La guerra: Cautivo

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Miércoles 14 de marzo de 1979

-Bienvenido a casa, cachorro-.

Remus no dijo nada. Por ahora, no tenía nada que decir. Solo quería verlo bien.

Fenrir Greyback. Remus esperaba que fuera más alto. No era bajo de ninguna manera, pero cuando Remus se enderezó estaban al nivel de los ojos. Eso era bueno. Eso le dio una palmada de valor.

Puede que no sea más alto que Remus, pero Greyback ciertamente era más grande en todos los demás aspectos; hombros anchos y corpulentos, cuello grueso y rechoncho, brazos musculosos. Tenía uñas largas y gruesas de color amarillo, cabello oscuro y áspero que le cubría los antebrazos y le brotaba sobre el cuello de la capa, encontrándose con una barba oscura que parecía más piel que pelo. Sus ojos eran peligrosos, inhumanos.

La magia que irradiaba de él no era como la de un mago; al menos no con ninguno de los que Remus había encontrado. Como una luna llena, estaba ardiendo. El olor, aunque repugnantemente familiar, no era incitante.

Remus se había sentido como en casa con la manada; había sentido que pertenecía. Pero no con este hombre. Él era el enemigo y siempre lo sería.

-¿Te gusta lo que ves?- La sonrisa de Greyback se ensanchó, mostrando dientes afilados y depredadores, largos caninos amarillos.

Remus le devolvió la mirada impasible, con la boca cerrada.

Se dio cuenta de que a Greyback no le gustaba. Greyback había esperado que hablara, que suplicara, que se enfureciera o incluso que entrara en pánico. Y Remus sabía exactamente qué hacer con los matones que querían una reacción.

Ladeó la cabeza, puso cara de indiferencia y se encogió de hombros.

-Bien, supongo. Oye, ¿puedo recuperar mi ropa?

Las pupilas de Greyback parecieron dilatarse, o quizás Remus simplemente lo imaginó. De cualquier manera, se recuperó rápidamente, todavía sonriendo rígidamente.

-¿Donde están mis modales? ¡Castor!- Chasqueó sus dedos como garras.

Castor apareció al lado de Greyback en un momento, con la espalda recta y envuelto en una capa de piel, llevando un paquete de ropa. Livia también estaba allí, mirando con adoración a su padre. La vieja iglesia en la que se encontraban no tenía techo, y en la luz rosada del amanecer Remus pudo ver claramente el rostro de Castor por primera vez. Había tres largas cicatrices rosadas en un lado; marcas de garras, rosadas y suaves como piel quemada.

Greyback lo vio mirando.

-Es una pena-, dijo, extendiendo la mano y acariciando la mejilla de Castor con una uña sucia. Castor no se inmutó. -Odiaba arruinar algo tan agradable de ver, pero él aprendió la lección, ¿no es así, cachorro?-

Castor asintió, mirando al frente como un soldado.

-Buen chico.- Greyback acarició su mejilla llena de cicatrices. -Aún es hermoso, ¿eh Remus?-

Remus no dijo nada y miró hacia otro lado, disgustado.

-Y pensé que eras un conocedor de la belleza-. Greyback gruñó con fingida decepción. -Por eso te envié a mis hijos más adorables-.

Livia dio un escalofrío de placer ante eso, moviendo la cabeza con orgullo.

Castor extendió la ropa de Remus y él la tomó, vistiéndose con cuidado. Buscó en el bolsillo de sus jeans su varita, pero no estaba allí.

-Ah-, gruñó Greyback, -¿Buscando esto?-

Sacó el palo largo y delgado de su propia túnica salpicada de barro. Remus sintió un horrible giro de añoranza por ello. -Me temo que no permitimos estos tontos juguetes humanos-. Greyback sonrió. Tomó la varita de Remus con ambas manos y la rompio en dos.

All the young dudes Book three: Till the endDonde viven las historias. Descúbrelo ahora