—Sí, estamos —le respondí muy obediente y en sus ojos noté que mi respuesta y comportamiento sumiso le agradó en lo absoluto.

Adrián estiró su brazo hacia un lado de la cama y de repente un artilugio que se me hizo conocido se asomó en mis narices cuando me lo mostró. Era el consolador bañado en oro.

—Quiero causarte un gran placer de veinticuatro quilates.

—Qué manera tan literal de decirlo —enarqué las cejas y me mordí el labio ante sus ojos verdes que se encontraban oscurecidos por la lujuria y el morbo de la situación—. Esto es muy morboso y descarado.

—Es por eso que haré lo que quiera con esto y con tu placer —lentamente, comenzó a rozar el artilugio por mi cuello para luego dirigirlo hacia mis pechos, donde rozó mis pezones cuando comenzó a vibrar de forma determinada.

Me arqueé sobre el colchón ante las vibraciones en mis zonas erógenas y cuando él se percató de que yo no tenía control de mis terminaciones nerviosas, sujetó mis muñecas atadas por encima de mi cabeza y ejerció presión en mi entrepierna con sus caderas. Agachó su cuerpo y asomó sus apetecibles labios sobre mi oreja.

—Siente esto, bebé —susurró en mi oído cuando dirigió el consolador hacia mi vagina, entre nuestros sexos—. Eso es —me animó con la voz ronca cuando comencé a gemir con sumo descaro ante la fricción y el roce del artilugio sobre mis pliegues—. ¿Quién manda? —preguntó por lo bajo al tirar del lóbulo de mi oreja con sus dientes.

—Tú mandas —me mordí el labio al arquear mi cuerpo, aprisionada en los placeres del dios del sexo.

Presionó su mano sobre mis muñecas y con la otra incrementó los movimientos del consolador de oro sobre mi vagina, causando que mis ojos se me fueran en blanco cuando mi cuerpo tembló de placer por otro orgasmo arrebatador.

Oh, estás chorreando muy rico —soltó el artilugio cuando se percató de mi reacción y se inclinó sobre mis piernas, ubicando su rostro sobre mi vagina, lamiéndola una y otra vez sin parar y causando que mis gritos fueran más fuertes de lo normal—. Estás deliciosa —me dijo desde su posición, relamiéndose los labios mientras me miraba con sus hermosos ojos—. Podría estar lamiéndotela todo el día y dejarte sin fluidos, pero todavía no hemos terminando —lamió y chupó mis pliegues entre cada palabra.

No pude evitar llorar de tanto placer que experimentaba. Sin embargo, cuando él recobró su compostura y su rostro se acercó al mío, sujetó mis muñecas con ambas manos y lamió mis lágrimas de manera perversa y posesiva.

—Siéntate sobre el colchón —me ayudó a sentarme y se ubicó detrás de mí, sentándose al abrir sus piernas a cada lado de mi cuerpo—. Levanta ese culo y móntame —me ordenó cuando sujetó mi cintura y colocó mi sexo y mi ano sobre su dotada erección.

Gruñí de placer y desesperación junto a él cuando sujetó su pene y asomó su hinchado glande sobre mi ano, presionándolo poco a poco hasta que lo introdujo con agilidad.

—Dios mío, Aly —gimió por lo bajo cuando comencé a subir y bajar sobre su pene, sintiendo la fricción de mi ano con su miembro—. Qué culo más delicioso, coño —podía sentir lo loco que lo estaba volviendo al montarlo una y otra vez.

Coloqué mis manos atadas detrás de su cabeza, apoyándolas sobre su nuca, mientras que él no dudó en agarrar el consolador para también darme placer con él en mi vagina. Sentía como mis orificios eran invadidos simultáneamente bajo sus exigencias sexuales. El sudor que desprendía mi piel erizada descendía por mi columna vertebral y las gotas de los mechones de su frente también caían sobre mí.

J'aime ça, ma chienne —susurró detrás de mi oreja al continuar penetrando mi ano y masajeando mi vagina con el consolador.

Mi respiración se agitó mucho peor y podía sentir como el mareo volvía a hacer estragos en mí. Sin embargo, también sentía como una ola de cosquillas interminables reinaban en mi vientre.

—Aguanta un poco más, bebé —me ordenó con la voz entrecortada. Sabía que también estaba a punto de llegar al clímax—. Quiero meterte esto mientras sigo disfrutando de tu culo —cuando introdujo en mi sexo el artilugio, lo movió lentamente, de abajo hacia arriba, mientras su miembro ejercía presión en mi ano al penetrarlo simultáneamente.

—¡Uf, papi! ¡Me gusta! —gemí por todo lo alto, dejando que él me dominara por completo.

—Lo sé —lamió uno de mis hombros y luego lo mordió cuando incrementaron las penetraciones en mi ano—. Sigue montándome así, coño —sus bajos gemidos me estaban volviendo loca y sin idea, así que no dudé en obedecerle.

El sexo estaba siendo tan intenso y alucinante, que cuando estábamos a punto de llegar juntos al clímax, gruñimos y gemimos por todo lo alto mientras nuestros cuerpos ya estaban bañados en sudor.

—Me voy a venir en tu culo —me avisó con la voz entrecortada, soltando el consolador para sujetar mis caderas con más decisión.

Cerré los párpados y continué montándolo como si no hubiese un mañana, ansiosa de que se derramara en mi interior y de que perdiera el sentido por completo. Cuando sujetó mi cuello desde atrás y presionó mi piel con fuerza, sentí como el líquido caliente de su semen invadió mi ano. Adrián comenzó a maldecir y decir incoherencias mientras las fricciones de sus penetraciones fueron más pausadas y calmadas, mientras que yo también experimentaba un catártico orgasmo que me había dejado sin aliento.

Cuando ambos recobramos la consciencia, él desató mis manos y caímos rendidos sobre el colchón de la cama, respirando de forma agitada e intentando recobrar el aliento. Sin embargo, eso no impidió que continuáramos regalándonos caricias y besos llenos de pasión hasta que nos quedamos dormidos sin darnos cuenta.

MCP | La Cura ©️ (¡Completa!) ✓Where stories live. Discover now