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Vinimos a este mundo con el destino marcado, sellado a fuego nuestro fin.

Con muertes agónica como hierro hirviendo en las venas o pacíficas como una nube perezosa en una tarde soleada.

A veces tardan minutos o sólo un instante, pero otras veces. Otras veces tardan años, tardan décadas. Como ver una manzana pudrirse lentamente desde el corazón hasta el tallo.

Yo quería que mi muerte durará segundos, quería ver las ramas de los árboles menearse delicadamente al ritmo de la suave brisa. Y luego, cuando todo fuera oscuridad, ser una sola con la tierra que me vio crecer. Alimentar al césped y escuchar a mi familia cantar mi nombre en las noche de luna llena.

Pero las cosas no funcionan así, y las muerte muy difícilmente salían como uno quería.
El sonido ensordeció mis oídos, el pitido me tenía atrapada.

Caí rendida en las hojas húmedas de sangre, con mi piel desnuda y fría. Sentí a Atla cubrirme con su suave pelaje, mientras veía borrosas sombras moverse en la oscuridad.

Mi última visión fue la mirada del Alfa, vi dulzura y calidez.

Todo estará bien mi niña.

Era sin duda la mejor muerte que pude a ver imaginado nunca.

...

Los lobos rodeaban el inerte cuerpo de la joven mujer, rondando alrededor como guardianes. Se podía escuchar a los jóvenes desmembrando el cuerpo de los cazadores con ruidos exagerados y brusco.

El disparo dio con su pecho, la sangre salía rápida, caliente. Ya no olía como ella, olía a pólvora y sangre.

Su pelo estaba enmarañado, sucio y opaco.

La joven loba chillaba agónica cubriendo el cuello y pecho de su hermana.

El Alfa se acerco mas al cuerpo de la joven, podía escuchar como su corazón se apagaba lentamente.

La vida se le iba, escurría como vino en una copa rota.

Todo llanto o chillido quedó estático al sentirse una rama romperse en la oscuridad.
Como uno sólo toda la manada miro en la misma dirección.

Con cabezas bajas todos movieron, en impecable silencio, su posición.

De entre los Arbustos salió una niña, cual agitada respiración quedaba pintada en el aire.

Había escuchado a los lobos aullar, quería verlos desde cerca. Obviamente este no era el escenario que esperaba.

El lugar quedó en silencio, él alfa sólo tenía que mover un músculo para que la niña tuviera el mismo destino que los hombres.

Los cuervos seguían en el lugar. Esperando en la ramas de los arboles. Ansiosos por más sangre.

Esperando por los cuerpo aún descuartizados, con ojos  burbujeantes de anhelo por el gran festín.

La niña miro la sangre, los lobos y después parte del cuerpo que escondían recelosos los caninos.

Los segundos pasaban, todos en silencio.

Miradas de reojo se posaban en el Alfa, quién sentía el peso de una vida a su disposición.

Tenia a toda una manada siguiéndolo. se había preguntado millones de veces si él era el indicado para guiarlos, para mantenerlos a salvo. Asentía el nuevo peso de una muerte, sentía como aquella se mezclaba con las anteriores en el centro de su mente y en su garganta, cortando con sus respiración.

Estaba al borde del colapso.

Selah se posicionó a su lado, rozando su calor, reconfortando su alma.

Y fue hay donde lo entendió; ella tenía salida.

Con patas temblorosa retrocedió dejando a la vista el cuerpo de la mujer.

Todos dejaron un estrecho camino a la niña. Su clara mirada se posó en el ensangrentado cuerpo femenino.

Retrocedió con miedo, atónita. Miro fugazmente al lobo más grande. Y corrió por donde había llegado.

Helena.             ( Trilogia Fragancia De Amapolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora