—Mierda, sí —su abdomen ascendía y descendía violentamente y las venas de su pene brotaban cada vez más—. Sigue, bebé. No pares, que me voy a venir —cuando continué con mi acto sin piedad de sus gemidos llenos de desesperación, se derramó con fuerza, sintiendo la presión del líquido caliente en el fondo de mi garganta.

Le sonreí desde mi posición y rocé mi dedo sobre mi labio inferior, recogiendo los residuos de su semen y llevándolo hasta el interior de mi boca. Quería que viera cuanto lo estaba disfrutando.

—No has perdido la práctica.

—Creo que estas cosas aprendidas por usted no se olvidan, señor director.

Adrián tiró de mi cabello e hizo que me pusiera en pie, comiéndome la boca de forma voraz al meter su lengua para jugar con la mía. Luego me elevó en sus brazos y me cargó al entrar conmigo en la tina mientras se llenaba de agua tibia poco a poco. Me adhirió contra las baldosas y no dudó en penetrar mi sexo como si no hubiese un mañana. De abajo hacia arriba, en movimientos rápidos y explosivos. Su miembro entraba una, dos, tres, cuatro y cinco veces, para luego repetir el ritmo.

—¡Andy, sí! —grité sin control—. ¡Dios, qué rico! —sus penetraciones me estaban llevando al cielo.

—¿Quieres que todo París te escuche? —jadeó en mi oído, mientras que nuestras húmedas pieles se mezclaban entre cada roce.

—¡Me voy a venir! —más gritos reinaron en el baño de la suite.

—Dámelo, bebé —me exigió al continuar penetrándome con rudeza, mientras el sonido del coito era música para nuestros oídos—. Dámelo todo, coño.

Cuando llegué al clímax, mi cuerpo tembló con vehemencia a la par que un líquido que ya se me hacía conocido se derramó sobre las piernas del ojiverde. Había experimentado un delicioso squirt.

—Me gusta cuando te causo esto —me dijo entre besos ardientes que me brindaba, mientras que aún continuaba en la inconsciencia del placer y la lujuria—. Quizá ahí estaban tus supuestas náuseas —bromeó al sonreír sobre mis labios.

Volvimos a comernos a besos y una vez más, las cosquillas en mi vientre incrementaron por todo de él. Había acabado de tener un majestuoso orgasmo, pero quería volver a repetir el acto.

—¿Podemos seguir? —le pregunté con las mejillas calientes.

Sus ojos se engrandecieron por mi resistencia, pero no se negó en lo absoluto.

—Puedo estar metiéndotelo todo el día si quieres —volvió a introducir su miembro en mi sexo, causando que soltara un grito ahogado por la impresión y excitación.

🔹

Luego de volverlo a hacer, nos sentamos en la tina estilo jacuzzi y tomamos un tibio y relajante baño. Me encontraba ubicada entre sus piernas, mientras que mi espalda se mantenía apoyada sobre su torso. Escuchábamos Sus brazos rodeando mi cuerpo resultaban muy reconfortantes para mí. Me sentía protegida y cuidada, tal y como él lo había hecho cuando estuve entre la vida y la muerte por los graves síntomas del virus.

—Siento mucho si la pasaste mal en estos días —me disculpé con sinceridad al sujetar una de sus manos y jugar con sus largos dedos—. Especialmente, en estos últimos dos días —presioné los labios y solté un largo suspiro para proseguir—: Sé que debes haberlo pasado fatal.

—Entre el hecho de que comenzaste a convulsionar en el momento que conseguí la cura y que luego de administrarte la inyección estuviste inconsciente casi dos días... —lo reflexionó al recostar la espalda sobre el borde de la tina—. Sí, lo pasé jodidamente mal.

Me giré un poco y lo miré a los ojos. Cuando recordó lo que había sucedido en cuanto a mí no dudó en contarme los detalles:

—Tuve que controlar mis mierdas; mis trastornos y tormentos para proceder a actuar debidamente ante el ataque de convulsión que experimentabas —suspiró profundamente y continuó—: De verdad creí que te perdería para siempre, así que me obligué a mí mismo a caer en tiempo para atenderte como el médico que se supone que debía ser en ese momento.

—¿Sabes? Estoy orgullosa de que realmente estés controlando tus padecimientos por voluntad —enarqué las cejas.

—Tenía que actuar con lógica, así que hice lo mejor entre lo peor, lo cual fue administrarte la vacuna y esperar que tus convulsiones se calmaran o empeoraran —presionó los labios—. Sin embargo, la dosis actuó rápidamente y efectivamente en tu sistema.

—Así que por eso me dejaste dormir mucho —asumí.

Asintió lentamente.

—En realidad, no solo necesitabas dormir bien por todo lo que habías pasado desde que llegaste a Francia, sino que también tenía que dejarte descansar después de ese fuerte ataque de convulsión. Lo ideal para un paciente es que duerma bien después de un suceso como ese. Además, no olvides que una vez experimentaste eso, cuando Jesse te secuestró —negó con la cabeza repetidas veces—. Muchas cosas pasaban por mi mente cuando estabas sobre aquella cama y yo no tenía facilidades ni equipos médicos a la altura para tratarte debidamente. Temía que esas secuelas se mezclaran con los síntomas del virus y la situación empeorara. Sin embargo, fuiste muy fuerte y resistente.

—Como lo imaginé, debiste haberlo pasado mal.

—No más que tú —sujetó mi quijada y acercó mi boca hasta la suya—. Eres una mujer muy fuerte y valiente. Yo sí que estoy muy orgulloso de ti —besó mis labios con ternura y luego sus expertas manos comenzaron a acariciar mis pechos, mi cintura y mi vientre.

—Andy, en serio que quiero seguir haciéndolo contigo, pero tengo mucha hambre —me relamí el labio inferior cuando continuó acariciando mi vientre lujuriosamente.

Sonrió en mis narices y luego escondió sus ojos en mi cuello cuando me subí sobre sus piernas, frente a frente.

—Me siento mareada y creo que se debe a que no he comido en estos últimos días.

—Tienes razón —presionó mi nariz y me mostró una sonrisa de perfectos dientes alineados—. Disculpa que te siga reteniendo. Sí traje de comer para los dos, pero siempre terminas distrayéndome —enarcó las cejas—. Además, no olvides que me debes muchos castigos. Necesitas alimentarte bien, porque comenzarás a pagármelos uno a uno.

—¿Qué? —bufé—. Pensé que eso sería cuando regresáramos a Puerto Rico.

—No esperaré a regresar —espetó—. Podemos comenzar aquí en Francia.

—Esa idea me gusta, papi —me removí sobre su entrepierna, causando que se tensara.

Sin embargo, me apartó de su cuerpo y se levantó de la tina, saliendo de esta y simulando que me ignoraba, comenzando a actuar como el controlador y dominante que era.

—Por suerte, tendremos mucho tiempo a solas para disfrutar de mis castigos —me miró por encima del hombro, desnudo e imponente al igual que su lindo culo—. Yo mando, Aly. Siempre soy y seré tu único dueño. Eso nada ni nadie lo cambiará, ¿entendido?

—Sí, papi —mi vientre era un mar de cosquillas al escucharlo en su modo mandón.

—Eso creí —buscó una toalla, la envolvió en su cintura y me dejó a solas, mientras que yo no dejaba de sonreír para mí misma.

MCP | La Cura ©️ (¡Completa!) ✓Where stories live. Discover now