Notó el efecto inmediato que tuvo en ella el cambio en su actitud y contuvo un gruñido. El animal en él se encontraba muy cerca de la superficie, todos sus instintos en tomar posesión de su presa, en marcarla de un modo que no dejara dudas de que ella le pertenecía. Era un pensamiento machista y lo sabía, pero no podía importarle menos. Ana era suya y nadie más que él tenía derecho a tocarla.

Atraído por la pasión que podía ver en sus ojos, dio un paso hacia adelante, la hizo girar y aprisionándola contra la pared, le alzó las manos por encima de su cabeza. Con la otra, le acarició la silueta desde la mitad de su muslo hasta el nacimiento de la cola y luego, la deslizó despacio hacia adelante, envolviendo su sexo con la totalidad de su mano. La oyó gemir ante la caricia a la vez que se arqueó hacia él, ansiosa por sentirlo más cerca.

Hundió la cabeza en el hueco de su cuello y lo raspó con sus dientes al tiempo que empezó a mover los dedos en forma circular para estimular su feminidad. Podía sentir su calor a través de la ropa y debió controlarse para no arrancársela de un tirón. Asegurándose de mantenerla inmovilizada, besó su hombro y lamió su piel hasta alcanzar el lóbulo de su oreja. Entonces, lo atrapó con su boca y succionó lentamente antes de tirar de este con intencionada alevosía.

Ana cerró los ojos ante la magnitud de lo que estaba viviendo. Ni siquiera la había tocado en verdad y ya se encontraba al límite. La caliente humedad de su boca, la presión de sus magníficos dedos sobre su atormentado centro y su respiración pesada y cálida sobre su oído la enardecían de un modo que jamás creyó posible. Pese a que ambos seguían vestidos, podía sentirlo en todo su cuerpo, así como a las abruptas e intensas descargas de placer que emanaban desde su núcleo bajo su experta mano.

Intentó darse la vuelta. Sentir sus fuertes brazos a su alrededor. Deseaba frotarse contra él y arder de deseo. Besarlo y beber de su boca como si fuese agua en medio de un desierto. Necesitaba sentirlo entrar en ella y colmarla por completo hasta que encontrasen juntos la liberación. No obstante, él no se lo permitió y tras agarrarla con más fuerza, siguió torturándola con su lengua y sus dedos mientras la llevaba al borde del precipicio.

Sabía que estaba al límite, que el placer era demasiado intenso para que pudiese contenerlo y pronto estallaría en mil pedazos, pero no estaba listo aún. Necesitaba saber que era a él a quien ella deseaba de forma tan visceral, que solo por él temblaba de anticipación y que nadie más que él tenía el poder y el privilegio de tomarlo todo de ella y hacerla volar.

Incapaz de seguir conteniéndose, le desprendió el jean e introdujo su mano bajo la ropa. La oyó jadear ante el contacto directo de sus dedos y exhaló de golpe al sentir en estos su ardiente humedad. Sin pausa, con un solo movimiento, los deslizó en su interior. A continuación, los apartó de nuevo solo para volver a enterrarlos dentro. Sus deliciosos gemidos lo envolvieron de inmediato, instándolo a aumentar el ritmo de sus embestidas.

Ana quería que le arrancara la ropa, que la hiciera envolverlo con sus piernas y se hundiera en ella sin piedad, pero Gabriel parecía tener otros planes. Sin soltarla, la mantenía de espaldas a él, mientras la atormentaba con su mano. La sorprendió notar lo mucho que solo eso bastó para ponerla a mil. No importaba cómo, lo único que tenía que hacer era tocarla y ella entraba en combustión.

—Gabriel, por favor... —susurró cuando sintió que no podía más.

Pero eso no lo detuvo. Por el contrario, aumentó la intensidad de sus movimientos al tiempo que frotaba su centro con el pulgar.

—¿Qué, Ana? ¿Qué querés? —preguntó con voz ronca sobre su oído.

Estaba tan cerca... Su interior se comprimió alrededor de sus dedos a la vez que todo su cuerpo tembló ante el inmenso placer que estaba experimentando.

Su última esperanzaWhere stories live. Discover now