Prólogo

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Jeon Jungkook cabalgaba como si los mismos demonios lo persiguieran arriba de su corcel negro,  se dirigía hacia el sur de Corea escapando de la terrible desgracia que azotaba a todos sus hermanos...el matrimonio.

Aún era verano y las golondrinas surcaban el cielo azul,  pero el no no veía nada más que el camino que lo llevaría lejos de cualquier peligro de ser el próximo en pisar una iglesia.

Lo que más le molestaba de todo el asunto era la palabra " abstinencia ", no sabía cómo haría para sobrevivir sin los placeres de las Omegas que se entregaban a él sin esperar un anillo como recompensa, aunque si era sincero prefería esa tortura antes que sucumbir a la maldición del clan Jeon,  no era para tomarse a la ligera ya habían sucumbido cinco de sus hermanos,  ahora él era el único miembro invicto,  libre, sin ataduras , un auténtico soltero empedernido.

No tenía nada contra el matrimonio en sí,  pero la triste realidad era que todos los Jeon no sólo se casaban,  sino que lo hacían por amor,  de pensarlo le daban escalofríos.

Recién el día anterior su hermano Tae-hyung había dado el sí, ese era uno de los motivos por lo cual ahora estaba huyendo para recluirse en una remota región rural, pese a todo le deseaba felicidad a su hermano,  pero  no tenía ninguna intención de seguir su ejemplo,  ni ahora ni posiblemente nunca.

¿Qué necesidad tenía de casarse?, ¿ qué iba a conseguir qué no tuviera?, las Omegas mujeres,  porque prefería las mujeres,  se le ofrecían en bandeja y a él eso era lo que le gustaba,  relaciones sin compromisos y mucho placer que él siempre estaba dispuesto a darles, menos su corazón porsupuesto.

Sentía un apego increíble por su libertad y no tener que rendir cuentas a nadie,  definitivamente no quería cambiar,  estaba decidido a evitar la maldición,  podía vivir perfectamente sin las complicaciones de enamorarse.

Con esa resolución en su cabeza se escapó en pleno banquete de la boda,  decidido a abandonar Seúl, ya que ahora ostentaba el título de " soltero de oro del clan Jeon ".

Redujo la marcha de su corcel al vislumbrar las primeras viviendas de Yangdong Folk Village donde vivía su querido amigo.

Una mueca de disgusto se dibujó en su rostro,  por el aspecto del lugar,  la palabra "abstinencia" refulgía en toda su magnitud.

Pulcro y ordenado el lugar estaba impregnado de paz y armonía totalmente rústico,  había una iglesia al final del camino con un cementerio tras la edificación,  desde ahí seguía otro camino bordeado de casas y una posada y un poco más lejos un estanque de patos.

Jungkook observó la primera vivienda de la población rodeada de jardines, en el pórtico un letrero " Villa Jung", su punto de destino,  la casa de su amigo.

En realidad era una hermosa mansión de piedra,  de dos pisos con hileras de largas ventanas y la puerta principal que daba al camino,  una espesa arboleda protegía la propiedad.

Villa Jung tenía la apariencia de una próspera residencia,  era el hogar de Jung Ho-Seok y por eso lo había elegido como refugio temporal.

Había recibido una carta de Ho-Seok tres días antes,  su viejo amigo y mentor en lo relacionado al coleccionismo lo invitaba a visitarlo,  fue una buena excusa para desaparecer.

En otro tiempo lo había frecuentado a menudo,  pero cuando se trasladó a vivir al campo sólo se veían ocasionalmente en los encuentros de coleccionistas,  era la primera vez que lo visitaba en su casa campestre.

Estaba ansioso por verlo, estrechar su mano y disfrutar de su compañía,  además Ho-Seok le quería consultar sobre un artículo invaluable, por más que había pensado no podía imaginar de que artículo se trataba,  lo que lo tenía muy curioso,  no hallaba las horas de que Ho-Seok se lo enseñara.

Dirigió el corcel rodeando los pilares de la entrada haciendo sonar la grava, pero nadie acudió a recibirlo,  sólo se oía los sonidos de los pájaros en la arboleda.

Entonces recordó que era domingo y su amigo debía estar en la iglesia,  vio la puerta de entrada entreabierta,  al parecer había alguien adentro.

Descendió del corcel y caminó por el sendero de piedra del jardín delantero,  eso le hizo recordar a Rose, la difunta esposa de su amigo,  ese era el jardín de ella,  le gustaban las plantas y trabajaba con ellas durante todas las estaciones del año,  hacía tres años que había fallecido.

Jungkook le tenía un gran cariño a la Omega de Ho-Seok,  había ocupado un lugar especial en su vida,  su muerte había sido la principal razón por la que no lo visitaba,  eran demasiados recuerdos y compartía el sentimiento de pérdida de su amigo.

Giró bruscamente sobre sí mismo y entró al pórtico,  la puerta estaba entreabierta,  pero no había nadie en el recibidor.

- ¡ Hola!, ¿ hay alguien?

No hubo respuesta.   Cruzó el umbral y se detuvo.   La casa estaba silenciosa y en calma.   Avanzó por el piso de baldosas blancas y negras,  en dirección a la primera puerta.  La empujó y entró.

Percibió inmediatamente el olor a sangre.   Aminora el paso,  con los vellos erizados.

Se paró en el umbral,  sin dejar de mirar el cadáver tendido unos metros más allá.

Se quedó inmóvil tratando de obtener fuerzas para acercarse al anciano y arrugado rostro de su amigo.  Al verlo parecía dormido rodeado de sus viejos libros.

Pero no lo estaba,  ni siquiera desmayado.   La sangre salía aún de una pequeña herida en su costado,  justo debajo del corazón.

- ¡Ho-Seok!- Jungkook cayo de rodillas tomándole el pulso en la muñeca y garganta,  fue en vano,  estaba muerto y aún tibio,  Jungkook lo miraba desconcertado,  había sido asesinado sólo minutos antes de que llegara.

Se sentía aturdido,  pero una parte de su cerebro continuó registrando los hechos como buen oficial de caballería que había sido en otro tiempo.

Una estocada al corazón había sido la causa de muerte,  no había mucha sangre,  eso era raro.   Volvió a mirar extrañado,  había más sangre debajo del cadáver.   Alguien había vuelto a Ho-Seok de cara, porqué según su observación,  él primero había caído de bruces,  un destello dorado debajo de su pijama llamó su atención,  acercó su mano temblando y sacó un largo y fino abrecartas.

Miró alrededor y no había señales de lucha y se puso a maldecir para sus adentros,  sentía como si le hubieran pateado el estómago,  encontrar a su amigo muerto le parecía obsceno,  una pesadilla. El sentimiento de pérdida lo inundó por completo lo que lo hizo respirar hondo.

De la nada intuyó que no estaba solo.   A continuación oyó un ruido metálico y unos pies arrastrándose.

Se levantó de un salto con el abrecartas empuñado en su mano...algo muy pesado se dejó caer sobre su cabeza.

Sintió un dolor terrible y perdió el conocimiento.

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 Educando un Omega Where stories live. Discover now