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Olimpia

Si después del beso poco sentido con Michael ya me sentía como en la mierda, después de comprobar que me angustiaba más la marcha de Damien que la suya, ya fue el culmen de todo.

Damien estaba cerrando su maleta en el salón. Solo iba a marcharse hasta el domingo siguiente, una semana más o menos, pero tenía la rara sensación de que se iba para siempre. Pero, y si fuera así, ¿qué? Debería importarme cuatro pepinos, ¿no? Debería resbalarme por completo que mi compañero de piso se marchara, ¿no? Debería haberme angustiado más la marcha de mi novio, ¿no?

Algo estaba mal conmigo.

No era posible que le encontrara tantas cosas buenas a lo prohibido.

No estaba nada bien.

Cuando se levantó y puso la maleta en pie, me miró. Y yo lo miré también.

―Siento que me voy a la guerra si me miras así, Olimpia.

Me reí sin poder evitarlo y me encogí de hombros.

―Va a ser raro estar sola aquí, eso es todo.

―Sabes que puedes llamarme cuando quieras. Y estoy en la otra punta de la ciudad, no me voy más lejos. Si algún día te apetece tomar un café o hacer cualquier otra cosa, me avisas y vamos. O a lo mejor te lo propongo yo, aunque eso será más complicado porque sé que tienes trabajo.

―Ya veremos. Vete ya o me va a dar más pena dejarte marchar ―bromeé yendo hacia la puerta.

Estaba nevando, como los últimos días, por lo que no nos pilló de sorpresa cuando abrí la puerta. Salí fuera junto a Damien, que se adelantó a cargar la maleta en el coche.

―Anda, ven.

Sonreí un poco cuando me atrajo a sí para abrazarme. Yo también lo rodeé con los brazos, y esa sensación tan agradable volvió a mi barriga. Así que decidí ser consecuente y no alargar mucho ese abrazo, porque era consciente de que podía ser peligroso tanto para él como, sobre todo, para mí. Le di un beso rápido en la mejilla que no nos dejó satisfechos a ninguno de los dos, así que él fue quién me agarró de la barbilla para darme un beso cerca de la comisura de mis labios que duró más de lo que hubiese querido permitir.

Pero no me aparté.

Solo cerré los ojos, disfruté de su contacto y de esas mariposas rebeldes que ya salían a revolotear sin mi permiso. Aunque, ¿quién las podría culpar? Yo también saldría si fuese ellas.

Me aparté a regañadientes y le di un pequeño empujón hacia su coche que supo captar al momento. Acarició mi mejilla mientras se separaba y yo le devolví la sonrisa que me brindaba.

―Nos vemos en unos días, Olimpia.

―Que vaya todo muy bien y... Feliz Navidad.

―Feliz Navidad.

No esperé que arrancara. Me metí en casa y me encerré allí. Silver vino en mi busca, así que lo cargué en brazos y hundí mi nariz en su cabecita de camino al salón. Me quedé allí, plantada en medio, mirando a mi alrededor.

Estaba sola después de muchísimo tiempo sin estarlo.

Barrí el salón con la mirada, dándome cuenta de que ese parecía más mi hogar que el de Michael y mío. No había cosas suyas a la vista, mas sí de mías y de... Damien.

Esos minutos en los que estuve quieta como un pasmarote, me dio mucho que pensar.

Pensé en lo poco que echaba de menos a Michael y el poco tiempo que él había tenido para hablar conmigo, cuando yo lo llamaba todos los días.

Pensé en lo valorada que me sentía con Damien a mi lado.

Pensé en el cariño que Silver le tenía, siendo un gato que le hacía ascos a todo el mundo menos a mí.

Pensé en la ausencia que sentía en el pecho tras su marcha y el extraño confort que sentí cuando lo hizo Michael.

Pensé en lo mal que estaba lo que sentía.

Pensé también en todo lo bueno que tenía lo prohibido muchas veces. 

Lo bueno de lo prohibido ©Where stories live. Discover now