Capítulo 30👑

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En un lugar recóndito pero limítrofe de Ardclik se encontraba Samira

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En un lugar recóndito pero limítrofe de Ardclik se encontraba Samira.

Escondida por las sombras de una magia que ignoraba o más bien, desconocía por completo. Cuatro paredes de piedra se cernían a su alrededor impidiendo cualquier tipo de salida. El hedor de la podredumbre del lugar era demasiado para cualquiera que se acercara, sin embargo, las fosas nasales de ella ya se habían acostumbrado a inhalarlo, tanto que ni siquiera lo sentía.

La herida que cargaba en su brazo ya estaba a punto de cerrarse, era lo de menos. Se encontraba sentada en el suelo, en posición fetal, abrazada a sus piernas y con la vista perdida en una de las paredes.

—¡Ey! —uno de los guardias de su tortura la sacudió, en realidad, la pateó sin fuerzas para ver si de esa manera, ella reaccionaba.

Nada. La única respuesta que conseguía era aquella, lo cual no solo inquietaba a los guardias, sino también a los dueños de su tormento. El rotundo cambio que había tenido en lo que pasaban los días perturbaba a los presentes.

Los primeros días habían conseguido respuestas favorables, que sólo aumentaban su regocijo. Ella gritaba, pateaba, arañaba y luchaba con todo lo que se cruzara en su paso. Aquello era el botón de continuación, eso que los animaba a ejercer métodos cada vez peores.

Ahora, no sabían bien que hacer. Ya no lloraba, ya no los insultaba, ni siquiera reaccionaba. Estaba perdida, inmóvil, era como tratar con una estatua. Lo que, claramente, no les daba gracia a ninguno.

Lo peor de todo era, que ella lo sabía. Luego de haber quedado sin voz de tanto gritar, lo entendió: llorar no haría que saliese de ese lugar. Desde entonces, se mantuvo alerta, a todos y cada uno de los detalles. Las rutinas, las charlas, los movimientos, todo decía algo. Todo era fundamental.

En las noches, se permitía a si misma viajar lejos de ese sitio. Soñaba con campos de praderas verdes, se veía regresando a los momentos en los que todo era mejor, su vida en Ardclik y en Idront, aquellas la llamaban, le recordaban el valor que cargaban. Ahora que no tenía nada, se daba cuenta de lo que tanto había odiado pero, que a fin de cuentas, era lo mejor que tenía.

—¡Ey! —la pateó esta vez con más fuerza.

Nada. Lo único que consiguió fue que los cabellos sucios de la joven le cubrieran el rostro. "Desagradable" pensó el hombre, sin más salió por la misma puerta por la que había ingresado. No le provocaba hacer nada con ella. No se resistía y no tenía una buena imagen. Sin dudas, el estado físico de ella era de todo, menos agradable.

Manchas violáceas y verdes cubrían su cuerpo, mezclándose con el marrón de la suciedad, creando un lienzo cargado de tristeza. Su cabello era una maraña habitada por la tierra, mientras que su cuerpo aún sufría espasmos de dolor al ser tocada. Las ojeras adornaban su rostro, el cual daba una impresión de muerte en vida.

Su estómago exigía con desespero que le dieran algo, que no fuere un pequeño pedazo de pan y agua una vez al día. No quería pararse por su cuenta, aquello exigía un esfuerzo que estaba guardando únicamente para el momento de su salida.

Había estudiado cada centímetro del lugar, por su cuenta no saldría con facilidad. Pero, había escuchado hablar acerca de la partida de todos a un lugar cuyo nombre era tan extraño como desconocido para ella.

Otra cosa de la cual estaba segura: una vez llegado a ese otro lugar, no habría vuelta atrás. Creía que, si ya ahora era casi imposible salir de allí, en otro lugar sería peor.

Primer objetivo en su lista: quitarle las llaves de sus cadenas al guardia.

Los primeros días habían sido una completa odisea, puesto que tenía sus brazos estirados siendo encadenados a la parte más alta de la pared, en una posición en la que difícilmente pudiera moverse de alguna manera. Luego, le cambiaron las cadenas por unos que dejaban una movilidad de aproximadamente un metro cuadrado. Aquello favorecía sus planes, sin embargo, aún no encontraba una manera de quitarse lo que apresaba su muñeca.

En uno de sus análisis, había descubierto las llaves colgadas de los pantalones del hombre. Solo debía llamar su atención, debía lograr que él se acercara y quitárselas. Dos días tenía tiempo, a la noche siguiente, la creadora de su tormento saldría junto a su fin seguidor, no logró escuchar donde irían, pero le bastaba con saber que no estarían y, por ende, debía llevar a cabo su plan.

Debía salir de aquel lugar, viva o muerta, pero salir a fin de cuentas.

Por otro lado, en las entrañas del palacio de Ardclik, una guerra interna se llevaba a cabo

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Por otro lado, en las entrañas del palacio de Ardclik, una guerra interna se llevaba a cabo. Dos semanas, dos habían pasado desde que Samira se había borrado de la faz de la tierra. Todos la habían visto por última vez en el castillo.

Nadie la vio salir, nadie la vio irse, nadie sabía nada. La tensión era notable, en especial entre los mandatarios, unos se echaban la culpa entre otros. Todos eran culpables, a la vez, nadie lo era.

Soldados de Idront tanto de Ardclik habían sido movilizados en las búsquedas. Ninguno tenía permitido regresar sin pistas de la joven. Habían recorrido la mayoría de los lugares del reino, incluso revisaron más de una vez, pero no encontraron nada.

Wild había sido el encargado del manejo del personal, jamás en su vida había tenido un trabajo tan duro como el de regresar cada noche al palacio y negar, frente a todos, anunciando la nula información sobre el paradero de la joven. Todos se habían puesto en marcha, Cavan mayormente acompañaba a Wild, el rey Eber solía recorrer en solitario, mientras su igual no abandonaba sus tareas.

La familia real de Ardclik temía lo peor: Moad de seguro se la había llevado. Los demás no tenían ni una pizca de idea de esta posibilidad.

Más de una vez tuvieron que juntarse en una de las salas a debatir cual sería el siguiente paso, en todas las veces acababan peleando. El rey Eber no estaba dispuesto a ceder y el rey Brais, se sentía culpable por haber dejado que se marchará.

Una de las teorías fue esa misma: se marchó porque no podía soportar el peso de cargar con un destino así. Aquella quedó surcando los aires teniendo en cuenta que algo en ella no concordaba.

¿Por qué Samira dejaría su hogar?

¿Por qué desaparecería de la nada?

¿Quién estaba detrás de todo el rompecabezas?

Cristales Rotos Where stories live. Discover now