62 - UN CIELO SILENCIOSO

Magsimula sa umpisa
                                    

Pronto se olvidó del asunto, pues los secretos del pastizal desconocido lograron seducirla más. Encontró algunos caminos marcados y algunos otros los hizo con su curiosidad. Separando con las manos la flora o aplastándola con sus botas. Para ella todo el asunto fue una gran aventura. Aunque solo se tratase de una caminata por el campo.

Con una enorme sonrisa y un grito de alegría encontró sobre el tallo de una planta gris a un enorme grillo. Cuando lo tomó las patas casi rodearon por completo el dorso de la mano. Al agitar las alas produjo un sonido agudo que hizo reír a la niña.

—Shh, silencio, señor grillo, no nos tienen que descubrir —susurró conteniendo la risa—. Iremos juntos de aventuras... —puso la mano sobre sus cejas, tal como lo haría una exploradora. Fue precisamente con ese gesto que alzó la mirada al cielo, y el juego se acabó con un escalofrío rompiendo en su espalda—. ¡Mamá!

La mujer reaccionó de inmediato al grito que llegó desde la colina. Vio los enormes yuyos abrirse y a su hija corriendo de regreso, parecía muy asustada. Con una preocupante incertidumbre soltó el rastrillo y avanzó unos pasos. Entonces, al observar con atención, justificó el alboroto y se contagió con el miedo.

En la distancia, sobre la altura del bosque, había una bruja quieta. Sentada en su escoba las observó desde las alturas. Estaba ahí, los ojos de ambas razas se cruzaron inevitablemente.

Ya desesperada corrió por su hija y prácticamente la arrastró hasta el interior de la casa. Sin perder de vista cada movimiento de la bruja.

Esta, que tenía un gato dentro de su capucha, observó fríamente el horror que causaba su presencia y solo cuando la vivienda cerró las ventanas decidió marcharse.

Más allá de ese acontecimiento, el día transcurrió con normalidad para los aldeanos. La familia que sufrió el avistamiento pudo calmarse y cuando estuvieron listos decidieron notificar a los cazadores. Ambos padres con su hija cruzaron las calles lodosas hasta el otro extremo de Orhin, más allá del palacio Ledrick.

Hallaron a Igor con sus hombres y familias amigas, todos formando parte de un peregrinaje que tenía como protagonista un ataúd que algunos hombros cargaron. El funeral de Lucrecia se llevó a cabo en el templo, donde las personas cubrieron el cajón con ofrendas florales, para luego iniciar la caminata hasta el gran río donde se despiden a los muertos.

La mayoría de los presentes en realidad conocían a Herrozim, los demás eran los pocos conocidos que Lucrecia pudo conservar. Nadie sufrió personalmente la pérdida, más bien se trató de una nostalgia leve culpa de algunos buenos recuerdos.

La familia de la colina se acercó hasta Zanzi, que arrastraba los pies un poco más atrás que la muchedumbre.

—¿Quién era? —preguntó el padre.

—No lo sé, una amiga de Igor —respondió el rubio—. ¿Ustedes no la conocen?

—Acabamos de llegar. En realidad, necesitamos hablar con algún cazador...

El joven les echó una mirada curiosa y decidió hacerse cargo. Escuchó atentamente el encuentro que había sufrido la niña. Su primera reacción fue advertir a los demás, sonar la campana, avisar a todos, pero luego reconoció el duelo en los ojos de Igor, mucho más adelante, cargando el ataúd, y supo que debía esperar para darle las noticias a su jefe.

El atardecer se fue junto a los restos de Lucrecia y la noche no tardó en imponer su gélida presencia. Una donde abundan las despedidas.

El adiós de Jol estaba a punto de efectuarse. Pocas fuerzas le quedaban para el llanto y ya ninguna para suplicar. Con pasos silenciosos se acercó la nigromante.

—Has estado todo el día aquí. Deberías comer algo —dijo al depositar junto a él un tazón con verduras calientes. Aunque fue hablar con la espalda—. Sé lo doloroso que es...

El cazador se paró sin girarse. Dejó detrás el plato humeante para introducirse en la espesura, las tinieblas cubrieron su camino al igual que su mirada. Anduvo bajo las sombras del bosque en silencio, pues las letras perdieron todo su poder, ni siquiera la poesía podría salvarlo de ese vacío.

Cuando se detuvo empujó algunas piedras que cayeron por el precipicio. Los dedos de sus pies sobrepasaron el límite. A esa altura el viento parecía tener más fuerza y si aflojaba un poco los músculos sería empujado fácilmente. Gracias a la luna pudo comprender que la caída era descomunal, aunque el fondo del abismo permaneció oculto en lo negro.

Nada de eso importó, pues su objetivo era simple, acabar de una vez por todas con su constante desgracia. Y solo entonces, frente al final, saboreó un poco de calma. La dicha del descanso.

Elevó la pierna sobre el abismo y empujó su cuerpo hacia adelante, pues incluso el impulso de morir necesita un poco de ayuda. Con los ojos cerrados y una fuerte inhalación, quiso obligarse a saltar. Pero no pudo, un frío penetrante cubrió la escena.

Jol Monzon —el murmullo sonó demasiado cerca, junto a su oreja.

Tan exagerada fue la sensación de cercanía que el cazador pegó un grito de horror al voltear rápidamente.

—Tú eres... —la vio con claridad entre los árboles, una figura alta y delgada, cubierta con una túnica negra, salvo por el rostro cadavérico bajo la capucha—. La Muerte...

Así me llaman algunos —la voz seguía sonando muy cerca a pesar de que los separaban varios metros, pues no importa la distancia, la Muerte siempre susurra en el oído—. Te he estado siguiendo... —confesó el espectro.

—¿A mí?

Sí, a ti —se cubrió detrás de un tronco para reaparecer en uno más cercano y finalmente acercarse, Jol tuvo que alzar la cabeza, pues el espectro era dos o tres veces más alto—. Aunque la bruja me ha descubierto en varias ocasiones.

—Solo quiero irme con ella. Llevame, te lo suplico...

Tu destino me interesa, Jol Monzon. No pretendo interrumpir tu vida...

—¡No me importan tus intereses! —volvieron a saltar las lágrimas—. Todo esto duele demasiado... un segundo... —y entonces se dio cuenta—. ¡Tú! ¡Tú puedes revivir a Diadema!

Nadie regresa del vacío. Es imposible...

—¡¿Entonces para qué me persigues?! ¡MÁTAME DE UNA VEZ!

Ya te lo dije, tu destino me interesa.

—¡¿Qué es esa mierda del destino?! ¡Debería destruirte ahora mismo! —apretó a Colmillo de Obsidiana con firmeza— ¡Me quitaste a mi novia!

La Muerte observó de reojo al humano, solo el diablo se había atrevido a amenazarla de esa manera. Dio algunos pasos envuelta con el vaho frío de su aliento y mostró la mano derecha con pálidos y raquíticos dedos. El anular estaba ausente.

Me engañó. Presté toda mi atención a sus encantos y bajé la guardía...

—¿Qué dices?

¡Mi dedo! —gritó la Muerte, esfumándose en menos de un parpadeo y reapareciendo a pocos centímetros del cazador con la mano levantada—. ¿Ves? Me han robado mi dedo...

—¡Eso a mí no me importa!

Claro... a ti solo te incumbe esa bruja... —volvió a reaparecer entre los árboles, mucho más lejos, aunque su voz no se alejó—. Te dije que nadie regresa del vacío, pero su alma está en el infierno...

—¿Entonces...? —el pecho de Jol volvió a latir por un instante, entre tanto huracán emocional fue difícil ser exacto, pero casi afirmaría que se trató de esperanza.

Entonces yo podría traerla de nuevo...

—¡¿En serio?!

Sí. Pero no puedo hacerlo sin mi dedo, tendrás que recuperarlo.

—¡Haré lo que sea! ¿Quién te lo robó?

Se encuentra al sur, cruzando el Paso de la Devastación, en una antigua torre. Al que buscas es Morzzin, el nigromante —dio la espalda a Jol para alejarse por la penumbra—. Tráeme lo que te pido y yo te devolveré a tu amor. 

UN SECRETO EN EL BOSQUETahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon