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El cielo esta tan azul que parece el mar, con enormes barcos blancos que los surcan y el viento trae consigo el dulce aroma de las flores.

Escucho el zumbidos de abejas, el incesante revolotear de las mariposas y el tranquilo pastar de los ciervos.

Un escenario pacífico para cualquiera.

Me encuentro agazapada, contra el viento, puedo olerlos pero ellos a mi no. El alfa debe estar cerca, eligiendo al indicado.

La tierra está fresca entre mi patas, mis orejas bajas y mi cola inmóvil.

La selección de una presa solo la da el alfa, en su mayoría son los siervos que van al final, enfermos, viejos u heridos.

No podemos matar a crías o ciervas preñadas. Eso sería muy perjudicial para la especie y nosotros.

El Alfa dio un salto entre la hierva espantando a todos, la estampida era tal que se golpeaban entre ellos, empujándose para no quedar al últimos y no ser devorados.

No solo era una huida, era una demostración de si estaban listo para seguir viviendo o dejarían su puesto a alguien que si lo este.

Después de unos minutos trotinando uno de los siervos queda evidentemente revelado. Con una pata coja es sin duda el elegido.

El alfa se adelanta y nosotros los seguimos, la primera parte es morder sus pata, hacer que tropiece y saltar a su cuello lo mas rápido posible. Nosotros mordemos sus pata mientras el líder, Caín, clava sus colmillos en la aorta, cortando con la circulación de aire, los seis grandes lobos no quedamos inmóviles, escuchando el rápido latido en el pecho del ciervo.

El alfa gruñe, deseando que el animal se rinda.
Luego del forcejeo el retumbo se detiene, dando a saber que la cena está lista.

El alfa lo suelta e inmediatamente nos alejamos. Una vez la presa es devorada y con carne almacenada nos marchamos.

Los cachorros nos reciben con euforia, chillan y lloran en busca de nuestra atención. Cada uno suelta la carne que cargamos y se la da a un cachorro. La devoran en cuestión de minutos y con la panza llena se acuestan al sol, todos nos recostamos en los últimos rayos de aquella lejana estrella.

Nuestras pieles se tocan, transportando calor de un cuerpo a otro, como rompecabezas nos acomodamos.

Es delicioso acostarse al sol después de un festín.

Me recuesto en el frio suelo, Tobad un cachorro gris se recuesta en el hueco de mi cuello, acomodando su cabeza ,suspira dramáticamente con cansancio y finalmente se duerme.

Siento su respiración y me es tan tranquilizante estar entre ellos.

Una vez escuche que debías apreciar los pequeños momentos de la vida, aquellos instantes que no volverán. Porqué  cuando mueras y tu cuerpo quede anclado a este mundo, tu alma se eleva, perdiéndose en el abismo, donde  se reproducen esos momentos, una y otra vez, por toda la eternidad.

Desde aquella alta roca, a unos metros de la cueva, el horizonte se tiñó de un intenso arrebol. Con la gran victoria todos jugando y correteándose se dirigieron a la cueva con los cachorros siguiéndolos. Yo me quede a ver el espectáculo del cielo.

La brisa estaba poniéndose fría, y los pájaros volaban en busca de un refugio para pasar la gélida noche.

Desde lo lejos, en la oscuridad de la noche pude ver una luz brillando en la lejanía de las montañas, me puse de pie inmediatamente, aullé alertando al los adultos.

Todos llegaron en cuestión de segundos, El alfa y su compañera Shela, aparecieron con diligencia. Aquel fulgor en sus ojos demostraban un odio ancestral contra los hombres.

Aullamos más fuerte, alargando los gritos lobunos con amenaza, esa cabaña estaba al límite de nuestras tierras. Era peligroso tenerlos tan cerca.

Los Hombres son seres destructivos, no tienen sentido de supervivencia. Entran a cualquier territorio llamando la atención de cualquier ser vivo, se creen los reyes del mundo. No tienen ni una gota de altruismo, matan todo a su paso y no creen la selección natural.

Helena.             ( Trilogia Fragancia De Amapolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora