Capítulo 3

25 4 12
                                    

Los sueños no son solo sueños

Laayla

Estoy en una cama, conectada a máquinas, que sé que me mantienen con vida, el constante pitido, la molestia de tener algo en mi nariz y no poder quitarlo, no me muevo, no hago nada, me siento atrapada en mi cuerpo.

Despierto con la respiración agitada, el sudor me humedece la frente, y tengo el corazón a punto de salirse de mi boca. Es la misma pesadilla que me persigue... Sé que fue real, y es más aterrador.

Dieciséis semanas pasaron, más o menos, desde que salí del hospital, aun ahora no recuerdo a mi familia, quien soy o qué hacía, solo mi nombre, Laayla.

Trato de recomponerme, de acompasar de nuevo mi respiración, cuando sé que no me desmayaré por la falta de aire, salgo a la cocina por algo de agua. Casi todas las noches es lo mismo, es parte de mi rutina. A medio camino me encuentro con el señor Robert, que me he acostumbrado a llamar papá, por estar en su casa y porque, desde el primer momento, me consideró y trató como su hija.

—Laay, ¿pasa algo? Estás pálida.

—No, papá, nada. Voy a la cocina por un poco de agua.

—Vamos, te acompaño. —Pone un brazo en mi hombro y me aprieta contra él. Me siento pequeña a su lado, es un chico moreno, grande y robusto, con un corazón igual de enorme que él. La mayoría de las personas aquí lo son.

—¿Por qué estás despierto tan tarde? —le pregunto cuando llegamos a la cocina y me sirve un vaso de leche.

—Estaba haciendo las cuentas, mi niña, ya me iba a dormir.

—¿Tienes problemas con eso?

—Estamos en el límite, no te voy a mentir, pero sé que vamos a poder.

—Papá —lo llamo como me pidió, y en verdad me siento cómoda al decirle así—, puedo trabajar para traer algo de dinero. Buscaré empleo.

—No estoy de acuerdo, lo sabes. Tienes que enfocarte en la universidad.

—Lo sé, aunque también estás consciente de lo que pasa con eso, por favor, déjame ayudarte, por lo menos mientras esperamos. Sabes que la universidad no es algo seguro para mí como lo es para Tom.

Me abraza, y aunque no estoy acostumbrada a ese tipo de demostraciones de cariño, papá da su amor de una forma cálida. Y así como llegamos a la cocina, regresamos a nuestras habitaciones.

Robert es viudo, perdió a su esposa hace poco más de un año, según me contó, cuando ella daba a luz a una bebé, quien también perdió la vida. No me dijo el nombre de la niña, y no quise indagar más, solo espero que él mismo me cuente, siento que me cuida como si fuese esa hija que perdió.

Intento conciliar el sueño de nuevo y lo logro, hasta el amanecer. Es mi parte favorita del día, ver el sol asomarse en el horizonte, al vivir cerca de la playa, los amaneceres y atardeceres son maravillosos.

Me levanto de la cama y luego de asearme, voy directo a la cocina. El aroma increíble no parece nada que hubiese olido o comido antes.

—¿Qué preparas? Huele delicioso.

—Es la receta secreta de papá —responde Tom, el hijo de Robert, quien tiene más o menos mi edad, o eso parece.

—Así es —afirma papá con orgullo, y nos sirve.

No solo huele delicioso, sino que se ve todavía más apetecible. A causa de la «amnesia» como lo llamaron los médicos, cada sabor y olor parecen nuevos para mí.

Laayla, más allá de las estrellasWhere stories live. Discover now