlo de nuevo durante una semana.

Hablamos durante muchos minutos con Britt, tanto en el agua como en la arena. Fue mi vía de desahogo y me escuchó atentamente, preparando las mejores palabras para aconsejarme; porque eso es lo que había hecho ella siempre, darme algunos de los mejores consejos que había podido recibir.

―Yo nunca he sido muy fan de los meses de luto que la gente deja entre relaciones. Cuando acabas una relación, debes volver a verte con otras personas cuando tu corazón lo pida. En tu caso, has dejado a Michael sin sentir apenas amor por él, ¿no?

―Ajá...

―¿Qué ley le otorga unos meses de respeto? Ninguna. ¿Sería moralmente correcto dejar unos meses de cortesía tras una relación que se cortó con amor y dolor? Pues sí, pero este no es el caso. La relación no solo se ha acabado porque una de las partes (él) era gilipollas, también porque el amor se había acabado. Si lo que quieres es tirarte a ese chavalito...

―No lo llames chavalito, por favor, no le saco diez años ―me reí. Britt sonrió e hizo bailar sus cejas.

―Bueno, bueno. Si lo que quieres es tener sexo, o lo que sea, con ese chico, adelante. Nadie va a reprocharte nada. Solo tú misma, porque crees que está feo liarse con alguien nada más haberlo dejado.

―Es que... ―Suspiré―. A mí Damien me gusta, incluso mientras estaba con Michael. Es, literalmente, lo que todo el mundo debería querer en su vida. Pero, no sé, me parece muy precipitado y perjudicial para él que ahora empiece algo con él. Vengo de una relación de casi diez años que...

―No, no, no ―me interrumpió y se rio―. Dios, Oli, sé lo que vas a decir. No quieres otra vez lo mismo.

―Exacto.

―Sabes de sobras que ese chico no es como Michael, ¿no?

―Ni de lejos.

―Entonces, ¿por qué crees que podría ser igual vuestra relación?

―No lo sé, Britt. Son... paranoias que me entran al pensar en una relación. Solo he estado con Michael.

Hizo una mueca.

―No me digas que solo has probado el pito de Michael.

―¡Britt! ―carcajeé.

―Es broma, es broma. ―Rio―. Si crees que necesitas un tiempo, tómatelo. Pero no lo hagas solo porque crees que es lo que la gente espera de ti. Haz lo que quieras, lo que el corazón te pida. 

Lo bueno de lo prohibido ©Where stories live. Discover now