—Soy un desastre, amiga —murmuró contra su cuello empezando a llorar.

Ana la apretó con fuerza al sentirla quebrarse y le susurró palabras tranquilizadoras. Aguardó, paciente, a que se calmara y se separó lo suficiente para poder mirarla a los ojos.

—¿Qué te está pasando, Estefi?

Su pregunta fue amplia y ella lo notó porque esbozó una sonrisa triste antes de limpiarse las lágrimas con los dedos.

—Me siento muy estresada. El estudio está estallado de trabajo y todo recae sobre mí. Mi papá no aparece nunca y cuando lo hace solo es para echarme en cara lo que hago mal. Y a mí mamá le importa una mierda todo.

Sí, Ana estaba al tanto de la familia disfuncional de su amiga. Su madre prestaba más atención a su posición social y a su entorno que a su propia hija y su padre se la pasaba fuera de casa la mayor parte del tiempo. Por un momento creyó que las cosas mejorarían al recibirse de abogada y entrar a trabajar con ellos, pero nada cambió y tuvo que seguir lidiando con la frustración de no sentirse querida y apreciada por quienes más deberían apoyarla.

—¿Es solo por eso que estás así? —indagó, cautelosa.

La chica la observó por unos segundos y negó con la cabeza.

—También discutí con Julián

¡Al fin! Entonces no era que no deseaba contárselo, simplemente se lo estaba guardando dentro.

—¿Por qué? —preguntó, fingiendo sorpresa.

Bueno, en realidad mucho no tenía que disimular, ya que seguía asombrada de que tuvieran problemas. Siempre habían sido una pareja de ensueño. Hasta había llegado a sentir envidia en algún momento, algo que jamás admitiría salvo a sí misma, por supuesto.

—Porque le dije que nada habría pasado si él no hubiese perdido la llave.

—¡¿Qué?! Ay, no.

—Sí, ya sé, por favor no me hagas sentir peor —se lamentó y bajó la mirada, avergonzada—. Ya suficiente tengo con mi consciencia. Lo lastimé, Ana. Tendrías que haberle visto la cara.

—Estefi —la llamó a la vez que apretó con suavidad sus manos—. Juli te ama. Están juntos desde hace años y nunca los vi así. Te equivocaste, nada más. Estoy segura de que está esperando arreglar las cosas con vos. Hablá con él y decile lo mismo que acabás de decirme a mí. Sé que va a perdonarte.

La sintió temblar al tocarla. Intrigada, volvió a alzar la mirada. Parecía tensa e incómoda, pero sus ojos estaban serenos, como si el solo hecho de que ella estuviese allí le brindase paz.

—Fui injusta con él del mismo modo que lo fui con vos.

Frunció el ceño, confundida.

—¿A qué te referís?

Ahora fue el turno de ella de envolver sus manos.

—No fui una muy buena amiga este último tiempo. En lugar de escucharte y comprenderte, fui dura con vos. ¡Es que me molestaba tanto que no te dieras cuenta de lo que hacía Gustavo! —exclamó—. Pero eso no debería haber hecho que te juzgara. Al contrario, tendría que haberte apoyado más que nunca.

—¿Y con Gabriel?

Estefanía la soltó y enderezó su espalda, alejándose de ella.

—¿Qué pasa con él?

Bajó la cabeza sin dejar de mirarla y sonrió, incrédula.

—Sabés muy bien por qué te lo pregunto.

Su última esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora